Ya voté, tempranito, unos minutos después de abrir el colegio electoral que me toca por seguir empadronado en casa de mis padres, por lo que me doy un paseo mañanero desde mi casa a Santa Cruz, la ciudad duerme y en el Ayuntamiento soy en único votante a esas horas. Ya, antes de bajar, me había tomado un café en mi bar de cada mañana, compartido un ratito de conversación y también me quejaba, como haré hasta que vuelva el calorcito, del frío que hace hoy.
Vota es un acto importante, casi único; es el único momento real y verdadero de la democracia, porque una vez se constituya el Gobierno ya se sabe. Y si no recuerden lo que le pasó a Papandreu, que decide pedir opinión al pueblo griego sobre las medidas que Europa (Alemania y Francia) les demanda y en dos días estaba en casa leyendo el periódico y cuidando el jardín. Pues sí, voté y a ver qué nos depara la noche electoral, con sus comparecencias, sus votos escrutaos, sus cuadros, sus gráficos, el júbilo de unos y de otros y esas anécdotas que se suceden elección tras elección.
De vuelta a casa escuchaba en el coche, en Radio 5, que Bashar Al Assad se resiste a continuar con la represión en Siria a pesar del ultimátum de la Liga Árabe o de la presión internacional. ¿Qué tiene el poder que hace que esta gente se aferre a él como si de vida o muerte se tratara? (de hecho ahora parece ser así), ¿no acabará este sátrapa como sus colegas Ben Ali, Mubarak, Sadam Hussein o Gaddafi? ¿qué les mueve a seguir y seguir pese al terrible acoso por todos los flancos que están sufriendo? ¿podemos plantearnos la posibilidad de que realmente estén ahí pensando en su puebo? Yo lo dudo.
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