jueves, 17 de abril de 2025

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Enrique Alpañés, 02.04.2025

Una decisión de política sanitaria tomada en Gales en 2013 creó las bases para un experimento natural de grandes dimensiones. Y este puede haber demostrado ahora que una vacuna puede reducir el riesgo de demencia. El estudio se publica este martes en la prestigiosa revista científica Nature, pero empezó a tomar forma hace más de una década, cuando la escasez de vacunas contra el herpes zóster hizo que las autoridades galesas limitaran su uso a los ancianos que tuvieran menos de 80 años. Esto creó una enorme base de datos de pacientes, vacunados y no vacunados, que podría demostrar una teoría emergente. La que defiende que los virus que afectan al sistema nervioso pueden aumentar el riesgo de demencia.

En 2020, un equipo de investigadores de la Universidad de Stanford empezó a analizar los historiales médicos de más de 280.000 ancianos galeses, y comparó a aquellos que habían recibido la vacuna con los que no lo habían hecho. Vieron que uno de cada ocho adultos mayores, que para entonces tenían 86 y 87 años, había desarrollado demencia. Pero la prevalencia entre quienes habían recibido la vacuna contra el herpes zóster era un 20% menor. “Fue un hallazgo realmente sorprendente”, afirma Pascal Geldsetzer, médico y autor principal del estudio. “Esta enorme señal protectora estaba ahí, se miraran como se miraran los datos”.

Los datos se miraron teniendo en cuenta las tasas reales de vacunación —solo la mitad de la población que cumplía los requisitos recibió la vacuna— y centrándose en ancianos con prácticamente la misma edad, nacidos con una semana de diferencia. El estudio es relevante por lo robusto de sus conclusiones, pero no ha sido el primero en formularlas. Investigaciones anteriores habían relacionado esta vacuna con tasas más bajas de demencia, pero tenían un importante sesgo, explica Geldsetzer: Las personas que se vacunan también tienden a preocuparse más por su salud de formas que pueden afectar a la aparición de demencia.

“Nuestro estudio adopta un nuevo enfoque y, por tanto, aporta un nivel de evidencia muy diferente”, señala el experto. La política sanitaria de Gales ofreció un escenario muy similar al que se daría en un ensayo aleatorio, pero con un número de participantes mucho mayor. Y puede ser incluso más grande. Otros países desplegaron la vacuna contra el herpes zóster de manera similar. En España, por ejemplo, se empezó a vacunar en 2022 a todo aquel ciudadano que cumpliera 80 años, descartando a los que entonces tuvieran más edad. Geldsetzer confirma que su equipo “ha visto el mismo efecto protector en otras poblaciones”, pero esto no se ha analizado a fondo el presente estudio.

El experto asegura que los efectos protectores de la vacuna son “sustancialmente mayores que los de las herramientas farmacológicas existentes para la demencia”. La más prometedora se llama lecanemab. Los resultados de un ensayo clínico muestran que este medicamento reduce el deterioro mental en un 27% en los pacientes con alzhéimer, pero podría estar detrás de la muerte de dos personas. En cualquier caso, es un fármaco para paliar sus efectos, no para evitar su aparición.

La demencia afecta a más de 55 millones de personas en todo el mundo y se calcula que cada año aparecen diez millones de nuevos casos. La falta de avances en la prevención o el tratamiento ha hecho que algunos investigadores estén explorando otras vías, como el papel de ciertas infecciones víricas. Y ahí es donde aparece el herpes zóster.

Se le conoce como culebrilla y es una infección vírica que produce una erupción cutánea. Está causado por el mismo virus que causa la varicela: el varicela-zóster, que después de manifestarse en la infancia, permanece latente en las células nerviosas de por vida. Y puede reactivarse y causar un doloroso tipo de herpes cuando las personas están inmunodeprimidas o alcanzan cierta edad. Se estima que entre los 50 y los 90 años una de cada tres personas presentará en algún momento un episodio de esta enfermedad.

Pero, ¿cuál es el mecanismo que lo conecta con la demencia? “Cada vez hay más estudios que demuestran que los virus que se dirigen preferentemente al sistema nervioso y que hibernan en él durante gran parte de la vida pueden estar implicados en el desarrollo de la demencia”, señala Geldsetzer. Erradicar el varicela-zóster acabaría con esta posibilidad. Pero además hay un segundo mecanismo subyacente. “Las vacunas pueden tener efectos sobre el sistema inmunitario más amplios que la mera provocación de la respuesta de anticuerpos para la que han sido diseñadas”, señala Geldsetzer, con lo cual no es descabellado pensar que puedan tener beneficios para otras enfermedades.

