Mural de Miró en el aeropuerto de El Prat.
GIANLUCA BATTISTA - 04/11/2011
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Una ruta turística por los lugares que relatan la vida del artista en Barcelona
ROBERTA BOSCO - 04/11/2011
Hay quien se aventura a pensar que la fijación por las estrellas de Joan Miró se remonta a su primera infancia, cuando desde la cuna veía techos pintados con elementos modernistas, incluidos aquellos cuerpos celestes. Entonces su familia vivía en el edificio del pasaje del Crédit, 4, actualmente integrado en el hotel Rialto (Ferran, 40). Quien quiera dormir bajo los mismos dibujos puede hacerlo en la suite -o habitación 330-, que mantiene los techos de la época (los muebles de inspiración modernista forman parte de la recreación). El artista vivió aquí primero con sus padres y luego con su esposa, Pilar, y su hija, Dolores. Su taller ocupaba el ático. Dejó la casa en 1949 y la vendió en 1955 para trasladarse a Palma de Mallorca.
La casa natal forma parte de un itinerario turístico creado por la Fundación Miró para acompañar la exposición Joan Miró. La escalera de la evasión (hasta el 13 de marzo de 2012) y recorre la ciudad siguiendo las huellas del artista, desde su nacimiento en 1893 hasta su muerte en 1983. Un recorrido hecho de recuerdos, anécdotas y relatos biográficos. Hombre esquivo y discreto, amaba las obras románicas del Museo Nacional de Arte de Cataluña y la arquitectura de Gaudí.
Su relación con Barcelona no estuvo, sin embargo, libre de sobresaltos. En mayo de 1920, decepcionado por el escaso interés que su obra despertaba en Cataluña, se desahogaba con el pintor Enric Ricart: "Prefiero ser un fracasado en París que sobrevivir a las aguas malolientes de Barcelona. Definitivamente, nunca más Barcelona". A pesar de estas palabras, la ciudad fue el lugar donde más tiempo pasó y a la que siempre volvió, incluso para el último descanso. Quería que le sepultaran directamente en la tierra para que le salieran "flores de la panza", aunque reposa en el panteón familiar del cementerio monumental de Montjuïc.
Muy cerca de allí, en un edificio proyectado por su amigo el arquitecto Josep Lluís Sert, se encuentra la fundación que lleva su nombre y que inauguró dos veces: en 1975 y un año después, tras la muerte de Franco.
El patio de juegos
Pero volvamos al inicio. Siguiente parada: la escuela primaria de Miró. Ya no existe como tal, pero queda el edificio con un hermoso portal gótico (Regomir, 13), que da acceso al patio donde jugaba el artista. "No era buen alumno, le gustaba la geografía, pero era un desastre en ciencias", explica Lluís Permanyer en La vida de una pasión. Más tarde, su padre le obligó a estudiar comercio, pero por las noches Miró frecuentaba la Escuela de Bellas Artes Llotja (plaza de Verónica, 2), donde conoció a Joan Prats (galería en Rambla de Cataluña, 54), su amigo, marchante y coleccionista durante toda la vida, y a Modest Urgell, a quien debe, según su propia afirmación, tres de sus formas características: el círculo rojo, la luna y la estrella.
Whisky, Grand Marnier y Dubonnet. La Coctelería Boadas (Tallers, 1) ideó con estos ingredientes en 1978 el Cóctel Miró para celebrar la entrega de la Medalla de Oro de la Ciudad al artista. Fundada en 1933 por un catalán nacido en Cuba, el bar ha sido punto de encuentro de artistas e intelectuales. En una carta colgada en la pared Miró recuerda que ahí tomaba "unas bebidas muy ricas y llenas de invención". A unas manzanas espera la Escuela de Arte Massana, en el antiguo hospital de la Santa Creu (Hospital, 56), que en 1968 acogió la primera retrospectiva de Miró en su ciudad. "Se estaba preparando cuando un amigo le avisó de que en la inauguración estaría Manuel Fraga, ministro de Turismo de Franco. 'Pilar, pásame el termómetro', dijo Miró sin colgar, y al cabo de unos minutos: 'Lo siento, tengo unas décimas y a mi edad no puedo arriesgarme'. No fue. No iba a legitimar el régimen que había rechazado toda su vida", explica Sónia Crespo, guía especializada.
Como réplica a aquella muestra se organizó a principios de 1969 Miró otro en el Colegio de Arquitectos (plaza Nova, 5). En este caso, el artista no solo acudió a la inauguración, sino que realizó una acción pictórica sobre las ventanas. Unos pasos más allá se encuentra el hotel Colón (avenida de la Catedral, 7), donde Miró se alojaba a partir de 1956 cuando visitaba la ciudad. "Si venía solo, se quedaba en la 406, pero si le acompañaba la familia o el arquitecto Sert, prefería la 411, que comparte vestíbulo con la 414", relata Tony Álvarez, empleado desde entonces. "Miró no era descortés, pero tampoco era asequible. A pesar del aspecto y de su baja estatura, infundía respeto", recuerda Álvarez.
Últimas pinceladas
Faltan coordenadas del mapa Miró. Por ejemplo: la galería de Joan Gaspar (plaza de Letamendi, 1), que contribuyó a que el pintor se reconciliara con su ciudad a través de numerosas muestras. O el bar y restaurante Els Quatre Gats (Monsió, 3), donde conoció a Gaudí. O Galerías Dalmau (Puertaferrisa, 18), donde se celebró su primera exposición, de impacto más que negativo. Amaba el Liceu, donde trabajó en diversas ocasiones, y Los Tarantos (plaza Real, 17), su tablao de flamenco preferido. Y tres de sus obras públicas serán especialmente visibles para el viajero: el mosaico Pla de l'Os, en la Rambla; el mural de la terminal B del aeropuerto, y la escultura Mujer y pájaro, al lado de la plaza de España.
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