jueves, 5 de julio de 2012

¿PARA QUÉ QUEREMOS FINANZAS SI NO TENEMOS FAMILIA?

Esta pregunta, digna de pasar a los anales de la Historia, la hace un prócer de la Iglesia Católica donde lo que sigue importando no es el hambre en el mundo, ni la crisis, ni los bancos ladrones, ni el paro ni... lo que importa es el aborto, los maricas, la eutanasia, el sexo... De pena. Que le pregunten a una familia de clase media con dos o tres hijos, con una hipoteca, con un sueldo de funcionario que baja y baja, qué piensa de los gastos de, por ejemplo, los proselitistas viajes del Papa, qué piensa. 
Ver programas religiosos en la TV durante el Gobierno del PSOE no se entendía; ahora, con el PP, ¿qué podríamos esperar? Capillas en los ministerios, obispos en las inauguraciones y desfiles, ministros del Opus, golpes de pecho. ¿Veremos alguna vez la separación REAL entre Iglesia y Estado? Miedo me siguen dando estos mamarrachoa.
¿La solucíón? ya sólo queda una revoilución a la francesa.
Los obispos españoles arremeten contra “la ideología de género”
La Conferencia Episcopal afirma que la ideología de género impone una "cultura de la muerte". Objetivo: recuperar España para la Iglesia romana.
Juan G. Bedoya Madrid 4 JUL 2012 - 18:22 CET
 
Los obispos no se pronuncian, todavía, sobre la crisis social y económica, como les reclaman muchos fieles, pero sí sobre el sexo, el amor, la familia, el matrimonio, las feministas y los homosexuales. También pontifican contra “la ideología de género y la cultura de la muerte”. El motivo lo desveló ayer el jesuita Juan Antonio Martínez Camino, portavoz de la Conferencia Episcopal y prelado auxiliar del cardenal Antonio María Rouco en Madrid. “¿Para qué queremos finanzas si no tenemos familia?”, proclamó en conferencia de prensa. Su tesis es que “uno de los elementos de la crisis es el mal trato a la familia, un capital social fundamental, más importante que las finanzas”. España, según el prelado, está a la cabeza de las políticas más desastrosas en tales materias.
Con el entusiasmo de un enamorado a la manera de san Juan de la Cruz, el portavoz episcopal presentó esta mañana, por fin, la pastoral del amor, que los prelados han tardado año y medio en pulir, después de trabajarla en tres asambleas plenarias y en incontables comisiones. Se titula ‘La verdad del amor humano. Orientaciones sobre el amor conyugal, la ideología de género y la legislación familiar’, y figura como “la primera acción” del plan de los obispos para recuperar España para su Iglesia, en lo que han llamado “Nueva evangelización”. La pastoral tiene 22.382 palabras.
La idea del documento y su primer borrador fue obra de la Subcomisión Episcopal de la Familia, cuyo presidente, Juan Antonio Reig Pla, obispo de Alcalá de Henares, ha sido marginado en los trámites finales del proceso tras sus broncas manifestaciones homófobas en la televisada homilía del Viernes Santo pasado. Tampoco apareció ayer en la conferencia de prensa, como suele ser habitual cuando una comisión presenta documentos doctrinales. Las tesis de Reig, sin embargo, persisten a lo largo de la pastoral, aunque muy peinadas para no generar más polémica de la habitual. “No hubo dificultades especiales [en el redactado final], más que las propias del asunto”, dijo Martínez Camino.
Aplazada una y otra vez la publicación —en las dos últimas semanas, para no coincidir ni chocar más de lo normal con homosexuales y lesbianas ante el Día del Orgullo Gay—, la pastoral sobre el amor humano mantiene un tono duro y deja en evidencia de nuevo el desencuentro episcopal con todo lo que tiene que ver con el sexo, el placer y las relaciones humanas. Debió sentir esa sensación el propio portavoz episcopal cuando, segundos antes de terminar su comparecencia, dijo, como a modo de disculpa: “Pedimos que se nos atienda porque todo ha empeorado en los últimos años. No son manías del clero sobre el sexo. No es una cuestión de querer amargar la vida a la gente”.