Alberto Ascherio, profesor de epidemiología en la Universidad de Harvard y ajeno a la investigación, se muestra especialmente optimista. “Este es un estudio valioso, el más riguroso que ha sido publicado hasta la fecha sobre este tema”, asegura en un intercambio de mensajes. Por eso, explica Ascherio, “es importante y urgente investigar más, esto podría tener un impacto enorme sobre la salud pública”.

El estudio señala diferencias en el efecto que esta vacuna puede tener en hombres y mujeres, ofreciendo a estas una mayor protección frente a la demencia. “Esto podría deberse a diferencias sexuales en la respuesta inmunitaria o en la forma en que se desarrolla la demencia”, explica Geldsetzer. Las mujeres tienen, de media, una mayor respuesta de anticuerpos a la vacunación. Se sabe que ellas generan más inmunidad contra la gripe que los hombres tras ser vacunadas y esto también se vio claramente en las últimas fases de la pandemia de covid.

“Por otro lado, también sabemos que tanto el herpes zóster como la demencia son más comunes en mujeres que en hombres”, añade el experto. Según la fundación Alzheimer España, la prevalencia de las demencias en nuestro país es de un 11,1% para las mujeres y un 7,5% para los hombres. Estos datos podrían explicar por qué la vacuna protege mejor a las mujeres, pero los investigadores no han sido capaces de probarlo de manera contundente.

El presente estudio abre la posibilidad de investigar una nueva vía para reducir la incidencia de la demencia, una enfermedad muy extendida y cuya investigación no termina de cristalizar en un tratamiento efectivo. Pero no deja de ser eso, una posibilidad. El equipo de Geldsetzer ha observado a nivel poblacional patrones en todas las poblaciones que han vacunado a sus mayores de forma arbitraria. “Pero lo que realmente necesitamos para convencer a la comunidad médica es un ensayo clínico”, explica el experto. Esto podría terminar de demostrar su prometedora hipótesis. Además de señalar interesantes variables, como cuál sería la edad ideal para administrar esta vacuna, maximizando sus efectos protectores. El mismo estudio, en sus conclusiones, señala que “si estos hallazgos son realmente causales, la vacuna contra el zóster, será mucho más eficaz y más rentable para prevenir o retrasar la demencia que las intervenciones farmacéuticas existentes”. Pero para confirmarlo es necesario seguir investigando.


Nuño Domínguez, 16.04.2025

Dos ensayos clínicos en un reducido número de pacientes con párkinson han demostrado que los trasplantes de células madre en el cerebro son seguros y no causan efectos secundarios peligrosos. Las intervenciones se han realizado en apenas 19 pacientes, y su objetivo principal era solo estudiar la seguridad, pero ambas han mostrado también efectos positivos, como una reducción de los movimientos involuntarios que caracterizan a esta enfermedad incurable.

Esta dolencia descubierta por el paleontólogo, cirujano y geólogo británico James Parkinson hace más de dos siglos es la segunda enfermedad neurológica más frecuente, después del alzhéimer. Unos 10 millones de personas la padecen en todo el mundo, unos 150.000 de ellos en España. Aunque la mayoría de pacientes son mayores, hay un 15% de personas que la desarrollan antes de los 50 años, y en ocasiones los primeros síntomas no son motores, sino psiquiátricos, como la depresión, sin que esté claro por qué.

La causa de la enfermedad de Parkinson es la muerte de un tipo de neuronas encargadas de producir dopamina. Este neurotransmisor juega un papel esencial en el estado de ánimo, pero también en la locomoción y en los mecanismos de recompensa. Desde los años 60, el párkinson se trata con el precursor de la dopamina, la levodopa, que suele aliviar los síntomas. El problema es que con el avance de esta enfermedad crónica cada vez quedan menos neuronas dopaminérgicas a las que tratar con ese fármaco, con lo que los movimientos incontrolados, la rigidez y otros síntomas vuelven a surgir.

En la década de 1980 se realizaron los primeros intentos de tratar esta enfermedad con un trasplante de neuronas. En aquella época la única forma de hacerlo era extraerlas del cerebro de fetos humanos e implantárselas a los pacientes. Los ensayos tuvieron resultados positivos en algunos pacientes, pero el tratamiento quedó en dique seco por su escasa viabilidad y los impedimentos éticos.

