viernes, 27 de enero de 2012

SI TE MUEVES, MATO AL NIÑO

“Yo vi todo el plan aniquilador de Hitler para los judíos”
Georges Loinger, el ‘pasador de niños’, evacuó a 350 pequeños a Suiza y los salvó del nazismo.
Jesús Duva Madrid 27 ENE 2012 - 00:09 CET
 
A sus 101 años, Georges Loinger sigue aceptando todas las invitaciones para dar testimonio de los horrores causados por Adolf Hitler y su régimen de terror. Acaba de llegar en avión desde París a Madrid para participar en un seminario organizado por Sefarad-Israel coincidiendo con el Día de la Memoria del Holocausto, que ayer se conmemoró en Madrid. Loinger tiene energía suficiente para dar una conferencia en la Residencia de Estudiantes y atender a los periodistas. A la hora de la cena se le nota cansado. Inicialmente, no tiene demasiadas ganas de comer. Pero más tarde se animará a dar cuenta de la crema de calabaza y de la pechuga de pavo del menú. Solo bebe agua.
“Estoy aquí porque quiero recordar a las generaciones futuras el plan aniquilador de los judíos trazado por Hitler. Yo lo vi todo”, cuenta cuando se le pregunta qué le mueve a hacer el esfuerzo que supone un viaje para un hombre con más de un siglo de vida.
Loinger organizó en 1942 una red de la Organización de Ayuda a Niños (OSE, en francés) para evacuar a menores judíos a Suiza, ante el peligro que suponía la persecución desatada por el régimen nazi en Francia. Para esas fechas, ya se intuía cuál era el destino de los trenes que partían de Drancy: los campos de exterminio.
La dirección de la OSE encargó a Loinger la creación de un entramado para el paso de niños desde Francia a Suiza, con base de operaciones en Annemasse. La organización ideó una ingeniosa estratagema: Loinger llevaba a los chiquillos a jugar al fútbol junto a la frontera franco-suiza y, cuando la pelota caía en territorio helvético, el niño corría tras ella... y ya se quedaba allí. Estaba salvado. El ardid funcionó porque las patrullas de vigilancia estaban formadas por soldados italianos, aliados de Hitler, que no ponían gran empeño en la tarea, según recuerda Loinger. En esas labores era ayudado por su primo Marcel Mangel, quien con el correr de los años se convertiría en el célebre mimo conocido como Marcel Marceau.
Loinger logró poner a salvo personalmente a 350 de los 1.000 niños que evacuó la trama montada por él. “El peor recuerdo de aquella época está ligado precisamente a mi propia vida. Cuando iba a pasar a mi esposa y a mis dos hijos, apareció una patrulla alemana. Un oficial puso una pistola en la cabeza de mi hijo menor y me advirtió: ‘Si te mueves, mato al niño”, rememora este centenario. Pero, aprovechando un momento de confusión, consiguieron ponerse a salvo y cruzar horas después a Suiza. “No supe nada de mi familia, que estaba en Ginebra, hasta seis meses después”, añade.
El antiguo pasador de niños sería más tarde, durante 25 años, director de la Compañía de Navegación Israelí en París. Hoy preside la Asociación de Veteranos de la Resistencia Judía en Francia.
¿Qué opina del resurgir de partidos neonazis que incluso están llegando al poder en Europa? “Suponen una minoría”, asevera. “Lo esencial es que Alemania y Francia, los países más fuertes, garantizan la estabilidad y nos protegen de ese peligro. Alemania, que tuvo el accidente de Hitler, es una de las grandes culturas del mundo”. Este “ardiente europeísta” afirma que no le da miedo el florecer de estos grupos. “Siempre habrá gente que odie a los judíos”, concluye.
La segunda última oportunidad para juzgar a los cómplices del Holocausto
La principal organización que busca nazis cree que sólo le quedan cinco años antes de que prácticamente todos hayan desaparecido.
 
“Creo que dentro de cinco años ya no se podrá juzgar a nadie”. Con el realismo que da saber que el tiempo es inexorable, Efraim Zuroff director del Centro Simon Wiesenthal en Jerusalén apunta la fecha en que podrá darse por concluido el que tal vez sea el mayor esfuerzo realizado nunca, por amplitud y duración, para tratar de llevara ante la justicia a quienes cometieron un crimen concreto contra la humanidad. Los hombres y mujeres que, amparados y espoleados por el régimen nazi, participaron en el asesinato de seis millones de judíos. Un crimen que marcó el siglo XX y que hoy se conmemora en todo el mundo en el Día de la Memoria del Holocausto.
Al final ha sido el tiempo el mejor aliado de miles de cómplices del Holocausto y la lucha por localizar a los culpables se ha convertido en una carrera contra el reloj. Hace poco más de un mes, el Centro Simon Wiesenthal lanzó la Operación Última Oportunidad II, una especie de tiempo de descuento en búsqueda de la justicia. El último minuto —la Operación Última Oportunidad— comenzó en 2002. “Recibimos más de 4.000 llamadas fiables”, explica Zuroff, quien subraya que “no valía con llamar y decir ‘tengo un vecino de unos 90 años con acento alemán que podría haber estado implicado”. Las informaciones eran filtradas y contrastadas. “Cada llamada tenía que pasar un triple filtro: la información debía ser fiable, el sospechoso tenía que estar en condiciones físicas y mentales de ser sometido a juicio y además no debía haber sido procesado antes por los mismos hechos”, explica.
Los resultados fueron sorprendentes. En nueve años, fueron localizados casi 600 sospechosos firmes, de los cuales, tras reunir pruebas, un centenar fue acusado ante las autoridades de los países en los que residían. “La verdad es que tuvimos mucha colaboración de las autoridades locales por ejemplo en Italia, Alemania, Francia o EE UU”.
Pero desde el fin de la II Guerra Mundial uno de los mayores problemas para jueces y fiscales ha sido probar que los acusados por el Holocausto estaban directamente implicados en los crímenes. Hay multitud de ejemplos, como el de Erich Lachman, un albañil reconvertido en guardián del campo de concentración de Sobibor (en Polonia) acusado de colaborar en la muerte de 150.000 judíos, pero absuelto por falta de pruebas. “Eso cambió completamente con el caso Demjanjuk”, indica Zuroff. En mayo de 2011, Ivan Demjanjuk, quien entre marzo y septiembre de 1943 ejerció como guardián voluntario del campo de Sobibor fue condenado en Múnich a cinco años de cárcel, pese a no haberse probado su relación directa con un crimen concreto. Para el tribunal bastó la pertenencia a los grupos de guardianes de un lugar donde la muerte era algo rutinario. Allí murieron exterminados 250.000 judíos. “Esta sentencia cambia todo”, recalca Zuroff en cuya opinión todavía quedan docenas de casos que pueden ser llevados ante los tribunales, especialmente de Alemania. El caso Demjanjuk ha supuesto esa prórroga añadida en la búsqueda de culpables a la que Simon Wiesenthal, superviviente de Mauthausen, dedicó su vida.
¿Y después de esos cinco años? “Ya nos estamos dedicando a otras actividades sobre todo combatir el antisemitismo desde la educación”, afirma Zuroff, que añade. “Diría que estamos pasando de las aulas del juzgado a las aulas de la escuela”.

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