La solución escapa a los políticos
Por: Paul Krugman. 09 de julio de 2012
La cumbre de la Unión Europea celebrada en junio fue sin duda una sorpresa positiva: a efectos prácticos, el bloque latino obligó a la canciller alemana Angela Merkel a dar su brazo a torcer, al menos un poquito. ¿Pero fue suficiente?
En un artículo publicado en internet para Vox, el economista Charles Wyplosz sostenía, razonablemente, que ni mucho menos. “A fin de cuentas, la cumbre fue un pequeño avance en la dirección correcta en lo relativo a la supervisión bancaria, pero sigan atentos; todavía no sabemos qué medidas van a adoptar”, escribía. “No se dijo nada sobre la arruinada Grecia, nada sobre las deudas públicas insostenibles de varios países, y no se puso fin a la recesión que registra un número cada vez mayor de países”.
La principal decisión de peso fue el principio de acuerdo sobre la creación de lo que más o menos es una versión europea del Programa de Alivio de Activos Problemáticos (TARP, en sus siglas en inglés) de Estados Unidos, conforme al cual los fondos para la recapitalización de los bancos los aporta un consorcio en vez de prestárselos a Gobiernos que ya están excesivamente endeudados. Buena maniobra, y los compradores de bonos irlandeses están especialmente contentos. Pero ni siquiera esto surtirá efecto en el acto. (También hubo algunas compras de bonos, pero no por parte del Banco Central Europeo, de modo que su importancia es limitada. De modo que considérenlo una versión muy pequeña del relajamiento cuantitativo).
Lo que sí sabemos es que, al menos en Estados Unidos, el TARP y la relajación cuantitativa quizá sirvieron para evitar el desastre, pero no para producir una recuperación, y Europa tiene el problema adicional de que necesita enormes realineaciones de la competitividad, lo cual sería mucho más fácil si el BCE anunciara una flexibilización drástica, cosa que no ha hecho.
Por tanto, no lo suficiente.
Pero puso a flote los mercados.
Supongo que podrían alegar que esto fue una especie de anticipo, que es el anuncio de otros cambios mayores en la política que se producirán en el futuro. Eso espero. Pero al igual que Wyplosz, sospecho que estamos que estamos reaccionando exageradamente ante el simple, aunque la verdad es que sorprendente, hecho de que no se consumara el desastre.
La cuestión según Hart
Y ahora algo completamente diferente; no he visto que nadie lo señale, pero un artículo muy interesante publicado en The New York Times sobre por qué Microsoft está fabricando su propia tableta era una ilustración perfecta de la teoría de Oliver Hart sobre la empresa.
Un repaso somero: la teoría del economista de Harvard sobre la empresa pregunta por qué confiamos a veces en los contratos –firmo un acuerdo con su empresa para fabricar mi producto– y a veces optamos por el control directo: contrato a gente para que fabrique el producto. Hart ( y otros) sostienen que esa clase de cosas dependen esencialmente de nuestra incapacidad para redactar contratos completos, en los que se especifiquen todos los detalles, y que ese fallo de los contratos puede plantear problemas a la hora de decidir las inversiones. Por ejemplo, si contratan a otros para que fabriquen equipos, es posible que no estén dispuestos a invertir en calidad en la creencia de que usted se va a aprovechar de su condición de único comprador para sacar beneficio.
Y eso, por lo visto, es exactamente lo que ha estado pasando con Microsoft; su dependencia de otra gente para que fabrique ordenadores que utilicen sus programas funcionó muy bien durante mucho tiempo, pero últimamente está ganando el enfoque de controlarlo todo de Apple.
El artículo era pasto excelente para la clase de análisis económicos a los que yo me dedicaría más si no estuviéramos en una situación tan crítica.
Traducción de News Clips. © 2012 New York Times
Sobre el autor:
La solución a la crisis económica pasa por la política. Paul Krugman, probablemente el economista más conocido del mundo, lo tiene claro. Desde su posición progresista –liberal, en Estados Unidos; de izquierdas, en Europa- prescribe su receta. Cuando recibió el premio Nobel en 2008, Paul Krugman (Albany, Estados Unidos, 1957) ya llevaba casi una década escribiendo columnas en el New York Times. Da clases de Economía y Política Internacional en la Universidad de Princeton, antes lo ha hecho en la de Yale, donde se graduó, en la de Stanford y en el MIT.
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