La primera acepción que indica la RAE para la palabra desasosiego es intranquilidad, y creo que no hay mejor definición si miramos alrededor nuestro estos días, esta época me atrevería a decir. En España ya se sabe, la cosa no pinta bien; en Estados Unidos para qué hablar, cada uno a lo suyo y Trump a lo de todos; en Iberoamérica Bukele, Daniel Ortega, Maduro, Milei... ya nadie se acuerda de Cuba; Europa tiene también lo suyo, Putin a la cabeza; y qué decir de Oriente Medio, Israel, Palestina, Irán. Es que uno no sabe ya hacia dónde mirar. Tras mis últimos viajes habrá que (re)plantearse seriamente emigrar a Nueva Zelanda o perderse en Alaska.
Salía el otro día del garaje con una amiga y nos encontramos a una persona que me increpó por un asunto del que soy sabedor y que implicaba a mi amiga, la misma que estaba delante; yo no sabía dónde meterme. Pensaba, ¡pero qué necesidad! que falta de tacto, que poco saber estar. La violencia, en cualquiera de sus facetas, está a flor de piel, una pena muy grande. Este encuentro todavía no se me ha quitado de la cabeza, uno nunca sabe si ha reaccionado convenientemente.
Impera la violencia y el desazón generalizado, tenemos y debemos encontrar fórmulas que compensen tanta grisura. Cosas como la sonrisa de un bebé con olor a Nenuco, un beso, la lectura de un buen libro, una ventana abierta al mar, el movimiento del rabo de un perro, acariciar la piel de un burrito o la música de Debussy, se me ocurren. Claro que hay muchas mas y todas válidas.

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