martes, 28 de mayo de 2024

EL PRECIO QUE PAGAMOS

Escribir te pone a prueba constantemente: dónde estás, qué piensas, si cooperas con tu Gobierno, tu Ejército; si tus ansiedades te sirven, o si eres capaz de encontrar tus propias palabras.


David Grossman, escritor israelí: “Los miedos van a dominar durante tanto tiempo que va a ser difícil hablar de paz”
El gran literato, reconocido por su defensa de la paz en Oriente Próximo, se muestra desolado en esta entrevista y vaticina que su país va a ser más de derechas tras el conflicto y con mayores prejuicios hacia los árabes.
Antonio Pita, 28.05.2024

David Grossman (Jerusalén, 70 años) nos recibe con barba. Es, explica, por la muerte de su padre, a los 97 años. Está aún en los shloshim, los 30 días desde el entierro en que los hombres no se afeitan, en el luto de la tradición judía. No parece ser el único motivo de la tristeza que transmite durante más de una hora de entrevista. Es como si también estuviese de duelo por la “situación”, como llaman los israelíes al conflicto de Oriente Próximo en uno de los eufemismos que denuncia en su nuevo libro, El precio que pagamos, una colección de discursos y artículos de opinión, publicado ahora en español por la editorial Debate (en su colección EnDebate), que recogen la mirada hacia su país en los últimos años.

No hace gala de ello, pero es el escritor israelí vivo más reputado, tras fallecer los dos con los que disputaba pacíficamente el podio: Amos Oz y A. B. Yehoshua. Sus obras están traducidas a 42 lenguas y ha ganado el Man Booker International y el premio Erasmus. Desde esa atalaya se sumó el año pasado a las protestas contra la reforma judicial de Benjamín Netanyahu, pronuncia desde hace décadas la palabra medio tabú, “ocupación”, y retiró en 2015 su candidatura al mayor galardón civil del país en protesta por las supuestas maniobras de Netanyahu con el jurado. Grossman es además ensayista y columnista en grandes medios de comunicación.

El día es luminoso y el olor a buganvilla inunda el camino hacia su casa en Mevaseret Zion, en las lomas que dominan la salida de Jerusalén a Tel Aviv y uno de los pocos altos, en un país dominado por desiertos bíblicos, desde los que observar la única tierra en la que se plantea vivir y en la que quiere ver también un Estado palestino. El cuidado hebreo que despliega en novelas, ensayos y relatos ―que hacen que su nombre suene cada año para el Nobel de Literatura― se convierte en dudas al hablar del conflicto. Como si luchasen por dentro el hombre traumatizado por el ataque de Hamás del 7 de octubre, que pronuncia algunos clichés de corrido, con el intelectual lúcido, afable y sensible que perdió a su hijo Uri en combate en Líbano en 2006. Fue el último día, acordado ya un alto el fuego, en uno de esos momentos que muestran aún más la futilidad de las guerras. Como la de Gaza, con la que Grossman hubiera acabado “hace cinco o seis meses”. La foto de Uri nos observa desde una balda de su salón.

Pregunta. Me hubiera gustado hablar con usted sobre literatura o sobre amor, pero es un poco difícil en estos días.
Respuesta. Casi imposible. Cada día bajo al estudio y escribo, pero siento que lo hago más para mantener la cordura. Y está bien. No me importa si saldrá de ahí un libro, porque me sirve, me da un objetivo en la vida. Se ha convertido en un lugar, como tiene que ser. Estos días me gusta ir al Museo de Israel [en Jerusalén], porque me siento rodeado, como si la cultura me protegiese de la brutalidad tan presente y grosera.

P. ¿Qué le está saliendo escribir?
R. La escritura es un intento de llegar a algo más limpio. Puede describir una situación violenta y cruel, pero lo hace con precisión. La guerra es un asunto de masas y el arte es precisamente extraer la voz del individuo. Coge una persona y muestra todo el mundo que tiene dentro, mientras que la guerra apela a lo general, al estereotipo, a los prejuicios.

P. ¿Siente que puede escribir algo que no esté relacionado con el 7 de octubre ni lo que ha pasado desde entonces en Gaza?
R. No creo que los escritores tengan que escribir sobre la política de su época. Creo que enriquece su contacto con la realidad, pero no es necesario. [El Nobel israelí de Literatura Shmuel Yosef] Agnon, el más grande, casi no escribió sobre el Holocausto. Solo aquí o allá, metafórico. Encontró una manera de describir la naturaleza humana sin gritar, con pancartas: ahora pienso esto, estoy contra la ocupación… Siento que pago un alto precio por mi implicación política, más allá de que a la mitad de la gente [en Israel] no le gusta mucho lo que escribo o quien soy. Pero la necesidad de escribir sobre la situación, describirla, comprenderla, es agotadora. También quiero escribir sobre la realidad política de Israel, me permite entender cosas muy profundas sobre el ser humano. Escribir te pone a prueba constantemente: dónde estás, qué piensas, si cooperas con tu Gobierno, tu Ejército; si tus ansiedades te sirven, o si eres capaz de encontrar tus propias palabras. Es terriblemente difícil, sobre todo en tiempos de guerra. Supone hablar en una lengua distinta.

