El ladrillo no ha llegado a ellas. Accesibles o que requieren una agradable caminata o un barco. Patrimonio para disfrutar de una belleza elemental.
Guillermo Esain 19 JUL 2012 - 17:58 CET65
En los 8.000 kilómetros de costa española aún quedan arenales prodigiosamente salvajes, ignotos para el gran público. Nos tientan con el cebo infalible de la arena y la “sonrisa innumerable de las olas marinas” (Esquilo). Parejas, familias, naturistas o vestidistas, todos en general, lo que más agradecen es la paz, la embriaguez ante el estado de esta naturaleza preservada.
Esta cala pedregosa de apenas 40 metros de largo es la excusa perfecta para una jornada senderista tan fácil (6 kilómetros en total), como abundante en panorámicas. Por la avenida Bochoris de Port de Pollença se cruza la vía de circunvalación y se bordea respetuosamente la casona de la possessió (finca) de Bóquer, que atravesamos más adelante. Son unos 40 minutos de caminata por un fondo ancho de barranco que forma la sierra del Cavall Bernat y que los avistadores de avifauna, ingleses en su mayoría, disfrutan durante las migraciones. Rara vez faltan cabras triscando por las breñas. Escoltada por enormes acantilados, en cala Bóquer lo mejor es sentarse en alguno de los maderos que arroja la marea y fijar la vista en el cabo Formentor. Todo tiene una fuerza elemental, desnuda.
Su nombre responde fielmente a la realidad. Un trozo de naturaleza arenosa que los acantilados han preservado en pleno Gran Bilbao y que demanda un paseo hasta el rompiente. La Salvaje, como llaman a la hondartza (playa) de Barinatxe, se significa por su ventosidad y fuerte oleaje, lo que permite planear a gusto a los parapentistas (www.parapentesopelana.com), y a los surfistas (www.lasalbajesurfeskola.com) ejecutar sus particulares pinitos sobre las tablas. Su raíz naturista pervive en el sector occidental, correspondiente a Getxo; lástima que este año deje de celebrarse su carrera nudista. Para evitar problemas de aparcamiento (es, además, zona azul), muchos acuden en metro hasta Sopelana para tomar después la lanzadera a la playa. El Peñón es siempre referencia chill out en la playa de Atxabiribil.
En la publicidad institucional de este verano, la Xunta de Galicia hace especial hincapié en sus bravos arenales, muy indicados para estas fechas por la acción refrescante del viento. El que lleva por nombre Soesto es poco conocido en la Costa da Morte; salvo para los surfistas, que han hecho de ella el salón de su casa gracias a su orientación noroeste que garantiza oleaje todo el año; en sus tres picos se originan tanto olas de izquierda como de derecha. El Circuito Galego de Surf tiene previsto pruebas los días 24, 25 y 26 de agosto. Soesto es perfecta para quienes rara vez se zambullen en el mar; para los que solo lo contemplan y se extasían mirando la naturaleza primigenia de sus dunas encajadas entre los montes Catasol y O Piñón. Ir andando después hasta la playa de Traba.
Si a un lado de Carboneras se ultima la demolición del hotel El Algarrobico, al otro se desarrollan, esta vez con todos los plácets medioambientales, las obras del nuevo aparcamiento de la playa de Los Muertos, situada en el extremo septentrional del Parque Natural del cabo de Gata-Níjar. Para bajar a esta idílica playa los hay que se dejan caer por atajos. Y no. Lo recomendable es caminar cinco minutos hacia el puerto, sin perder altura, hasta el espectacular mirador playero. Después, sí, bajar hasta la orilla de chinorros (piedrecillas). Las aguas claras, por la falta de arena, ofrecen una ingente paleta de azules. Se remata el escenario con un roquedo desgajado de la meseta volcánica de Mesa Roldán. Cuando sopla el Levante, la playa se revela peligrosísima. Como peligrosa es la tarifa del aparcamiento: cuatro euros.
El verano desaconseja el senderismo en las islas Baleares, razón de más para disfrutar de una travesía marina al parque nacional de Cabrera. Muy divertidas son las que se cubren en lancha rápida (www.marcabrera.com y www.excursionsacabrera.es), tomando como punto de partida Colònia de Sant Jordi (Ses Salines). La excursión a Cabrera se combina con un chapuzón en la cueva Azul y, a veces, un recorrido en torno a la isla principal, Cabrera Gran. En casi todas las excursiones quedan unas pocas horas para disfrutar del maravilloso Port de Cabrera, salpicado con veleros atracados. Unas horas que se barruntan suficientes para caminar en 5 minutos a la cala arenosa de Cas Pagès y en 15 minutos más a S’Espalmador, alfombrada con piedrecillas. Llevar gafas de buceo: el agua es tan transparente que se aprecian con toda claridad sargos y obladas, con suerte algún mero.