Ahora, dos ensayos clínicos retoman el camino usando como fuente dos clases de células madre capaces de convertirse en cualquier tipo de tejido. En el primer ensayo, dirigido por médicos y científicos japoneses, se ha recurrido a células madre reprogramadas a partir de células adultas de la sangre de un donante japonés. Los investigadores convirtieron esas células madre en neuronas fabricantes de dopamina, y luego las implantaron en el encéfalo de siete personas con párkinson. El injerto se hizo en el putamen, una estructura situada casi en el centro del encéfalo y que está conectada con una estructura aún más profunda, la sustancia negra, donde sucede la muerte de neuronas dopaminérgicas. El estudio muestra que las neuronas implantadas comenzaron a producir dopamina sin generar tumores, que era el gran temor sobre este tratamiento experimental. Los resultados se publican hoy en Nature, referente de la mejor ciencia mundial.

En un segundo estudio, médicos de Estados Unidos y Canadá realizaron un trasplante similar a 12 pacientes usando un fármaco experimental basado en células madre embrionarias, el bemdaneprocel. En este caso, los resultados muestran que las neuronas dopaminérgicas sobrevivieron al trasplante y no generaron movimientos involuntarios causados por el injerto, que era otro de los grandes miedos sobre estas terapias.

El objetivo de estos primeros ensayos era solo demostrar la seguridad de los trasplantes, pero ambos han registrado mejorías en la mayoría de los pacientes. Los movimientos involuntarios se redujeron hasta en un 50% tras un seguimiento de 18 meses, en el caso del estudio americano. El ensayo japonés, que duró dos años, detectó eficacia en todos los pacientes analizados mientras estos tomaban su medicación habitual (un subgrupo de seis) y en la mayoría de ellos incluso sin medicación (cuatro).

El neurocirujano de la Universidad de Toronto Andrés Lozano, nacido en Sevilla hace 65 años, es uno de los autores del ensayo americano. El médico enfatiza que este tratamiento no es una cura de la enfermedad, solo una intervención para mejorar los síntomas. Pero comparado con otros tratamientos experimentales, como la estimulación cerebral profunda, que requiere el implante de electrodos en el cerebro, el trasplante permite “reponer” las neuronas perdidas. Esto tal vez consiga “reconstruir el circuito cerebral que está dañado por la enfermedad de Parkinson”, destaca el investigador.

Los dos trabajos tienen limitaciones. El número de pacientes es demasiado reducido para demostrar la eficacia con fiabilidad estadística. Además, en este caso tanto los pacientes como los médicos sabían quiénes estaban recibiendo el tratamiento, lo que implica un posible y potente efecto placebo. Para demostrar la efectividad real de estos tratamientos hay que hacer un ensayo con más pacientes y que ni estos ni los médicos sepan quiénes reciben el trasplante. Esto supone tener un grupo de control al que se le trepanará el cráneo, pero no se les implantará nada. El grupo de Lozano ya está en proceso de que las autoridades estadounidenses y canadienses aprueben este tipo de ensayo —de fase 3—, cuyo objetivo principal sería ya probar la efectividad del trasplante. El cirujano cree que estos tratamientos “son prometedores”, ya que no solo podrían actuar contra la enfermedad de Parkinson, sino también contra otras dolencias caracterizadas por la muerte neuronal, como el alzhéimer y la enfermedad de Huntington.

Ambos trabajos aportan un importante avance para la aplicación de terapias celulares de forma universal. Hace 12 años, Jun Takahashi, líder del experimento japonés, probó un trasplante en macacos basado en células madre derivadas de la piel del propio animal, en teoría para evitar rechazos. En 2020, un equipo estadounidense hizo un trasplante similar a un paciente de párkinson basado en células extraídas de su piel, reprogramadas e injertadas en su cerebro. En estos dos nuevos ensayos el material de partida son líneas de células madre estandarizadas que potencialmente se pueden aplicar a muchos pacientes, lo que acerca la posibilidad de usarlas de forma generalizada, rebasando la necesidad de tratamientos personalizados, mucho más caros.

El neurólogo Pascual Sánchez, que no ha participado en los ensayos, resalta su importancia. “Ambos estudios son bastante prometedores”, opina. “Es una línea de trabajo muy interesante que consiste en una terapia sustitutiva aplicada in situ y que potencialmente daría menos problemas de rechazo”, explica. Lo más importante es que en ambos casos no hayan aparecido tumores ni efectos neurológicos derivados del trasplante, resalta Sánchez. No obstante, el director de la Fundación CIEN destaca que hacen falta ensayos más grandes y con un periodo de seguimiento mayor para demostrar que los trasplantes son efectivos y que sus efectos perduran en el tiempo.

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