P. ¿Y qué es hoy “hablar en lengua una distinta”?
R. Mi voluntad de comprender más mi situación como persona en una realidad que cambia y se vuelve aterradora y amenazante. Y estoy seguro de que solo hemos empezado a absorber los estragos de la guerra. Me dan miedo las palabras que digo, pero realmente siento que será una época muy difícil. Ahora, incluso.

P. En un texto del libro, del 10 de octubre, se pregunta quiénes serán los israelíes y los residentes de Gaza cuando acabe la guerra. ¿Qué piensa hoy, siete meses después?
R. Depende de la solución que se logre. Creo que Israel será mucho más de derechas y mayor la mirada estereotipada hacia los árabes. Los miedos van a dominar tanto que va a ser difícil hablar de paz, de solución de compromiso, de diálogo. Todas las cosas en las que creo se echarán a un lado de forma grosera. Y no puedo decir que no entiendo a la gente que piensa así. Tienen miedo. Y con razón. Nos despertamos el 7 de octubre con una pesadilla sin precedentes desde el Holocausto. La primera vez que alguien lo dijo pensé que era una exageración enorme, pero hay elementos de una realidad de Holocausto. La gente no va a confiar plenamente en los palestinos. Tendremos que dormir con una pistola bajo la almohada. Es lo que dice la gente y no los critico. Nos hemos alejado mucho de la posibilidad del diálogo o de la paz. Puede que nos fuercen ahora a un acuerdo, pero no nos va a hacer confiar más en los palestinos. Por otro lado, ¿qué alternativa tenemos? Tenemos que aprender a ser a la vez Atenas y Esparta. Dormir con la pistola bajo la almohada, como Esparta, e intentar ser el Estado libre, creativo y mayoritariamente secular que Israel era, o creía ser, hasta el 7 de octubre. ¿Cómo hacemos las dos cosas a la vez? No lo sé.

P. Usa el nosotros, pero querría saber si usted, personalmente, también cree menos en la paz desde el 7 de octubre.
R. En el campo de la paz en Israel, y yo como parte de él, creíamos demasiado en la lógica y demasiado poco en el poder del fanatismo religioso. Y nuestras relaciones con el pueblo palestino no van de lógica. Van a veces de odio, a veces de amor no correspondido, a veces de traición, a veces de voluntad de venganza… Este conflicto es muy emocional y psicológico. Si los palestinos no tienen hogar y sensación de hogar, nosotros tampoco. Así funciona la física humana. Si más y más palestinos entienden y se convencen de que estamos aquí para quedarnos, que no somos como los cruzados, como colonialistas, sino que en la Tierra de Israel nacimos como pueblo, como cultura, como religión, como lengua. No somos extranjeros. Vinimos aquí porque de aquí procedemos. Cuando acepten interiorizarlo, daremos el primer paso hacia la paz. No sé si sucederá en uno, en 30 años o nunca. Solo sé que lograr la paz es ahora un interés superior de Israel, porque mientras no suceda estaremos expuestos a desastres como los que hemos visto este último año. Y sola Israel no es capaz de vencer guerras contra todo el mundo árabe. Es muy difícil aceptarlo, porque nacimos con un sentimiento de victoria. Teníamos mucho desprecio por los palestinos y antes de eso hacia los egipcios, los sirios, los jordanos… Hasta que descubrimos [en la Guerra del Yom Kipur de 1973] que no combaten peor que nosotros. Que Hamás construyó una realidad entera bajo nuestras narices y no nos enteramos.

P. Y cree que, como sucedió con la paz con Egipto tras la guerra del Yom Kipur, ¿puede llevar a largo plazo a gente a pensar que no es posible seguir así?
R. Antes te habría respondido con entusiasmo: ‘Sí, seguro que sucede’. Hoy, menos. No es que esté desanimado sobre la posibilidad de la paz. No me puedo permitir ese lujo. Tengo dos hijos aquí, sobrinos, gente querida… Israel es muy preciada para mí. No puedo vivir en ningún otro lugar. Es mi hogar, relevante. Y yo quiero vivir en un lugar relevante.

P. No está desanimado, pero…
R. Creo que tenemos que ser mucho más cuidadosos, incluso en estado de paz. El trauma de hace siete meses será tan fuerte que nos seguirá afectando. Si en 2005, cuando Israel se retiró de Gaza, los gazatíes hubiesen aprovechado esa oportunidad maravillosa para mostrar al mundo cómo los palestinos saben generar una situación de paz tras décadas de guerra con Israel, en poco tiempo Israel habría empezado a pensar si darles también Cisjordania. Pero, en lugar de eso, Hamás lanzó 4.500 cohetes en los primeros años. Ningún país normal aguantaría eso de alguno de sus vecinos. ¿España no respondería a 20 cohetes? ¿No sentiría que tiene todo el derecho a hacerlo?

