Volví a dormir mal anoche. Sí, como antes. No se trata esta vez de pesadillas vívidas ni de estómago lleno por una cena más que frugal, simplemente abrí los ojos a las 3 y se acabó lo que se daba. A esa hora poca cosa se puede hacer y más cuando había reservado un taxi para las 9 de la mañana con destino al aeropuerto, de manera que me leí una revista de viajes monográfica de NY, terminé el primer tomo del cómic "Animosity" y un capítulo de la serie "The Head", al 5º, creo, que nunca termino de ver. Entre una cosa y otra llegué a las 8, hora de empezar a desmontar el chiringuito en mi pequeño despacho-dormitorio santacrucero.
Ayer, al llegar por la mañana, me encontré de frente a una señora -calculo que de unos 80 años- que estaba sentada en el murete del antiguo Correos de la Plaza de los Patos. Sentada, apoyada en el asa de un carrito de la compra, con cara y actitud de estar cansada. Voy a preguntarle si necesita ayuda, pensé, cuando ella me miró y me dijo: ¿tendría algo para comprar comida, por favor? Tenía 5€ y se los dI, pensando que me había comportado como un muerto de hambre.
Llegué a casa de mi madre, la saludé y cogí el coche para subir a almorzar con mi amiga E que había vuelto de Galicia. Sentados ambos en el restaurante no se me quitaba de la cabeza la señora del carrito de la compra (carrito vacío, me temo).
Éste es el mundo en el que vivimos.
Hoy tampoco me he olvidado de ella porque volví a pasar frente a la misma esquina. Ahora cocinando: crema de zanahorias y setas con langostinos sobre puré de papas.
¡Qué mal repartido está todo!
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