sábado, 12 de mayo de 2012

CIAO, AMORE, CIAO

Dalida: una diva es trágiuca o no es
Se cumplen veinticinco años de la muerte de la reina de la canción mediterránea. Su gran amor, el compositor Luigi Tenco, se quití la vida. Y ella quiso seguirle. Tras un intento frustrado, arrastró su corazón roto en una triunfal carrera con amargo final.
Javier Valenzuela
 
No hay necesidad de traducir las últimas palabras de Dalida, son transparentes incluso para el que no hable francés: “La vie m’est insuppor­table. Pardonnez-moi”. Estaban en la nota que dejó para justificar su suicidio el 3 de mayo de 1987, hace 25 años. Tras escribirlas, la diva de la canción mediterránea se tomó una dosis letal de barbitúricos en su casa de Montmartre, en París.
Esta vez consiguió su objetivo. Veinte años atrás, en 1967, ya lo había intentado en un hotel parisiense, pero una camarera la descubrió aún con vida. Aquel primer intento fallido era una expresión del dolor causado por la muerte de su amante de entonces, el compositor Luigi Tenco. Amargado porque su canción Ciao, amore, ciao, que interpretaba junto a Dalida, no hubiera ganado el Festival de San Remo, Luigi, de 28 años, se pegó un tiro en la sien en la habitación de hotel que compartía la pareja. Ella encontró su cadáver tirado en el suelo; un mes después, intentó seguir a Luigi sin conseguirlo.
Dalida no se mató porque su carrera estuviera en declive. Tras haber vendido en todo el mundo más de 125 millones de discos interpretados en 10 idiomas, seguía siendo grande, le llovían los contratos para cantar, para actuar, para posar. No, Dalida se mató porque su corazón estaba roto en mil pedazos. Llevaba así dos décadas, desde la muerte de Luigi. Y aquella noche de la primavera de 1987, su amante del momento, un médico parisiense llamado François, no le hizo la llamada telefónica que ella esperaba, según cuenta Catherine Schwaab en Paris Match, dónde si no.
Era una diva trágica; no hay otro modo de serlo. Y, sin embargo, para millones de personas, ella, la Cleopatra rubia (de rubio teñido en la segunda mitad de su vida), encarnaba la alegría mediterránea de vivir. Cuando bailaba en minifalda el tema de Zorba el griego en algún programa de la tele, los espectadores se alzaban y se ponían a danzar el sirtaki. Y sus salones se inundaban de sol y salitre, de olor a bebidas anisadas y salmonetes fritos, de sonrisas y miradas ardientes.
Con el nombre de Iolanda Gigliotti, había nacido el 17 de enero de 1933 en El Cairo, capital entonces de un país que hace décadas que dejó de existir: aquel Egipto colonial y cosmopolita contado por Lawrence Durrell en su Cuarteto de Alejandría donde, bajo el protectorado británico, convivían musulmanes, cristianos coptos, judíos, griegos, franceses, italianos e ingleses. Su padre, un inmigrante calabrés, era il primo violino de la Ópera de El Cairo; su madre, costurera. Iolanda era muy guapa, una belleza morena, saludable, recia, miope y de ojos ligeramente bizqueantes, y en 1954 ganó el concurso de Miss Egipto. En la Navidad de ese año, se fue a París a intentar emprender una carrera de cantante y actriz.
Lo consiguió. Su primer éxito fue Bambino, en 1956, ya con el nombre artístico de Dalida. Su primer Pigmalión fue Lucien Morisse, director de programas de Radio Europe 1. Con él se casaría y de él se divorciaría a los pocos meses. En 1970, Morisse terminaría suicidándose de un tiro en la cabeza, a los 41 años.
De aquellos tiempos iniciales de la carrera de Dalida, la leyenda cuenta que tuvo un affaire con un Alain Delon recién licenciado de la Legión Extranjera. En 1973, Dalida y Delon conseguirían un disco de oro cantando juntos Paroles, paroles. Todo el mundo pensó que estaban rememorando sus pasiones juveniles.
Enamorada del amor, Dalida tuvo muchos romances, bastantes con hombres casados. Eran artistas, intelectuales, políticos, un filósofo budista, un falso conde de Saint-Germain, un playboy, un abogado, un piloto de avión… ¿Fue Mitterrand uno de ellos? Así se creía en París, hasta el punto de que hubo una época, cuando el político socialista era un opositor al general De Gaulle, antes de que conquistara el Elíseo, en que los iniciados le llamaban Mimi l’Amoroso.
En los años sesenta, el Mediterráneo aún tenía playas vírgenes, y hasta los sitios de moda eran pequeñas y coquetas aldeas de pescadores. Francia seguía siendo un referente universal del glamour y de la inteligencia. Y Dalida estaba en el corazón de aquel mar y de aquel país. Era amiga de Charles Aznavour, Johnny Hallyday, Gilbert Bécaud y Brigitte Bardot. El mismísimo De Gaulle le imponía en 1968 la Médaille de la Présidence de la République. Cantaba en francés, árabe, italiano, griego, hebreo, inglés, español y otros idiomas. Sus vinilos se compraban como las baguettes en una mañana parisiense de domingo (a lo largo de su carrera, vendió en todo el mundo más de 125 millones de discos, consiguió 55 discos de oro y fue el primer cantante en conseguir un disco de diamante).
Llegaron los setenta y Dalida supo reinventarse: se convirtió en una reina de la música disco y en un icono gay. Era una bellísima mujer madura, no paraba de salir en la televisión, y triunfaba con J’attendrai, en 1976, y con Laissez-moi danser, en 1979. Y también continuaba cantando en árabe, aquel idioma que la joven italo-egipcia había usado en sus primeras dos décadas cairotas. Salma ya Salama, un tema tradicional egipcio, se convirtió en uno de los primeros éxitos de fusión étnica en el mundo. Cuando viajaba a su país natal, el rais, el presidente, iba a recibirla al aeropuerto.
Hasta que no pudo más: la vida le era insoportable. Hace de eso ya cinco lustros y, pese a la petición explícita de su nota de despedida, muchos jamás le han perdonado que los dejara de aquella manera.
*Ciao, amore, ciao.
*Paroles, paroles.
*La danse de Zorba.

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