Por desazonadoras que sean las circunstancias, estas no deben ser excusa para que el hombre renuncie a la tarea esencial de simbolizar y conocer.
Víctor Gómez Pin, 23.11.2024
Cada año tiene lugar en noviembre el Día Mundial de la Filosofía y la UNESCO llama a las instituciones culturales a celebrarlo con énfasis. Este año además se da la circunstancia de que tuvo lugar en Roma el Congreso Mundial de Filosofía, eslabón en la cadena de los celebrados quinquenalmente desde hace más de un siglo, en muy diferentes lugares: Atenas o Estambul, pero también Seúl, Pekín o Moscú. Esta diversidad geográfica es ya indicativa del carácter efectivamente mundial de la filosofía, reivindicado en el título de ambos eventos: la filosofía saltando barreras geográficas y lingüísticas y situándose en la intersección de múltiples disciplinas.
Una mirada a las publicaciones filosóficas de los últimos años o simplemente al programa del congreso de Roma, muestra que la filosofía aborda desde interrogantes planteados por la inteligencia artificial o la física cuántica, al análisis de las causas sociales de discriminación en la historia del pensamiento, pasando por cuestiones relativas a la pluralidad de civilizaciones, problemas de la biodiversidad y el entorno, o la diferencia entre percepción estética y juicio científico. En suma: todo el espectro de temas que plantea, por un lado, la interrogación sobre el ser de las cosas naturales y, por otro lado, la interrogación sobre aquello que concierne al ser del hombre. Pero, se preguntará quizás el lector, si se tratan asuntos tan dispares, ¿qué justifica su inserción bajo la rúbrica general de filosofía? Respuesta difícil, que remite a la pregunta sobre qué se entiende por filosofía.
Las esferas del espíritu humano pueden dividirse en dos categorías: aquellas que son universales antropológicos, es decir, que se hallan presentes en toda sociedad de seres de lenguaje, y aquellas que tienen fecha, lugar y hasta lengua de nacimiento. Ejemplo paradigmático de las primeras es la música. La antropología da testimonio de que no hay comunidad humana sin música, y hay razones para afirmar que la música es inherente al fenómeno mismo del lenguaje, de manera que una comunidad humana sin música equivaldría a una comunidad “humana” sin lenguaje. Pues bien.
Algunos sostienen que la filosofía es también una disposición universal, cuyo fondo invariante se diversifica en la pluralidad de las civilizaciones, de tal manera que cabría hablar de una filosofía hindú, china, olmeca, o griega. Se daría en toda cultura una serie de interrogantes que cabría calificar de “filosóficos” en un sentido laxo, pues ¿qué colectivo humano no se ha preguntado sobre el ser humano, su origen y su destino? Sin duda, en el confucionismo o el hinduismo interrogantes de este tipo han dado lugar a tentativas de respuesta que han contribuido a una concepción del mundo.
Sin embargo, para otros, la filosofía difiere de una mera concepción del mundo. La filosofía propiamente dicha tendría arranque en las costas de Jonia y en la lengua griega, apareciendo como resultado de una reflexión sobre la naturaleza (physis), que sería embrionariamente ya una física, pero que genera interrogantes que no tienen respuesta ateniéndose a la ciencia natural, y exigen la consideración del papel del ser humano. Así, aunque todas las concepciones del mundo hurgan en la cuestión del ser del hombre, la originalidad del planteamiento griego residiría en que esta cuestión surgiría como resultado de una reflexión racional sobre el entorno natural. Todas las modalidades de la filosofía (ética y estética incluidas) llevarían la marca de este origen.
Entre estas dos posiciones, una tercera, a mi juicio muy interesante y que posibilita hallar un hilo conductor en la multiplicidad temática que la filosofía presenta. El pensamiento jónico, arranque formal de la filosofía, se hallaría profundamente marcado por civilizaciones como la mesopotámica, la egipcia o la del valle del Nilo. Así, la filosofía sería un confluir de diversas concepciones del mundo en la emergencia que supondría el pensamiento jónico. Lo esencial sería el salto cualitativo que la disposición filosófica supone en la forma de abordar problemas comunes a toda cultura humana.