En seis capítulos, el primero para proclamar la “buena noticia del amor y la familia”; y con dos largos apartados para denunciar los estorbos que se oponen a sus ideas, y para concretar sus propuestas, los obispos dejan pronto mensaje de su pesimismo antropológico. Dicen: “Las prácticas abortivas, las rupturas matrimoniales, la anticoncepción y las esterilizaciones, las relaciones sexuales prematrimoniales, la violencia en el ámbito de la convivencia doméstica, las adicciones a la pornografía, a las drogas, al alcohol, al juego y a internet, etc., han aumentado de tal manera que no parece exagerado afirmar que la nuestra es una sociedad enferma”.
Detrás de todo este negativismo, perciben una “profusión” de mensajes ideológicos y propuestas culturales, por ejemplo, la “absolutización subjetivista de la libertad que, desvinculada de la verdad, termina por hacer de las emociones parciales la norma del bien y de la moralidad”.
Como si hablasen por teléfono con Dios y tomando como punto de referencia a Cristo, que según ellos, fundó la Iglesia de la que son jerarcas, los prelados pontifican que el origen del amor, su fuente escondida, se encuentra en Dios. “El origen del amor no se encuentra en el hombre mismo, sino que la fuente originaria del amor es el misterio de Dios mismo, que se revela y sale al encuentro del hombre”. Si así ama Dios al hombre, la conclusión de los prelados es que “el amor, en su dimensión apetitiva, es la vocación fundamental e innata de todo ser humano”.
Pronto entrarán en materia polémica (para ellos), bajo un apartado que titulan, Génesis en mano, ‘Varón y mujer los creó’. Al fondo, las uniones entre personas del mismo sexo, que en España se conoce, por ley, como matrimonio. Dicen: “El cuerpo y el alma constituyen la totalidad unificada corpóreo-espiritual que es la persona humana. Pero esta existe necesariamente como hombre o como mujer. La persona humana no tiene otra posibilidad de existir. La dimensión sexuada, es decir, la masculinidad o feminidad, es inseparable de la persona”.
Por ello, las características del amor conyugal los obispos las tienen claras “y son inamovibles”. Para ser como un amor divino, “ha de ser amor de persona a persona con el afecto de la voluntad”; no puede sino ser fiel y exclusivo; tiene que ser un amor fecundo y ha de ser para siempre.
En este punto, el documento habla de “la oscuridad del pecado”, de modo particular la interpretación narcisista de la sexualidad. En su opinión, hay dos corrientes, aparentemente contrapuestas, que distorsionan la consideración del hombre hecho “a imagen de Dios” y, derivadamente, las imágenes del matrimonio y de la familia. Se trata del espiritualismo y lo que los prelados llaman “ideología de género”. Los obispos dicen que una y otra parten de un mismo principio: una injusta valoración de la corporalidad y que, por eso, “no pueden ver el amor entre el hombre y la mujer como un modelo para todo amor”.
Detrás de estas corrientes, tan contrapuestas por sensibilidad y propósitos, lo prelados españoles ven un mismo denominador: una concepción antropológica dualista. Dicen: “En el caso del espiritualismo puritano, porque la corporeidad se ve como un obstáculo para el amor espiritual. En las teorías de género, porque el cuerpo queda reducido a materia manipulable para obtener cualquier forma de placer”.
El documento episcopal renuncia a enumerar o hacer análisis de “los factores que hayan podido intervenir en la deformación de la imagen del matrimonio que existe en no pocos ámbitos de nuestra sociedad”. Tampoco pone de manifiesto los presupuestos metafísicos sobre los que se basa (entre otros, la negación de la condición creatural del ser humano). En cambio, sí expresa “su voluntad de denunciar que detrás de esa visión obscurecida y fragmentada “parece existir el influjo de algunos mensajes ideológicos y propuestas culturales, entre cuyos objetivos está, sobre todo, proponer la absolutización subjetivista de una libertad que, desvinculada de la verdad, termina por hacer de las emociones parciales la norma del bien y de la moralidad”.
