Cuando el tamaño sí importa
Por: Yahvé M. de la Cavada. 19 de junio de 2012.
Ayer cumplió años un formato discográfico, algo que, en los tiempos que corren, no parece muy importante. Sin embargo, podríamos decir que, gracias a ese formato, la música moderna ha ido por el camino que ha ido. Hasta hoy mismo, la mayor parte de grandes artistas diseñan su carrera partiendo de una base discográfica, desde el momento de grabar una maqueta ruinosa en sus orígenes hasta el obligado “grandes éxitos” crepuscular. No siempre tiene que ver con el proceso creativo aunque, a veces, también. Por eso, esta efemérides, tan poco comentada y celebrada, es más crucial de lo que podría parecer.
El 18 de junio de 1948, Columbia Records comenzó a fabricar el LP de 33 revoluciones por minuto, que en su momento permitía almacenar 23 minutos de música en cada cara. Hasta entonces, el disco de 78 revoluciones por minuto sólo tenía capacidad para unos 3 minutos por cara, una limitación con la que todos los artistas de la época aprendieron a convivir sin resignación ni impotencia, porque siempre había sido así. Durante décadas, cientos de músicos gloriosos demostraron que en ese pequeño espacio de tiempo se podía concentrar una obra de arte infinita. Pero entonces, llegó el LP, el soporte más popular y duradero de la historia de la música grabada.
Dominó en el mercado desde finales de los 40 hasta mediados de los 80, cuando fue desplazado drásticamente por el CD. Menos de 30 años después, el reinado de este ha resultado menos imperecedero de lo que nos prometían, y su hundimiento está irónicamente acompañado de una cierta resurrección del viejo LP.
Sería una ingenuidad creer que el invento en cuestión se creo por motivos artísticos. La posibilidad de meter una docena de canciones en un solo producto era algo fabuloso, en primera instancia, para quienes comercializaban la música. Los músicos, como siempre, en manos de los tipos de la pasta. Pero al mismo tiempo, esa laxitud permitió desarrollar a los músicos dos conceptos ante el gran público: la canción, que ganó la posibilidad de extenderse a placer, y el álbum, desde entonces un collage de piezas que, cuidadosamente construido, es la mejor instantánea para la posteridad que un músico puede desear. Aunque en 1948, ni siquiera se había inventado aún el rock’n’roll.
Los que sí pudieron aprovechar desde el principio las bonanzas de la libertad de grabación fueron los músicos de jazz. El mundo de la improvisación quedaba muy constreñido en el estudio, y las muestras jazzísticas registradas hasta entonces tenían poco que ver con lo que se tocaba en los bares y en los salones de baile, donde la música iba hasta donde la dejasen ir, en largas veladas e interminables jam sessions. La llegada del LP permitió a los músicos de jazz disfrutar de la libertad presupuesta en su forma de afrontar la música.
Unos pocos años después, la tendencia a alargar las piezas llegó al rock. Y no sólo eso, también germinó la idea de construir todo un bloque de música, un trayecto meditado por donde el artista podía dirigir al oyente a través de sus anhelos, sus filias y sus fobias. El bendito LP, en 30 centímetros de vinilo negro, dio a los músicos la oportunidad de crear más allá de un puñado de canciones, por geniales que fuesen. Una herramienta que también fomentó la creación de algunos géneros que necesitaban de espacio para crecer. Gracias al larga duración se construyeron decenas de autopistas entre doctrinas musicales, laberintos en los que, en un mismo viaje, un artista podía moverse entre géneros con sentido y sin perder su identidad.
Sin el LP, los Pretty Things nunca podrían haber publicado S.F. Sorrow, ni The Who Tommy o Quadrophenia. Puede que hubiésemos tenido “Pale Blue Eyes” o “Baba O’Riley”, pero nos habríamos quedado sin Who’s Next. Tendríamos “Voodoo Child” y “Crosstown Traffic”, pero no esa fascinante visita guiada por el cerebro de Jimi Hendrix que es Electric Ladyland. “Dear Prudence”, “Blackbird” o “Helter Skelter” estarían ahí, sí, pero nos faltaría el hermoso y perfecto caos del White Album de los Beatles.
Estoy mitificando un formato, claro, pero parece imposible no hacerlo. Entendámonos, la obra era el fin, pero el LP fue el medio para llevarla a cabo. ¿Qué hubiesen hecho Led Zeppelin, Pink Floyd, The Doors o King Crimson sin la posibilidad de grabar LPs? ¿Cómo hubiese podido registrar Bob Dylan “Desolation Row”? ¿Cómo hubiésemos conocido el A Love Supreme de John Coltrane? La lista es interminable.
¿Chocheo nostálgico? Pues en parte sí, tampoco nos vamos a engañar. Es lógico pensar que, si no hubiese sido el LP, se habría inventado cualquier otro formato, al igual que ocurrió después con el CD y con los diferentes soportes que se han creado desde entonces. Pero la cuestión es que la historia sucedió así. No fue un año antes ni un año después, fue en aquel preciso momento. Aquel día de junio del 48 se puso el primer ladrillo de un edificio que no ha dejado de crecer. Quién sabe, de haber variado ligeramente la historia, nuestros iconos musicales podrían ser otros.
Por todo esto, el cumpleaños de un producto industrial y comercial es tan importante para la música. Porque la vida puede ser una mierda de vez en cuando pero, sea cual sea nuestra situación, siempre hay un disco adecuado para acompañarnos.
2 comentarios:
Hay un par de cosas más que me gustaban de los discos, una era que la música había que cuidarla, era algo que se hacía con atención, limpiar el disco de polvo con cuidado de no rallarlo, colocar la aguja del tocadiscos con delicadeza sobre los surcos... y sobre todo, LAS PORTADAS, esos lienzos de cartón de 30x30 (algunos incluso se desplegaban) que nos han ido dando imágenes míticas de la historia de la música popular; no estaría mal hacer una recopilación de algunas de esas grandes portadas :)
Pues mira Dani, una excelente idea para una nueva etiqueta: COVERS? Gracias
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