A Isabel Ayuso, esta señora tan pía y con tanto poder, católica practicante, con más de 7.000 muertes de viejitos en las residencias de ídem cuando era la capo en Madrid (mando único), espero que el dios en el que cree la mande directa al infierno. Ahora sopla el viento de otro lado y a saber cómo va a terminar la cosa; vamos a darle un voto de confianza a estas comisiones. No olvidemos que más altos son los árboles y los mean los perros.
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Bueno, da igual, paso, hasta luego
Vivimos en una sociedad que desprecia y arrincona a los viejos y la suerte de estos depende del dinero que tengan al final de su vida para pagarse una buena última vejez y una buena muerte.
Entre marzo y abril de 2020 más del 70% de los ancianos que murieron en residencias públicas madrileñas no recibieron ningún tipo de ayuda médica: 7.291 personas. Murieron en sus habitaciones sin que nadie entrara a auxiliarlos, algunos murieron ahogándose, gritando, quejándose y en ocasiones esta agonía era contemplada por otro residente tumbado en la cama de al lado. Murieron y en algunos casos permanecieron sobre su cama varios días mientras sus familiares ignoraban qué pasaba y no podían hacer nada por auxiliarlos. El documental La muerte más cruel, presentado en la Seminci de Valladolid, dirigido por Belén Verdugo, da voz a los trabajadores de los centros y a los familiares de ancianos fallecidos, así como a los propios ancianos y ancianas: “Prefiero que me hagan la eutanasia antes que volver a pasar por ahí”; “nunca pensé que iba a vivir eso”; “nadie se acordaba de nosotros”.
Es posible que la chulería habitual, esa chulería aprendida de su antigua jefa, Esperanza Aguirre, ya no sea posible exhibirla ante la realidad de los más de 7.000 ancianos muertos en la más absoluta dejación. Es posible que su chulería le haya valido mientras salíamos de una pandemia y estábamos todos en shock, pero puede que, una vez que nos hemos recuperado, esa chulería y esa impostada alegría suya le pase factura ante una sociedad que termine por pedir cuentas por unas muertes evitables y terribles por las que no sólo no ha perdido perdón, sino ante las que ha reaccionado con prepotencia y desprecio. También es cierto que esas personas muertas y sus familiares se merecen una reflexión por parte de toda la sociedad; una reflexión que, hasta ahora, se ha evitado pero que es necesaria.
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