Vuelvo al libro que comenté en mi escrito anterior, "Tinta invisible". Un hombre espera la muerte en una habitación de hospital y para engañar al tiempo y mitigar la angustia, él y su hijo rememoran historias. Me hizo recordar nada más empezar a leerlo a mi amigohermano G y lo que él me va contando de las conversaciones con su padre nonagenario.
Mi padre se fue en un tris, sin dolor, inesperadamente. Ni sus pulmones ni su corazón pudieron dar más que 88 años, que ya son. Escribí una vez que para nosotros son superhéroes y como tal parece que no morirán nunca, pero he ahí el poder de la imaginación.
Mi familia mató a mi padre, no con sus manos pero aun así lo hizo. Una vez desprendido del lastre de esta gente, cual bolsas de arena en este globo en el que sobrevolamos esta vida llena de turbulencias, sigo pensando en él cada día alegrándome de los que han quedado atrás. Me vienen a la cabeza continuamente los consejos que me dio, los valores y la educación que me transmitió, la cultura que me regaló, la sensación se seguridad que aportó siempre. Tras la muerte de un ser querido nos preguntamos si le dimos suficiente y hasta viceversa, ese dichoso complejo de culpabilidad de la educación curil que nos cuesta sacudirnos de encima.
El tiempo no sé si lo cura todo, sí la locura, pero al menos ayuda a mitigar la pena de la pérdida, del vacío que no se llega a llenar nunca.
Él se fue de una manera dulce y lo que quedamos aquí para recordarlo lo hacemos siendo como somos gracias a él, un círculo perfecto.

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