De pelos y demonios
Paco Déniz
marzo 21, 2015. EL ALMENDRERO DE
NICOLÁS
Cuando era barbilampiño el
demonio se llamaba la Unión Soviética, cuando comenzó a salirme la barba se
llamaba Cuba, luego, más tarde, cuando ya era un peludo, se llamaba Herri
Batasuna, cuando los rizos se alisaron sin pedir permiso se llamó Cataluña, y ahora
que me quedan tres pelos se llama chavismo. La pregunta es: ¿cómo se llamará el
demonio cuando estemos todos calvos? Vete tú a saber, a lo mejor se llama
República Española o República Democrática del Archipiélago Canario.
¿Timaginas? Valdría la pena ser calvos para entonces. El caso es que para todas
las épocas, los que tienen mucho que perder fabrican demonios, y cala, vaya que
si cala.
Sin ir más lejos, y teniendo en
cuenta lo temeroso que somos los canariis, anda la gente preguntado que si es
verdad que el de la coleta te quitará una casa si tienes dos, que si esto se va
a llenar de venezolanos, que quién es el último de la cola. Y así, aireando el
miedo, comienza la gente a asustarse por el probable cambio anunciado. No
obstante, llama poderosamente la atención que, a estas alturas, la derecha y la
socialdemocracia que están todos por el lado de allá del centro en dirección
este-nordeste, es decir, a la derecha y jugando pa los de arriba, sigan con la
cantinela del miedo para ganarse algunos votillos disuadiendo de apuestas
arriesgadas por novedades políticas que están apunto de entrar en las
instituciones con fuerza por el flanco sur-suroeste. Aunque también llama la
atención que todavía haya personas que se crean semejantes patrañas. No
escarmentamos.
Definitivamente, creo que en el
debate político actual faltan argumentos y un debate profundo sobre cómo
organizar mejor esta sociedad, argumentos que analicen si el tipo de azufre que
echan los comunistas y conversos por la boca tiene relación directa con la
ingesta de niños y, lo que es peor, de niñas. A Esperanza Aguirre, musa de la
Santa Inquisición, y a Bravo de Laguna, redescubridor del pleito insular, les
funciona, y tienen un buen pelucón, como si el tiempo no pasara por ellos.
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