Me despierto con las gallinas, como siempre, y escucho un sonido extraño, lluvia. Rara, rara, acá donde vivo, me alegró ver el agua cayendo sobre las jardineras bajo el ventanal del salón. Lluvia que, como era de esperar ya cesó. Da un poco de vergüenza comentar un hecho tan frívolo visto lo visto (y lo viendo) en Levante y en Andalucía, que parece no tener fin.
Un café avainillado para empezar la mañana, lectura rápida del periódico online, repaso de los libros con los que ando ahora, ventana abierta de par en par para que entre el fresco mañanero y húmedo, para acabar encendiendo el ordenador para aprovechar el tiempo, no antes hablar un rato por whassap con mi amigobro G. Me falta sólo un salto a la farmacia, pero todavía es temprano.
He vuelto a la lectura, si no compulsiva, casi. Caótica sí, como siempre. Me parece que tengo tan poco tiempo que sigo leyendo varios libros al mismo tiempo y echando un ojo a las contraportadas de los que tengo en espera por si decido comenzar otro. Este método de lectura es terrorífico, lo sé, pero es el que tengo asimilado y con él disfruto. Debo compensar con este caos mis ansias por escribir, para lo que nunca encuentro tiempo suficiente, ni orden ni concierto.
Me acerco a la farmacia en moto, asfalto mojado, se ve en pocas ocasiones. Voy y vuelvo, 15 minutos a lo sumo, la farmacia está relativamente cerca y aquí no hay tráfico. Aprovecho para ponerle gasolina y comprar un número de lotería navideña; sí, lo sé, las estadísticas y sus probabilidades, pero lo que es un hecho al 100% es que si no compras seguro que no te toca.
♫
Henry Purcell, *Abdelazer. Rondeau.
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