Morsi, un gran desconocido aupado por la consigna “el islam es la solución”
El nuevo presidente de Egipto es un hombre del aparato, sin carisma pero con dotes negociadoras.
Ana Carbajosa El Cairo 24 JUN 2012 - 19:01 CET
Mohamed Morsi era el segundón, pero ha acabado siendo el primer presidente elegido libremente de la historia de Egipto. Llegó a la carrera presidencial de rebote, solo después de que descalificaran al verdadero hombre fuerte de los Hermanos Musulmanes, Jairat Shater, lo que le ha costado en Egipto el apodo de “la rueda de repuesto”. Morsi se encontró de repente en primera línea, embarcado en una aventura política descomunal. Para la mayoría de los egipcios es simplemente un gran desconocido.
Dicen los que le conocen que no tiene carisma ninguno. Por televisión transmite una imagen de rigidez muy poco atractiva. Pero da igual, porque aquí lo que cuenta es la organización y no el individuo. No ha ganado Morsi, han ganado los Hermanos Musulmanes, la organización islamista fundada en 1928, que aspira a refundar y “civilizar” Egipto con su programa –Renacer- en la mano. Llevar a la práctica el eslogan de la Hermandad, “el islam es la solución”, es el cometido de Morsi. Como explicaba recientemente una analista en El Cairo, si la Hermandad hubiera elegido a Bugs Bunny como candidato, probablemente también triunfaría.
Su escaso tirón sembró incluso de dudas sobre el paso de Morsi a la segunda vuelta de las presidenciales celebradas hace una semana. Pero pasó, disipando cualquier duda acerca de la fortaleza de la Hermandad.
Morsi es un hombre del aparato. Un ingeniero metalúrgico que ha escalado en la Hermandad a buen paso. Dicen sus compañeros de la Hermandad que ha llegado hasta aquí gracias a sus dotes negociadoras. Dicen que es el hombre junco. Muy flexible y capaz de cambiar de posición si hace falta.
Nacido en 1951 en la provincia de Sharquía, en el Delta del Nilo, Morsi ha pasado parte de su vida en Estados Unidos, donde nacieron dos de sus hijos. Allí se doctoró en la Universidad de Southern california y trabajó como profesor. Como muchos otros mandos de la Hermandad, volvió a Egipto con una excelente formación, decidido a participar en el futuro de su país. Aquí trabajó en la universidad de Zigizag, sin descuidar la militancia con la cofradía. Su carrera académica y su escalada en la Hermandad corrieron en paralelo, como también sucede con otros dirigentes de la cofradía, algunos de ellos grandes triunfadores en el sector privado.
En el año 2000, en tiempos del dictador Hosni Mubarak, cuando los Hermanos vivían en la semiclandestinidad y no podían participar como formación política en los comicios, fue elegido Parlamentario independiente. Fue también portavoz de la Hermandad. Y en 2011, cuando al revolución de la plaza Tahrir logró tumbar al eterno dictador, se convirtió en el presidente del partido de la Justicia y la Libertad, el brazo político de la Hermandad.
Los analistas le consideran un moderado entre los conservadores, pero en ningún caso un reformista. Representa el ala semidura en una organización de limitada democracia interna. Durante la campaña no se ha cansado de repetir que gobernará para todos los egipcios, no solo para los islamistas. Su discurso sin embargo no ha convencido a los sectores más laicos y mucho menos a los ocho millones de cristianos de Egipto. En un alarde de apertura, en los últimos días se ha esforzado por hacer frente común con los grupos revolucionarios y en su partido dicen que piensa incluir en su Gobierno figuras independientes, ajenas a la Hermandad. Pero a la vez que mira para un lado, hace guiños al contrario y promete a los salafistas, la línea ultraconservadora del islamismo, que no se olvidará de ellos.
Sus supuestas dotes negociadoras van a resultarle tremendamente útiles en su nuevo trabajo. No solo va a tener que convencer a la legión de detractores que acumula y que piensan que con él se abre una etapa de oscurantismo en Egipto. Sobre todo va a tener que luchar contra el ansia de poder de los militares que se resisten a ceder el poder al rais elegido en libertad. Como escribía ayer un periódico egipcio, el nuevo presidente nace corto de poder, pero sobrado de gloria.
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