Marc Chagall, los colores del éxodo
Una doble muestra reúne en la Thyssen y en CajaMadrid 150 obras procedentes de todo el mundo.
Ángeles García Madrid 13 FEB 2012 - 16:30 CET
Marc Chagall atravesó todo un siglo, ¡y menudo siglo!, con sus 98 años de vida. Hijo de la diáspora y víctima de la más convulsa de las centurias, nacido en una familia judía de la ciudad rusa de Vitebsk en los estertores del XIX. Su historia personifica como ninguna otra el drama de la huida permanente y del éxodo impuesto por las revoluciones y las guerras. Dueño de una extensa obra, colorista y aparentemente feliz, los acordes de la música y la tristeza de la poesía fueron el hilo conductor de su producción, rotundamente original pese a coincidir en el tiempo con los grandes movimientos de las vanguardias y participar tangencialmente en algunos de ellos.
Su forma de entender la pintura permaneció inalterable toda su vida, como queda bien claro en la exposición / acontecimiento en La Fundación Thyssen y CajaMadrid. La muestra se abre mañana al público con una imponente selección de 150 obras. En ella, se puede comprobar la fidelidad a sí mismo que Chagall se impuso.
No es la primera muestra que se le dedica en España (la anterior estuvo en la Fundación Juan March), pero sí es la primera que reúne tal cantidad de obras. Conseguir esta colaboración mundial casi milagrosa ha sido posible gracias a dos años de trabajo intenso por parte del comisario, Jean-Louis Prat. Guillermo Solana, director artístico del museo, explicó esta mañana durante la presentación que, en realidad, el proyecto nació hace 20 años, en la etapa en la que Tomás Llorens era responsable de la fundación.
En el Museo Thyssen se exhiben sus primeras obras basadas en las tradiciones, o mejor, en su ruptura con ellas, así como en la relación entre lo sagrado y la poesía, los sueños y la realidad, la luz del color, el poder hechizante de los cuentos y fábulas, su interpretación de la Biblia y de Palestina, lo sobrenatural, la guerra y el Éxodo.
En CajaMadrid están los grandes formatos, la escultura y la cerámica realizados a partir de su retorno a Francia después de la II Guerra Mundial. Instalado en el sur, en Vence, lugar en que residió hasta el final de su vida, experimenta ampliando los márgenes de la pintura. Lleva sus motivos fantásticos a las vidrieras, a los teatros (el techo de la ópera de París, por encargo Malraux o aquellos murales para la Metropolitan Opera de Nueva York) y comienza un tiempo en el que el mundo aplaude su obra con retrospectivas en los principales museos de Europa y América.
Meret Meyer, nieta del artista, confesaba esta mañana estar emocionada ante el despliegue de toda una vida dedicada al arte, como si se tratara de una composición musical. “Entre una sala y otra” ha explicado Meyer,” no hay barreras artificiales, solo instantes de felicidad".
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