viernes, 10 de mayo de 2024

UN ABRAZO


El doble fondo
No es fácil soportar la vida a palo seco, como si no hubiera nada al otro lado del tabique. Preferimos un vecino molesto al vacío. O la fe al absurdo, que decía un obispo.
Juan José Millás, 10.05.2024

Si los términos inmanencia y trascendencia jugaran un partido de fútbol, ganaría por goleada trascendencia. De hecho, ha ganado ya. Las liturgias en las que se desenvuelven los enterramientos desde la antigüedad surgen de una fe ciega en la trastienda. Hay algo más allá de la vida, en fin. De la inmanencia, en cambio, es decir, de la idea de que lo que hay es lo que hay, apenas quedan huellas culturales porque cuando uno cree que lo que ve es cuanto existe, se deja de ritos y de mitos. Pero no es fácil soportar la vida de este modo, a palo seco, como si no hubiera nada al otro lado del tabique. Preferimos un vecino molesto al vacío. O la fe al absurdo, que decía un obispo.

El infierno es jodido, pero garantiza la vida eterna, que es de lo que se trata. De ahí su enorme éxito. El otro día, en el telediario, un policía golpeaba las paredes de una casa en busca de un sonido hueco. Cuando lo oyó, sonrió con satisfacción: había dado con un agujero secreto en el que los narcotraficantes guardaban el dinero y la droga. Lo de menos es lo que hubiera dentro: lo importante era la existencia del agujero. Nos gustan los sótanos y los desvanes por lo mismo que nos vuelve locos el doble fondo del sombrero de copa del mago. Todas esas oquedades metaforizan la Oquedad esencial, con mayúscula, de la que las religiones son sus representantes.

Los cuentos de gente emparedada, que a veces suceden también en la realidad, funcionan porque simbolizan la posibilidad de que una de las paredes de la habitación ―aquella tras la que se esconde el muerto o el tesoro― sea falsa. Hay quien cree que la mente sobrevive al cerebro o que tras la maldad se esconde la bondad. Bueno, está bien, es posible, pero quizá vaya siendo hora de reivindicar un poco la idea de inmanencia. Algunos lunes resulta muy tranquilizador saber que solo puedes esperar la salvación de aquello o aquellos que están al alcance de tu vista. O de tu abrazo.

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