Phelps está en la gloria
Con 19 medallas, tras ganar el 4x200 libre, es el más laureado en los Juegos al superar a la gimnasta Latynina (18). Después de 11 años, el estadounidense pierde por primera vez una final de 200 metros mariposa (plata), superado por el sudafricano Le Clos por cinco centésimas.
Diego Torres Londres 31 JUL 2012 - 23:25 CET
Primero fue una medalla de plata en los 200m mariposa, la prueba que había dominado con puño de hierro desde 2001. Y luego una de oro en los 4x200 libre con el equipo de relevos de Estados Unidos. Dos metales para entrar en el olimpo, en la leyenda de los mejores deportistas de todos los tiempos con 19 medallas olímpicas.
Cinco, solo cinco centésimas separaron a Michael Phelps de su reino, perdido definitivamente en la última brazada de los 200 metros mariposa. Cinco centésimas separaron al mejor nadador de todos los tiempos de su meta, un objetivo que en su plenitud jamás habría dejado escapar. Si por algo se caracterizó el estadounidense fue por sus llegadas furiosas, por su deseo febril de victoria, por su carácter, capaz de impulsarle más allá del dolor, más allá de la asfixia. En su esplendor no habría permitido que un adversario le arrebatara una carrera como la que le ganó el sudafricano Chad le Clos, de 20 años, con el cuarto mejor tiempo de la historia. El cronómetro se detuvo en 1m 52,96s. También se paró el tiempo. Concluyó la época de Phelps y comenzó otra. Once años de dominio acabaron por cinco centésimas.
A Phelps se le quedó corta la última brazada y en lugar de tocar la placa se estiró en el agua inútilmente, como si cayera al vacío. Un error de ritmo le valió perder la oportunidad de convertirse en el primer nadador en la historia en conquistar tres veces consecutivas el oro olímpico en una prueba. A sus 27 años da toda la impresión de haber perdido el fuego competitivo. Dijo que vino a los Juegos a divertirse, pero para un hombre que hizo del esfuerzo y el éxito una vocación, someterse a una sucesión de decepciones deportivas debe resultar irritante. El americano supo el resultado antes de mirar el panel. Se giró, se quitó el gorro y lo arrojó con rabia. Si había una prueba en la que Phelps podía encontrarse cómodo eran los 200 mariposa.
La infancia suele ser una estación más desagradable de lo que se cree. A Michael Phelps le diagnosticaron un síndrome de déficit de atención. Hasta que sus hermanas se lo llevaron a la piscina, se comportaba un chico ansioso que sufría episodios de angustia. Él confiesa que encerrado en ese cubo de cemento cubierto de agua comenzó a encontrar la paz, abstraído en las circunstancias de las rutinas del nadador. La posición de una mano, el ángulo del torso respecto a la superficie, o el cronómetro le liberaban de tensiones. Los 200 metros mariposa se convirtieron en su primera prueba fetiche. A partir de esta especialidad comenzó a construir su reino en los Juegos de Sidney 2000, donde quedó quinto en una final que anunciaba el advenimiento de algo grandioso.
Desde el 30 de marzo de 2001 Phelps batió ocho veces el récord mundial de esta prueba. Le recortó tres segundos. Comenzó por bajar de 1m55,18s, la marca de Malchow, y acabó por establecerlo en 1m51,51s, con la ayuda de un bañador de goma en los Mundiales de Roma de 2009. Nadie se le impuso en esta distancia en una gran competición durante esta etapa. La ganó en Mundiales y en Juegos. Fue su territorio. El espacio que dominaba con autoridad indiscutible. Más allá de todas las inseguridades que le generó su falta de entrenamiento en los últimos años, Phelps se aferró a los 200 mariposa como quien se agarra al último bastión de su carrera en activo. Su derrota en Londres despeja las dudas sobre su estado de forma y, sobre todo, sobre su agotamiento psicológico. Nadie ha hecho lo que ha hecho Phelps durante una etapa tan prolongada. Nadie ha incursionado hasta los 27 años después de cosechar 16 medallas olímpicas con la intención de conseguir más. Mientras le colgaban la plata sonreía. Como si, por fin, aplacada la frustración, se hubiera quitado un peso de encima.
Y luego llegó el oro en los relevos. Estados Unidos se adueñó de la piscina como en los viejos tiempos para recuperar la autoridad perdida en un mundo cambiante y plural. Lo hizo a lo grande en la final del relevo de 4x200, una prueba que ha conquistado tres veces en los últimos cuatro Juegos. Se midió con su mejor batallón disponible, con Ryan Lochte nadando el primero, para abrir hueco, y Michael Phelps el último, para asegurar el título. La distancia media se ajustaba mejor a las figuras que las pruebas cortas y sólo Francia, con el prodigioso Yannick Agnel, consiguió apretar a los americanos hasta la última pared. Alemania se hundió en entre los 400 y los 600 metros. Australia dejó de ser una amenaza a los 400 metros, y a los 600 metros emergió China para alcanzar el bronce arrastrada por Sun Yang.
A Phelps le gusta tanto competir que está dispuesto a someterse al fracaso con tal de poder entablar una disputa. Los Juegos le están exhibiendo con un cuerpo cansado, pero, a sus 27 años, no ha perdido el atrevimiento. No ha venido a Londres para demostrar que es el mejor, porque eso ya lo hizo hace años. Ha venido a medirse a los mejores. Y el mejor en Inglaterra es Yannick Agnel. El francés es un nadador versátil, elegante, joven, y enérgico en su envoltorio de largos miembros de músculos finos. Agnel salió a cazar el oro a un territorio a donde la mayoría habría visto una empresa inabordable. Sus 200 metros finales resultaron memorables. Le dieron vida a la carrera y recordaron que la natación francesa se ha ganado un puesto de consideración. Su tiempo, 1m43,24s fue el mejor de todas las postas. Estuvo a punto de poner a Phelps en verdaderos problemas pero al hombre de Baltimore le quedaba suficiente energía como para nadar su parte en 1m44,05s y meter el oro en caja fuerte. Y para entrar en la eternidad.
▬
London 2012 Olympics- Men's 4x100 Freestyle Swimming Relay