P. Sin entrar en un debate, usted sabe que es una comparación un poco rara, porque entre España y sus vecinos no existe un contexto general de ocupación.
R. No consigo entender cómo nosotros, el pueblo bueno y moral, mantenemos durante 56 años a un pueblo entero bajo la bota. Cómo nos hemos acostumbrado, y luego enamorado, de la situación. Pero Gaza eligió perder una oportunidad. También nosotros lo hemos hecho. Y a veces queremos perderlas para que se cree una realidad que pueda justificar nuestra violencia.

P. ¿Cómo se siente con los 35.000 muertos en Gaza, hechos en su nombre?
R. Terrible. La primera semana de la respuesta israelí, tras las atrocidades de Hamás, me parece completamente comprensible. Vas por la calle y alguien te da una bofetada tremenda. ¿No le das una de vuelta? Es instinto. Lo que me sorprende es lo que ha pasado después. Entiendo nuestro deseo de capturar a Yahia Sinwar y a la gente de Hamás, y tenemos todo el derecho a hacerlo. La pregunta es desde qué momento el Estado empieza a ser vengativo. O adicto a la venganza y deja de distinguir entre criminales y terroristas y gente ‘no involucrada’, una expresión horrible. Y ahora que estamos en una realidad de 35.000 muertos porque buscamos a unos cientos… Con eso no puedo. Lo que me digo es que hago lo que puedo, y lo desde hace muchos años, para que esta situación cambie.

P. ¿Cuándo sintió que desconectó, que se cruzó esa frontera?
R. Cuando vi por primera vez las casas destrozadas. La voluntad de venganza. No justifico a Hamás. Es un enemigo terrible. La primera semana sentí no solo que no quería vivir en un conflicto así, sino directamente que no quería vivir en un mundo que permite esas atrocidades.

P. En los textos del libro siento una evolución en su tono. Durante el período de la reforma judicial: preocupación, mensaje contra Netanyahu. Justo después del 7 de octubre, como decía, se nota que no quería existir. En los últimos, más miedo por el tema del antisemitismo, el asunto de los campus…
R. En general es como lo describe, sí. Al principio, con la protesta, éramos cientos de miles de personas marchando por las calles. Una emoción eufórica. Y entonces empezó la guerra. Pero, espere, estábamos hablando de antisemitismo. ¿A usted no le preocupa?

P. En tanto que ser humano, claro. Pero, al no ser judío, no lo voy a vivir igual que usted porque no soy el objetivo.
R. Puede empatizar con eso, aunque no sea judío, porque es un ser humano. Por eso siento, cuando veo manifestaciones contra los judíos o que no quieren que Israel exista... A lo mejor tienen críticas hacia Israel. Es legítimo, yo también. Pero querer que Israel no exista directamente, entre el río y el mar… Eso no. No soy suicida. Israel es el único país del que se puede hablar de su desaparición. O el propio hecho de que los presidentes de EE UU digan en todos sus discursos que están comprometidos con la existencia del Estado de Israel. ¿Se imagina una frase así con España? Pensarían que es una broma.


R. Cuando pones a la víctima y al victimario al mismo nivel pierdes tu credibilidad. Como todo lo que se habla de genocidio, son tonterías perversas. Ni siquiera es que en junio de 1967 Israel se sentase y pensase: ¿cómo voy a destruir ahora al pueblo palestino? Los que de hecho querían un genocidio eran los palestinos. Los israelíes se encontraron en una situación de ocupación y poco a poco descubrieron que tenía beneficios.

P. ¿Usted también recuerda sentir entonces esa euforia? El pueblo judío, durante la mayoría de su existencia, no disponía de armas, y de repente pasa a tenerlas. Y territorio, fortaleza...
R. No creo que más de tres personas no la sintieran. Ahora, en octubre, no es que nos fuésemos a dormir pensando: ‘¿cómo nos despertamos y exterminamos a Hamás?’. Hemos hecho otras cosas estúpidas y criminales, pero sin intención ni voluntad de hacer algo tan horrible.

P. El Tribunal de La Haya analiza eso…
R. No soy juez. Tengo claro que somos responsables del asesinato de tantas personas, niños… es intolerable para mí. Un genocidio depende de la intención. No quiero entrar en cuestiones legales. Lo horrible es horrible, y yo habría querido que esta guerra terminase, no ahora, sino hace cinco o seis meses.

P. ¿En qué es distinto el duelo colectivo que vive Israel del que hablaba y su duelo individual por la muerte de su hijo?
R. No hay un dolor como ese [silencio]. Me cuesta hablar de él. Cada mañana cuando oigo en la radio que un soldado ha muerto, y a los familiares, que están un poco en la euforia del duelo, que existe y es como tocar la eternidad a través de la muerte… Mijal [su mujer] y yo nos miramos y sabemos qué camino largo les espera. Por cierto, no hemos hablado de los rehenes [en Gaza], no le dejo irse sin hacerlo. Es una forma de tortura que no conocía hasta ahora. Cuando pienso en lo que deben pasar es como si cogiese un destornillador y lo metiese en un enchufe. No entiendo cómo no alcanzamos un acuerdo para liberarlos.
"High Noon", BSO; Dimitri Tiomkin. *Theme.

No hay comentarios: