Es salir el sol y la gente sale a la calle, novelera, yo el primero. Si a las 7:30 ya estaba en pie -mis perras no perdonan ni aunque sea domingo, a las 8 ya desayunaba en la cocina con el ventanal hacia el jardín abierto, un café con leche y tostadas con queso a las finas que sobró de nuestra pasadada noche operística. La moto me esperaba en el garaje y, una vez pertrechado con la chaqueta y los guantes me encaminé hacia La Laguna, donde había quedado para desayunar, de nuevo, con mi amigo Luis. Qué pequeños placeres estos en los que se convierten unas tradiciones tales como desayunar con un amigo, hablar de lo humado, de lo divino, de la vida misma.
Aparqué la moro donde siempre, a unos escasos cincuenta metros de la cafetería y, al volverme a colocar la cartera, llaves, dejar el casco y todo el rito consiguiente, me di cuenta que no llevaba dinero encima, ni para un café; pues nada, un atajo y al cajero a sacar algo de dinerito. Así, entre una cosa y otra, llegué a la cita en la cafetería treinta y cinco minutos tardes, después de encontrarme a dos amigos con los que departí unos minutos, a un antiguo cliente con su familia (afortunadamente siguen contento con la casa que les hice, por lo que la conversación fue distendida), otra pareja con su perro y dos llamadas telefónicas. Luis me esperaba pacientemente, él ya con el corazón contento una vez desayunado, de manera que pudimos conversar un buen rato, nos pusimos al día, criticamos al político de turno y a casa.
Hoy se celebra el Día de la Madre, el Día de la Cruz y el Día de las Familias. ¡Felicidades a ti por ello!
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