jueves, 30 de mayo de 2024

¿CÓMO OSAS?

Ayer, miércoles con sabor a pádel y a jueves, y a fin de semana y casi a aeropuerto, durante una conversación matutina me increpan al disentir con mi interlocutor. 
- ¿Acaso osas...? Mi memoria es mejor que la tuya, no porfíes. 
- Muy bien, tienes razón, ¿cómo competir contigo? 
Me repliego; tú ganas, dije; más vale tener tranquilidad que tener razón, pensé. Él feliz, yo más. Miro la hora, faltan 15 minutos para terminar, más feliz.


Y llegó el cartero con el voto por correo. ¡Bien! Firmo con el dedo en su pequeña tablet -ahora soy yo el que importa- y me apresuro a votar. ¡Hola Raquel, vengo a votar! Sí, tú nunca fallas, me contesta.
Voto y a casa. 
Emplazado estaba con mis amigos, aquellos del "decíamos ayer", parte de ellos, que si no estábamos todos los que somos sí éramos todos los que estábamos, disfrutamos de un reñido e igualadísimo partido de pádel , con sus grititos y todo, terminando al rededor de una mesa comiendo. Como me gusta decir, algo tan simple pero qué placentero. Puro alimento del alma, amistad, buena comida y mejor conversación.
Acalambrado en la tibia de la pierna derecha dormí mal, nervioso por el taxi mañanero del día siguiente, sin que finalmente hubiera incidente alguno que me impidiera llegar al aeropuerto con tiempo para tomarme un café con leche con un croissant (no me van a negar que escribir cruasán no es un poco ordinario) y observar, he aquí el verdadero entretenimiento durante el tiempo de espera aeroportuario.
Si ya es sabido que Occidente se divide ya entre tatuados y no tatuados, ahora me fascina un nuevo estudio estadístico.
¿Se imaginan hoy día a Celia Cruz en un concierto preguntando al respetable ¿quién tiene la bemba colorá?
Lo de las bocabesugo de las (algunas) mujeres es algo digno de estudio, no deben tener espejos en casa, ni amigos, las pobres. Seguro que viven solas y por eso no se dan cuenta. La de ayer, vecina de asientos frente a la puerta de embarque, era de catálogo: alta, delgada, gorra de NY bien calada (me inclino a pensar que la había comprado en el chino de su barrio ayer porque estaba impecable), vaqueros, tacones, camisa blanca, chaqueta de hombre talla grande -así como casual-, pelo largo lacio que atusaba sin parar, bolsito de LV (falso, seguro, del mismo chino donde compró la gorra) y bembas imposibles. Y ahí me detuve, en su boca, tal fue mi fascinación. Me había llamado la atención, a primera vista, por un comportamiento inusual, daba pequeños pasitos con el móvil en alto y, mirándolo, sonreía, movía los labios hacia fuera como si diera besos volados, o ponía cara de estreñida. Claro, lo supe al momento, debía ser una influencer de esas, sacándose vídeos, derrochando intelectualidad (el ¡HOLA! escribiría derrochando complicidad con su entorno, o alguna majadería a la altura). Embelesado ante tal personaje, el anuncio de mi vuelo se escuchó por lo que raudo me acerco al mostrador y paso, son el segundo de la fila, esta vez no puedo sentarme en el pasillo, últimas filas. 
Con la cabeza puesta en el cinturón, el libro para entretenerme, la locución recurrente que me sé de memoria y toda la parafernalia de la toma posesión del asiento, olvidé por completo a mi amiga la infuencer hasta que, voilà, desde mi ventanilla... ¡oh Señor, qué visión! Caminaba despacio tras un amigo con móvil en ristre, que le tomaba fotos (¿o sería un vídeo?) mientras ella hacía muecas, movía las manos o hacía el signo de la victoria. Subió al avión y no la volví a ver, ella sí había conseguido asiento en la cola, pensé.
Apesadumbrado por el final del espectáculo me quedé dormido casi automáticamente, ni lectura ni ambrosía, para despertarme al tomar tierra. Nueva locución, esperen a que les toque su fila para bajar y esas cosas, hasta que mi fila se levanta -calculo que quedaría ya sólo el 20% del avión dentro- cuando, ¡oh gloria bendita!, mi nueva amiga nos obsequió con un acto final. Ignoro cómo lo pudo hacer, posiblemente tuvo un cómplice, pero su maleta estaba en un compartimento sobre una de las primeras filas, de manera que desfilaba contra corriente diciéndonos a todos, uf, qué despistada soy, me iba sin el equipaje. Fue así como, desfile viene, desfile va, el resto del pasaje y yo mismo, observamos como la protagonista del vuelo cogía su maleta y desfilaba de nuevo, esta vez de espalda, por el pasillo desierto de un avión casi vacío hasta perderse de vista. 
Al llegar a la terminal nos esperaba un gran grupo de personas con pancartas y carteles de bienvenida. ¿Será un comité para esta chica? No, me percaté, eran los familiares de los soldados canarios emplazados en el extranjero. Ante tal emocionante encuentro ya se me había ido totalmente la bocabesugo de mi cabeza. Hasta ahora, ya ven.
Celia Cruz, *Bemba colorá.

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