Añaden: “Los obispos ya hemos hablado sobre esta progresiva disolución de los significados básicos de la institución matrimonial en nuestra sociedad. Nos hemos referido a la fragmentación con la que no pocos perciben los distintos significados de la sexualidad. Pero es en la actualidad cuando se ha llegado a plantear la más radical de las separaciones, aquella que disocia radicalmente sexualidad y amor. Nos referimos de manera particular a la propuesta de la llamada ideología de género”.
Los antecedentes de esta ideología hay que buscarlos, según dicen los prelados, “en el feminismo radical y en los primeros grupos organizados a favor de una cultura en la que prima la despersonalización absoluta de la sexualidad”. Añaden: “El proceso de deconstrucción de la persona, el matrimonio y la familia, ha venido propiciado también por filosofías inspiradas en el individualismo liberal, así como por el constructivismo y las corrientes freudo-marxistas. Primero se postuló la práctica de la sexualidad sin la apertura al don de los hijos: la anticoncepción y el aborto. Después, la práctica de la sexualidad sin matrimonio: el llamado amor libre. Luego, la práctica de la sexualidad sin amor. Más tarde la producción de hijos sin relación sexual: la llamada reproducción asistida (fecundación in vitro, etc.). Por último, con el anticipo que significó la cultura unisex y la incorporación del pensamiento feminista radical, se separó la “sexualidad” de la persona: ya no habría varón y mujer; el sexo sería un dato anatómico sin relevancia antropológica. El cuerpo ya no hablaría de la persona, de la complementariedad sexual que expresa la vocación a la donación, de la vocación al amor. Cada cual podría elegir configurarse sexualmente como desee”.
Así se ha llegado a configurar, aseguran, una ideología con un lenguaje propio y unos objetivos determinados, “de los que no parece estar ausente la intención de imponer a la sociedad una visión de la sexualidad que, en aras de un pretendido liberacionismo, desligue a las personas de concepciones sobre el sexo, consideradas opresivas y de otros tiempos.
En lo que llaman “descripción de la ideología de género”, los obispos reúnen un conjunto sistemático de ideas, encerrado en sí mismo, que se presenta como teoría científica respecto del sexo y de la persona. Dicen: “La idea fundamental, derivada de un fuerte dualismo antropológico, es que el sexo sería un mero dato biológico: no configuraría en modo alguno la realidad de la persona. El sexo, la ‘diferencia sexual’, carecería de significación en la realización de la vocación de la persona al amor. Lo que existiría –más allá del “sexo” biológico– serían “géneros” o roles que, en relación con su conducta sexual, dependerían de la libre elección del individuo en un contexto cultural determinado y dependiente de una determinada educación. ‘Género’, por tanto, es, según esta ideología un término cultural para indicar las diferencias socioculturales entre el varón y la mujer”.

Sexualidad neutral
Los obispos señalan como “núcleo central” de esta ideología “el dogma pseudocientífico según el cual el ser humano nace sexualmente neutro”. Escriben: “En consecuencia, hombre y masculino podrían designar tanto un cuerpo masculino como femenino; y mujer y femenino podrían señalar tanto un cuerpo femenino como masculino. Entre otros “géneros” se distinguen: el masculino, el femenino, el homosexual masculino, el homosexual femenino, el bisexual, el transexual, etc. La sociedad atribuiría el rol de varón o de mujer mediante el proceso de socialización y educación de la familia. Lo decisivo en la construcción de la personalidad sería que cada individuo pudiese elegir sobre su orientación sexual a partir de sus preferencias. Con esos planteamientos no puede extrañar que se “exija” que a cualquier “género sexual” se le reconozcan los mismos derechos. De no hacerlo así, sería discriminatorio y no respetuoso con su valor personal y social”.