He aquí un ejemplo muy representativo y bien conservado de lo que fue el litoral balear antes del desarrollo turístico. Para conocer a la norteña cala Pilar hay que salir de Ferreries y 5,3 kilómetros después del desvío a cala Galdana, desviarse a mano derecha. Tras dejar el coche, proseguir a pie unos 45 minutos. A este desmayo de carmín, por efecto de una falla geológica, lo señala un monumental sistema dunar remontante hasta casi la zona de cuevas. Pilar conserva una fuente y un bosquete mediterráneo, en tanto que sobrevuelan la montaña Mala cormoranes y halcones. Quien más quien menos se embadurna con tierra arcillosa, al parecer de propiedades terapéuticas. Del mar, no fiarse ni un ápice.
Otra caleta aliada del senderista. Y que se ajusta palmariamente al adjetivo costabravense. La Pedrosa ocupa el extremo de un barranco gratísimo que serpea entre lianas y madreselvas. Y, como su propio nombre indica, la tapizan guijarros. Raro es el día en que no fondean barcas tradicionales (llauds) sobre fondos marinos parangonables a los de las cercanas islas Medas. Al encontrarse a los pies del macizo de Montgrí, se oscurece apenas cae la tarde. Llevar prismáticos para contemplar las colonias de gaviotas de la isla Pedrosa y, al otro lado, la roca Foradada, atravesada por kayaks y pequeñas lanchas. Calcular una hora y 15 minutos de caminata desde la Pujada Primavera de l’Estartit.
La de Ons es una isla con vida rural propia que conserva paisajes fascinantes integrados en el Parque Nacional de las Islas Atlánticas de Galicia. Su orografía es alongada; su costa, más bien arisca; su playa de Melide, apacible y segura para el baño. En barco se accede a Ons desde Bueu (www.piratasdenabia.com e www.islasdeons.com) y Portonovo (www.piratasdenabia.com). Tras pasar al menos por el mirador de Fedorentos, se puede caminar desde el puerto hasta Melide (20 minutos): excelsa franja de blanquísima arena como de talco besada por aguas transparentes. Su escenario, en la zona más tranquila y mejor preservada de Ons, conserva el verde de tojos y helechos. Dos cordones dunares acentúan su capacidad de seducción. Obligado es, finalmente, dar cuenta del pulpo insular.
Los proyectos urbanizadores en las proximidades de Es Trenc (Mallorca) y Valdevaqueros (Tarifa) evidencian que ni la crisis logra poner coto a la presión constructora. El viajero hará bien en acercarse a Valdevaqueros para intentar imaginar cómo le podría afectar a esta playa virgen 1.400 plazas hoteleras y 350 viviendas. Admirar a la vez su blancura incandescente, la manera en que el Atlántico dibuja su ensenada; cómo evolucionan windsurfistas y kitesurfistas en zonas acotadas para ello. Extendiéndose la vista se elevan las sierras de Ojén y Betis, quizá algunas vacas cerca de la laguna. ¿Y qué hay de lo intangible? Ese aire alternativo-deportivo-internacional en modo relax. Nada más agradable que sentarse bajo la duna de Punta Paloma, cerca del chorrito del Cañuelo, para ver despuntar el sol en el parque natural. ¡La fascinación del Estrecho!
Esta playa recóndita de un pueblo poco conocido —Liendo— es preciso recorrerla durante la marea baja, por aquello de sacar el máximo partido visual a este festival de acantilados bravíos de naturaleza cárstica. Ya solo la panorámica desde el aparcamiento merece el desplazamiento. A sus espaldas, el valle de Liendo, antiguo lago rodeado de montañas; a naciente, el Solpico, cima del macizo de Candina, punto de anidamiento de una de las dos buitreras costeras catalogadas en Europa. La bajada en pendiente ha sido acondicionada, pero aun así hay que ir ojo avizor en condiciones de humedad. Pisando la arena de grano grueso, a los pies del monte Erillo, la sensación de inmersión natural es plena. Dejando la gasolinera de Liendo a mano izquierda, embocar el segundo desvío a mano derecha por espacio de 1,5 kilómetros.
