Aquí me tienen, navegando motorizado o motorizado navegando, que no es lo mismo pero es igual, de Gran Canaria a Tenerife en el barco de Armas, uno más grande que en el que traje la moto. Sentado me encuentro, acomodado para la travesía, larga para mi gusto, mientras la moto descansa en la bodega, atada y bien atada, acompañando a un vistoso grupo de Harleys convenientemente negras y lustrosas; muy bonitas, sí, pero ninguna con un depósito dorado con purpurina que brilla bajo el sol como si de la piel de Edward Cullen se tratase. Pero, como el que no se consuela es porque no quiere y mi moto está preciosa, al llegar al muelle me montaré en ella, pertrechado con chaqueta y casco ad hoc, para bajar airoso por la rampa del buque hacia las frías tierras ortigaleras como si de un final de marathon se tratase. Me esperan ¿tres horas?, un bocadillo de queso y jamón serrano que me preparó Pablo, que ya ven que igual desmonta y pinta una moto que prepara unas jugosas viandas españolas; crucigramas online, música y el último libro que me leo: "Esa visible oscuridad" de William Styron. Por cierto, el bocata está muy bueno.
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