Conocidos son, según los obispos, los caminos que han llevado a la difusión de esta manera de pensar. Uno de las más importantes, dicen, ha sido la manipulación del lenguaje. En su opinión, “se ha propagado un modo de hablar que enmascara algunas de las verdades básicas de las relaciones humanas. Es lo que ha ocurrido con el término “matrimonio”, cuya significación se ha querido ampliar hasta incluir bajo esa denominación algunas formas de unión que nada tienen que ver con la realidad matrimonial. De esos intentos de deformación lingüística forman parte, por señalar solo algunos, el empleo, de forma casi exclusiva, del término “pareja” cuando se habla del matrimonio; la inclusión en el concepto de “familia” de distintos “modos de convivencia” más o menos estables, como si existiese una especie de “familia a la carta”; el uso del vocablo “progenitores” en lugar de los de “padre” y “madre”; la utilización de la expresión “violencia de género” y no la de “violencia doméstica” o “violencia en el entorno familiar”, expresiones más exactas”.
Los obispos españoles, que se opusieron el siglo XIX a la legalización del matrimonio civil –hasta entonces los españoles sólo se podían casar por lo religioso: los prelados de entonces acogieron la reforma del Código Civil como una puerta al “concubinato universal”-, clamaron hace siete años contra la legalización del matrimonio entre personas del mismo sexo. “Lo peor que le ha ocurrido a la Iglesia en dos mil años”, dijo entonces el portavoz Martínez Camino. Desde entonces no han parado de clamar contra esa ley, a veces con graves ofensas a quienes viven la sexualidad de ese modo. Esta vez atan con prudencia las palabras, como escarmentados por la polémica Reig Pla.
Dicen: “Detrás de la pretendida neutralidad de estas teorías se esconden dramas personales que la Iglesia conoce bien. Pero hemos de tener siempre viva la esperanza. El bien y la verdad, la belleza del amor, son capaces de superar todas las dificultades, por muchas y graves que sean. La Iglesia, continuadora de la misión de Cristo, abre siempre su corazón y ayuda de madre y maestra a todos y cada uno de los hombres. Nadie puede sentirse excluido, tampoco quienes sienten atracción sexual hacia el mismo sexo. Ciertamente el magisterio de la Iglesia católica enseña que es necesario distinguir entre las personas que sienten atracción sexual hacia el mismo sexo, la inclinación homosexual propiamente dicha («objetivamente desordenada») y los actos homosexuales («intrínsecamente desordenados»); además, en la valoración de las conductas hay que diferenciar los niveles objetivo y subjetivo. Por eso, una vez más no podemos dejar de anunciar que los hombres y mujeres con atracción sexual hacia el mismo sexo «deben ser acogidos con respeto, compasión y delicadeza. Se evitará, respecto a ellos, todo signo de discriminación injusta”.
Pero no resisten la tentación de considerar al homosexual un enfermo, necesitado de ayuda, también la ayuda de la Iglesia católica. Dicen: “No termina ahí la expresión del respeto y estima que se debe a las personas como tales. Nadie debe quedar excluido de la comprensión y ayuda que pueda necesitar. Las personas con atracción sexual hacia el mismo sexo deben ser acogidas en la acción pastoral con comprensión y deben ser sostenidas en la esperanza de superar sus dificultades personales. Con esa intención hacemos nuestras las palabras de la Congregación para la Doctrina de la Fe: Los obispos deben procurar sostener con los medios a su disposición el desarrollo de formas especializadas de atención pastoral para las personas homosexuales. Esto podría incluir la colaboración de las ciencias psicológicas, sociológicas y médicas, manteniéndose siempre en plena fidelidad con la doctrina de la Iglesia”.
Después de execrar de la asignatura Educación para la Ciudadanía, que el Gobierno del PP va a suprimir, y de achacar todos los males a la llamada Ley del Aborto, los obispos, célibes forzados por ley interna, subrayan los desastres que producen en España el descenso de la nupcialidad y el retraso cada vez mayor de la celebración del matrimonio (la edad media del primer matrimonio es de 33,4 años en los varones y 31,2 años en las mujeres). Por eso concluyen anunciando que van a replantearse “a fondo la pastoral prematrimonial”, como tarea de la llamada Nueva Evangelización de España.

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