Escrito en una pared, con trazo torpe y desesperado, alguien dejó un mensaje que pesa más que muchos discursos parlamentarios: “Inmigrantes, por favor, no nos dejéis solos con los españoles”. El muro no tiene nombre, pero tiene voz. Una voz rota que suplica. No se refiere a todos los españoles, por supuesto, sino a esos que hoy gritan desde los escaños del Congreso —con corbata, inmunidad parlamentaria y una sonrisa de odio bien ensayada— que sobran ocho millones de personas en este país.
Santiago Abascal afirma que “los trabajadores españoles están pagando con sus impuestos a los violadores de sus hijas”. Rocío de Meer añade que tenemos “derecho a sobrevivir como pueblo” y que, para ello, hay que deportar a ocho millones de inmigrantes y sus hijos. Lo dicen con una tranquilidad que hiela la sangre, como quien propone un reajuste de presupuestos. Pero lo que están nombrando —sin decirlo— es una limpieza étnica.
Santiago Abascal afirma que “los trabajadores españoles están pagando con sus impuestos a los violadores de sus hijas”. Rocío de Meer añade que tenemos “derecho a sobrevivir como pueblo” y que, para ello, hay que deportar a ocho millones de inmigrantes y sus hijos. Lo dicen con una tranquilidad que hiela la sangre, como quien propone un reajuste de presupuestos. Pero lo que están nombrando —sin decirlo— es una limpieza étnica.
Esta pintada la recibo por Whassap, tanto el graffiti como el texto de autor anónimo. Pero este otro artículo, escrito por Ana Cañil, es de 2010; esta chica se ha adelantado 15 años.
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¡No nos dejéis solos!
Ana Cañil, 02.04.2010
https://www.publico.es/opinion/hemeroteca/dejeis-solos-vez.html
Tras el primer escalofrío ante los porcentajes, recordé que mi amigo Pedro, ex constructor especializado en restauración, se va a trabajar a Rumania; que mi sobrina vino de Shanghai para entregar el proyecto en arquitectura y se marchará a Brasil de inmediato; que los médicos jóvenes, compañeros de mi cuñado Javier, se marchan fuera de España a decenas; que otro sobrino, estudiante de biología molecular, solo busca laboratorios y facultades adonde largarse; que mi amiga Tete, brasileña de nacimiento y española desde hace 18 años, prepara sus maletas junto con su hermana Ros para volver a Brasil...
Y entonces he visualizado la calle y el metro sin jóvenes, sin negros, sin mulatos, sin indios, sin chinos y he sentido angustia. Por los pasos atrás, por la desmemoria, por la ruindad, por el pavor al regreso de aquella grisura de mi infancia y adolescencia. Por favor ¡no iros!¡No nos dejéis solos otra vez! O como decía aquella pintada en la puerta de TVE: "¡No nos dejéis solos con los españoles otra vez!"

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