Constituyendo una emergencia puntual en la historia humana, la filosofía no sería un universal antropológico, lo cual no significa que no esté a punto de serlo. Tampoco la ciencia en el sentido estricto del término (otra cosa es la técnica) se ha dado en toda comunidad humana, y, sin embargo, hoy constituye un patrimonio de la entera humanidad. De hecho, la universalización de la ciencia acarrea la universalización de la filosofía. Pues la filosofía se renueva cuando las disciplinas particulares abordan problemas que ya no responden a cuestiones técnicas internas, sino a ciertas aporías que estas presentan en relación con sus propias exigencias de inteligibilidad. Ejemplo emblemático: se puede alcanzar el premio Nobel de Física trabajando en un laboratorio con experimentos que suponen un cuestionamiento de principios esenciales del orden natural, así el llamado principio de localidad, sin plantearse lo que tal cuestionamiento supone para la concepción general del mundo y el estatus del sujeto del conocimiento. Pero si se da el paso hacia tal interrogación, surgen entonces múltiples interpretaciones, todas ellas compatibles con las descripciones y previsiones de la física, o sea, concordantes desde el punto de vista estrictamente técnico. Y como ese paso ha sido dado por los propios físicos, cabe decir que en nuestro tiempo la filosofía es el destino de la física.
En suma, la filosofía es hoy riqueza espiritual de toda la humanidad. Y aquí un asunto peliagudo. Desde una gran filosofía, con raíz en la lengua alemana y que ha marcado profundamente el siglo XX, se ha sustentado en ocasiones la idea de que ciertas lenguas serían particularmente aptas para la filosofía. Objeción inmediata. Descartes y Galileo escribiendo en lengua francesa e italiana (entonces lenguas consideradas no cultas) dos obras que han supuesto un hito a la vez científico, filosófico y hasta literario (El Discurso del método y el Diálogo, respectivamente, son también patrimonio de las literaturas francesa e italiana), mostraban que toda lengua es potencialmente equiparable a toda otra, aunque circunstancias históricas hayan marcado un destino privilegiado para algunas de ellas, empujando a muchas hacia los arcenes de la cultura.
Nacida en la lengua griega, como resultado de multitud de influencias, la filosofía estará presente simplemente allí donde una lengua esté en condiciones sociales de acogerla. En las universidades de Pekín, excelentes filólogos hurgan en los manuscritos de Platón y lo vierten a la lengua china. En la universidad pública de la isla de Malabo (Bioko en las lenguas autóctonas) funciona desde hace un tiempo un departamento de filosofía. En un reciente debate se habló de las posibilidades de abrir su enseñanza a las modalidades locales de la lengua bantú, y se avanzó que de alguna manera el problema es estrictamente técnico y presupuestario. Ejemplo bien cercano: hace cincuenta años era difícil encontrar textos filosóficos en euskera; hoy existen traducciones de Aristóteles, Kant, Descartes, etcétera, y los estudios de filosofía se pueden hacer íntegramente en esa lengua. Este trabajo de dignificación de una lengua (recuérdese, no indo-europea) se fue fraguando ya bajo el franquismo.
Pues, por desazonadoras que sean las circunstancias, estas no deben ser excusa para que el hombre renuncie a la tarea esencial de simbolizar y conocer, tarea que en una etapa del espíritu humano tomó forma de filosofía. Para indicar que aun en la penuria cabe la disposición filosófica, he señalado a veces que la filosofía es análoga a la hiedra parietaria, a la cual (indicaba Marcel Proust) “basta un rayo de luz para nacer”. Se ha hecho filosofía en campos de concentración, al igual que en un campo de concentración Olivier Messiaen compuso el Cuarteto para el fin de los tiempos.
Messiaen, *Cuarteto para el fin de los tiempos.
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