Por esas ironías de la vida, dejo Villa Augusta inmerso en una ola de calor, razón contraria por la que me mudé al Ortigal; parecería que la casa se venga de mí.
11 horas de calor y embalaje, de absoluta entropía, de ordenado desorden, de botellas de agua fría y Aquarius de limón; con la vista puesta en el otro lado del puente. Termina aquí lo que empezó tras Pin y Pon, una casa para Augusta, que luego lo fue para Octavia también, para los almuerzos familiares de los domingos, para Pablo, para mis amigos, para mí. Una casa con biblioteca y jardín -la felicidad completa de Cicerone- que ha dejado marcada la sombra de los libros como si de un código de barras se tratara.
Las despedidas, cuanto más cortas mejor. La procesión, ésta que va por dentro, también pasará, despacio, arrastrando las cadenas, pero pasará. Ya lo dijo Calderón: una sombra, una ficción, y el mayor bien es pequeño; que toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son.
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