domingo, 3 de junio de 2012

PATÉTICAS DECLARACIONES

Desprecio de ciudadanos
En este vodevil de acusaciones cruzadas, lo que el Consejo necesita hoy, más allá de las patéticas declaraciones de su presidente, es una inspección a fondo de los gastos de viaje y manutención
Santos Juliá 1 JUN 2012 - 16:49 CET
 
Hay vocales en el Consejo General del Poder Judicial que son realmente estupendos. Uno de ellos, hace unos días, aseguraba que no era momento de tocar un poder del Estado, como diciendo: niños, caca, no se toca. Conclusión: no hay que pedir cuentas al presidente por los fines de semana caribeños que con insólita frecuencia acostumbraba a pasar relajado en Marbella; ni hay que ofrecer a la opinión pública una explicación acerca de los medios de que puede valerse el presidente, y por extensión todos los vocales del Consejo, para viajar a Marbella o a cualquier otro lugar del mundo y cargar viaje, alojamiento y manutención a las arcas del Estado sin necesidad de presentar justificación alguna.
El problema que no ha merecido la atención de estos vocales, rápidos en matar al mensajero antes de remediar lo que el mensaje denunciaba, consiste en que ha quedado al descubierto una práctica que, según su presidente, es habitual en ese organismo: gastar en viajes a cuenta del Estado. Es imposible que el presidente pase tantos fines de semana en Marbella y que nadie en el Consejo lo haya sabido. Por supuesto, lo sabían todos, y alguno ha llegado a decir que había que taparse la nariz. Pero quien se tapa la nariz no impide que la caca permanezca y la peste se extienda: de lugares cerrados solo se va el mal olor cuando se retira la porquería y se abren las ventanas.
Habrá, pues, que abrir ventanas e insistir en lo obvio: lo que revelan los viajes del presidente no puede no ser una práctica más o menos extendida entre los miembros del Consejo, con diversas modalidades, claro: no todo el mundo tiene el aguante necesario para cenar en mesa de dos en Marbella cuatro días a la semana. Se sabe bien lo que ocurre en sociedades donde todos se conocen y se ven las caras: si uno hace de su capa un sayo, y los demás no se inmutan, es porque cada uno está haciendo un sayo de su capa. Si no fuera así, ¿por qué y con qué propósito habría exonerado el Consejo a sus consejeros, con una norma interna, de la obligación de justificar los gastos de representación y de viajes? ¿Por qué la línea de defensa del presidente consistió en un primer momento en reconocer que él había gastado “una miseria” en comparación con lo que gastan otros?
En este vodevil de acusaciones cruzadas, lo que el Consejo necesita hoy, más allá de las patéticas declaraciones de su presidente, es una inspección a fondo de los gastos de viaje, hospedaje y manutención en los que hayan incurrido todos sus vocales en los últimos años cualquier que haya sido su motivo. Una inspección, no por la fiscalía, tan complaciente ella, tan blanda con sus pares, sino por algún auditor que solo nos diga cuánto nos cuestan los veinte vocales del Consejo, y en qué y cómo gastan los dineros puestos a su disposición. Ya sabemos que en sueldos nos salen por el doble que el Consejo de Ministros: el gobierno de los jueces tiene más vocales que ministros el gobierno del Estado, que ya es decir; y en 2011 cada uno de ellos percibía 43.268 euros más de lo que cobra un ministro. Ahora queda por saber cuánto nos cuestan en viajes, hoteles y cenas reservadas: miseria a miseria igual podían ayudar a que Bankia saliera adelante.
Hay que abrir ventanas y ventilar el ambiente. Porque lo que está pasando con este tercer pilar del Estado, que, oye, nene, no tienes que tocar, es solo una muestra más del desprecio de ciudadanos de que hace gala nuestra clase dirigente cuando de los pilares del Estado emana olor a podrido. El gobierno ha respondido a la demanda de una comisión parlamentaria para aclarar la bancarrota de lo que fue Caja Madrid diciendo que no es hora de hurgar en la herida; la elite judicial nos dice que no es hora de tocar un poder del Estado, y de la elite bancaria, qué decir: está tan afanada en apañar millones de la ruina por ella misma provocada que ni se le ocurre dar una explicación. Y los ciudadanos —nos dicen al unísono— que se tranquilicen, que sus ahorrillos están garantizados por los tres pilares del Estado, que esto pasará y que vendrán tiempos mejores. Si se portan bien y no exigen muchas explicaciones.
Pues no, señoras y señores del poder judicial y de la clase dirigente: esto no va a pasar así como así. Para que pase es menester que sepamos por qué y cómo hemos caído en este pozo del que no se acaba de ver el final. Y bueno, seguramente algo tienen que ver las alegrías que todo el que ha podido se ha tomado durante años con los dineros a su disposición, esos dineros que los vocales del macrocefálico y manirroto Poder Judicial se habían autoexonerado de justificar.

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