¿Un arquetipo de playa interior en España, asturiana por más señas? ¿Y, afinando, situada en el concejo de Llanes? ¡Gulpiyuri!, aseverará resuelto más de uno. Solo algún experto acertará con el Monumento Natural de Cobijeru. Que sea salvaje su geomorfología tipo bonsái no implica que no reúna los atributos de una playa verde. Dejar el coche en Buelna (Llanes). Tras el puente ferroviario giramos a la derecha y en 10 minutos la campiña nos deja en un acantilado cárstico con encinas a la vista; profundamente erosionado y por cuyas fisuras entra el mar cerca de donde un arco pétreo —Salto del Caballo— hace las delicias del paseante. La cueva que comunica con el acantilado no está habilitada para el turismo: requiere linterna y bajamar. Cerca está La Vega de Pendueles (http://vegadependueles.com), hotel-casona de indianos especializado en recibir mascotas.
Si la flecha del Rompido conquista con sus 12 kilómetros de arena en paralelo a la costa, el Caño de la Culata lo hace con la vista puesta en la bocana que forma dicha flecha, en un escenario de ría donde convive el camaleón con arenas blancas que la Costa de la Luz hace refulgir hasta cegar la vista. En las últimas casas de Nuevo Portil en dirección a El Rompido surge la rotonda y el aparcamiento del que nos separan 50 metros del caño, piscina natural de agua marina ideal para niños. En su chiringuito, Manuel Gómez atiende a los visitantes desde hace 12 años. Es una terraza que envicia, de la que cuesta moverse, degustando rodajas de corvina y caviar y vodka ruso (su mujer, Tania, es ucraniana). Desde esta zona de baño sin socavones no hay lugar para el aburrimiento debido al trasiego constante de embarcaciones, cuando no por sus atardeceres.
Ajenas al trajín del mar Menor, existen alternativas a mar abierto que despiertan encendidas adhesiones entre los amantes de la naturaleza. De tres kilómetros de largo es la playa de la Torre Derribada, que guarda el Parque Regional de las Salinas y Arenales de San Pedro del Pinatar. A un kilómetro del centro de visitantes arranca la larga pasarela, en sí un compendio de diversidad paisajística: saladares, pinos y dunas, de las mejores en su género de Murcia, que avanzan literalmente como olas lentísimas empujadas por el viento. En los estanques salineros marisquean unos 2.000 flamencos, de gran plasticidad cuando alzan el vuelo. Poco antes del puerto existe otro acceso, más sencillo, a la playa, pertrechado con techado para coches, aseos, observatorios ornitológicos y pasarela. De la torre no quedan vestigios.
Los adjetivos paradisiaco y remoto no siempre se usan con el rigor debido. En el caso que nos ocupa, sí. Güi-Güi (lugar de acantilados en lengua aborigen) responde perfectamente a la fisonomía de playón salvaje, pero que exige cierto arrojo montañero. Su acceso más corto, salvando un risco de 500 metros de desnivel, parte de la aldea de Tasartico. Dos horas y 15 minutos de caminata por un sendero rehabilitado (la señalización llegará a final del verano) para la que se recomienda madrugar, gorro, botas de montaña, bolsa de basura y dos litros de agua por persona. Tomar referencias visuales en la bajada para orientarse a la vuelta. Mirando al Teide nos recibe Güi-Güi Grande, con la nada desdeñable particularidad de contar con manguerita de agua potable. En marea baja se pasa al barranco arenoso de Güi-Güi Chico (observar la tabla de mareas para no quedarse atrapados varias horas), encerrado majestuosamente por riscos afilados. El paraíso canario. La hora límite de regreso en julio: 18.00. Evitar los días tórridos de agosto. El acceso en barco también reviste peligro: no existe embarcadero y la fuerza de las mareas reduce al mínimo el horario de aproximación a la playa.
Acudir a Benijo es hacerlo a uno de los espacios mejor salvaguardados de las islas Canarias: la península de Anaga. Lo mismo que la bajada en coche a Taganana, el descenso a pie a Benijo se beneficia de una radical singularidad paisajística. Habremos dejado atrás el embarcadero del Roque de las Bodegas y la playa de Almáciga, surfera. Para no abrasarse más de lo debido —la arena negra volcánica no perdona—, lo mejor es madrugar, aparcar cerca del restaurante El Frontón (luego daremos cuenta de su pulpo frito; 922 59 02 38), y aprovechar las sombras imperantes. Si coincide la bajamar, mucho mejor. Sus oscuros farallones de relieve accidentado hacen causa común con la fragosidad imperante, y la vista a lo lejos del Roque de Afuera apunta la excelencia visual. Incluso si dominan las brumas por efecto de los alisios, el bronceado está garantizado.
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