¿Por qué coño aplauden?
ALEJANDRO DE BERNARDO
HOLA, soy funcionario. O lo que es lo mismo, un cabrón que no trabaja, que roba al ciudadano. Un parásito que se esforzó una vez y, desde entonces, vive del cuento. Nunca he recibido una subida anual equiparable al IPC, pero eso es merecido, como las congelaciones salariales y la reducción de sueldo. Nunca he estado en paro, por lo que no he podido cobrar un subsidio compatible con alguna que otra chapuza. Tampoco soy ni un honrado político, sacrificado hasta la esclavitud en busca de las mejoras de mis conciudadanos, ni banquero con contrato blindado ni jubilación millonaria que me permita lujos con los que llenar los bolsillos de mis proveedores. Nada de todo eso. Soy un funcionario de mierda que roba y estafa. Que malversa capitales. Que despilfarra presupuestos, porque el dinero público no es de nadie. Que se ríe de los ciudadanos prometiendo el oro y el moro, y luego no les da, sino que les quita. Pero, eso sí, todo bien consensuado y democrático.
Tras haberme confesado, permítanme una opinión, un desliz tras el discurso de Rajoy. Ahora también sin paga extra de diciembre -ya digo de antemano que me está bien empleado por pertenecer a esa calaña que tanto daño ha hecho a este país por seguir ganando lo mismo cuando los que dejaban el instituto sin saber hacer la “o” con un canuto ganaban de tres mil para arriba doblando hierros o dando yeso a las paredes-, entonces no se acordaban de equipararnos.
Qué fácil es reducirles el sueldo, qué socorrido, manido y trillado recurso. Son culpables, no producen beneficios ni crean riqueza. Culpables. Culpables además de salir a las doce a tomar un café. Culpables además de no estar nunca en su puesto de trabajo. Culpables de leer el periódico en horas laborales. Qué fácil es culparles, qué socorrido, manido y trillado recurso.
La primera afición de España no es el fútbol, sino criticar a los funcionarios. Con lo facilito que debe de ser sacar unas oposiciones, con la vida descansada de los funcionarios, con la nula responsabilidad que tienen, con la jubilación rápida y generosa de la que gozan. Qué envidia… la de tantos funcionarios frustrados.
España no funciona no porque los transportistas trabajen mal, no porque los albañiles no sepan su oficio, no porque los patronos estafen a sus empleados, no porque los políticos sean incompetentes, no porque haya inmensos pozos de fraude. No. Es por los funcionarios. Son muchos, seguramente tienen ellos la culpa de serlo, y viven bien.
Y como culpables que son de las siete plagas de Egipto van a ver reducido su salario. Una vez más. Sigue habiendo autonomías con embajaditas en el extranjero, pero castigamos a los funcionarios; sigue habiendo televisiones públicas con pérdidas, pero castigamos a los funcionarios; sigue habiendo subvenciones a la prensa, especialmente si es en el idioma local, pero castigamos a los funcionarios; sigue habiendo subvenciones (¡última hora!) a quien se saque el carné de conducir en vasco, pero castigamos a los funcionarios; sigue habiendo inflación de aeropuertitos locales, pero castigamos a los funcionarios; sigue habiendo cuatrocientos mil políticos, diecisiete autonomías, cincuenta diputaciones y cabildos, ocho mil ayuntamientos, mancomunidades y miles de patronatos municipales o provinciales, pero castigamos a los funcionarios; sigue habiendo innecesarios traductores en el Senado, pero castigamos a los funcionarios; sigue habiendo Senado, inútil y caro, pero castigamos… ¡A los funcionarios!
De todo esto el gobierno no quiere saber nada: nada se ha avanzado en la remodelación del Estado, nada se ha avanzado en el combate contra la corrupción, nada se ha avanzado contra los consejeros que hundieron las cajas de ahorros, sean profesionales, políticos o sindicalistas. Nada se ha hecho contra las indemnizaciones multimillonarias a quienes con su incompetencia o mala voluntad se beneficiaron de la relajación de quien debía controlar sus excesos. Nada se ha hecho contra los partidos políticos que dejan deudas gigantescas en la banca y que también han contribuido a la desesperante situación actual. Nada, nada, nada de nada. Contra los funcionarios, que es más fácil. De cobardes, pero mucho más fácil.
En Italia, cuando la ministra de Trabajo anunció la no subida de las pensiones rompió a llorar en mitad de la explicación que terminó el primer ministro, Mario Monti, visiblemente angustiado.
En España, Rajoy corta la cabeza a media España y los diputados del PP aplauden y vitorean como si les hubiera tocado el cuponazo. Pregunto: ¿había una sola medida… algo de qué alegrarse?¿Algo que celebrar?¿Algún gesto para el optimismo? Entonces… y perdónenme ustedes: ¿por qué cojones aplaudían?
Para mirar lejos hace falta tener buena vista. Quizás ahí esté la respuesta. Nos pusieron en el camino de la senda neoliberal que siempre han perseguido y que escondieron como siempre en la campaña electoral: acabar con la sanidad pública, con la educación pública, con los servicios públicos, con el Estado del bienestar.
Amigos, creo que es el momento de plantarse. De decir por aquí no paso. Les animo a participar en cuantos actos de protesta se convoquen. Siempre hay otra salida distinta al recorte a los más débiles. Podemos hacer historia si no nos quedamos en casa. Eso o preguntar a Zerolo dónde compra la lotería, que también sería otra salida.
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