Franco, presente... en Arco
Eugenio Merino lleva a la feria una pieza del dictador en una máquina de refrescos.
Peio H. Riaño Madrid 13 FEB 2012 - 21:01 CET
En la pared del fondo del taller del artista Eugenio Merino hay tirado un gran Homer Simpson. Entre el caos de goterones de pintura, latas de poliéster, resinas y herramientas, no hay ni rastro de la escultura que escoció a algunos grupos religiosos en la edición de hace dos años de Arco. Colocó a un rabino sobre los hombros de un sacerdote, que rezaba de rodillas sobre la espalda de un imán tumbado, la tituló Starway to heaven y la vendió por 45.000 euros. Para este año tiene un nuevo invitado a la cocina donde prepara los platos más polémicos de una feria a la que le ha cogido el punto: Francisco Franco.
En Always Franco ha metido al dictador en un frigorífico decorado con el diseño de Coca-Cola. “Franco sigue siendo noticia, no ha desaparecido. Está más de moda que nunca con la ley de Memoria Histórica, Garzón y el Diccionario Biográfico Español”, explica Merino, que nació unos meses antes de que el generalísimo muriera. “Al principio barajé incluir a Mao Zedong, pero no funcionaba tan bien. Franco en una nevera es la imagen de su permanencia en nuestra cabeza”.
Empezó con la escultura de poliéster, resinas, pelo humano y ojos de cristal el verano pasado. Aprendió hace años a perfeccionar la técnica de estos materiales con un diseñador de efectos especiales y ha acudido de nuevo a la gente del cine para el traje a medida del dictador. “La gorra fue lo más difícil”, el resultado se podrá ver en el stand de Arco de la galería ADN, a partir del próximo miércoles.
En estos años de recesión, los veteranos de la feria cuentan que, si la cosa se debilita, se agudiza el espectáculo. Y el contenido de los pasillos deriva hacia obras que tienden a llamar la atención, aunque no todo sea espectáculo. “Arco amplifica cualquier cosa”, explica Merino, para alertar de que, a pesar de ser una feria, lo políticamente correcto gana terreno.
Aún recuerda las reacciones de las comunidades religiosas a las que aludía en su famosa pieza. De esa experiencia ha aprendido que la censura ha cambiado de forma desde que la aplicaba Franco, pero no ha desaparecido. “Para mí, el interés común es lo más importante. Lo que hago no es solo para coleccionistas y museos, pero estamos atados de pies y manos para hablar de lo que uno quiere”.
Este año Merino tendrá, además, apoyo cinematográfico. Pedro Temboury, director de Kárate a muerte en Torremolinos o Ellos robaron la picha de Hitler, seguidor del trabajo del artista, se puso en contacto con él para rodar un documental sobre la creación y repercusión de la pieza de Franco. Es una excusa para hablar de la relación entre arte y política. En la cinta aparecen entrevistas con artistas, críticos y escritores que exponen una visión poco habitual de las relaciones de los totalitarismos con el mundo de la creación.
En ella aparece Santiago Sierra, quien asegura que los artistas siempre han estado del lado de los poderosos: “Les han pintado los santos, los dictadores, es una de las profesiones más cómplices”. “La entraña misma de la política es puro arte y artificio para subyugar a las poblaciones. Los artistas somos parte de ese juego. Fomentamos lo incomprensible, porque el arte es algo que sirve a la burguesía, y el gusto de los privilegiados es siempre contrario al de los gustos populares”.
Sobre la figura del dictador cree que España no ha sido capaz de superarla. Propone una curiosa acción: “Que presten imágenes de Franco a los artistas para que las denigren a placer”. Pero reconoce que un pueblo que esconde sus miedos no está preparado para hacer algo así. “¿Crees que alguien me dejaría hacer una pieza en una de las habitaciones de El Pardo? Eso es intocable. Estamos en un país de intocables”.
Justo en el momento en que las plazas se vacían de su presencia, Merino cuestiona la aparente desaparición de Franco. Y a Temboury, ese ejercicio irreverente le gustó. “Los pueblos son sanos cuando se ríen de su pasado, porque es una manera de enterrarlo. Pero Franco sigue siendo un resorte partidista. Es un fantasma congelado y no se marcha”.
Sin embargo, al artista que más ha analizado la figura del dictador, Fernando Sánchez-Castillo, no le gusta hacer nada específico para Arco. “Algunos creen que es la oportunidad de visibilidad, pero es competir en una jaula de grillos en la que no se entiende nada. Hay especialistas en hacer ‘la pieza de Arco’, pero yo no entro en ese juego. Es mi galerista en España, Juana de Aizpuru, quien decide qué se lleva. Supongo que Franco no vende, por eso no habrá nada relativo a él”, explica. Su galería holandesa Tegenboschvanvreden enseñará la pieza antigua del busto de Franco girando a gran velocidad.
Este año Sánchez-Castillo se centra en una barricada de bronce gigante, un monumento a las calles cortadas por la rebeldía. También uno de los bloques del barco Azor, que en estos momentos se puede ver desguazado en Matadero. Él se define como un arqueólogo del franquismo: busca las estatuas retiradas de Franco, los pelos de las cejas que quedaron en la máscara mortuoria del dictador, la misma embarcación de recreo… “Es un personaje de nuestra iconografía popular. Las artes plásticas llegan tarde. Antes, en los ochenta tocó drogarse y relajarse, ahora toca la estética de la revisión” apunta.
Sí, pero ¿Quién desearía comprar una pieza de Franco? “Alguien que es consciente de que quitar las imágenes y los símbolos de las plazas no hace desaparecer las ideas. Y, sobre todo, alguien que piensa que el arte no debe limitarse a decorar su salón o su oficina”, responde Merino. Cuando despertó, abrió la nevera y el monstruo seguía allí.
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