Aparcar en una ciudad, grande o chica, se ha vuelto una tarea casi imposible. Así, los coches lo invaden todo: calzada, en doble fina, sobre pasos de peatones, en garajes y, como no iba a ser de otra manera, sobre los pocos aparcamientos para moto también. Da igual que haya presentado una queja en Atención al Ciudadano del ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife (sólo pido un repintado de las líneas horizontales y, si fuera posible, alguna señal de SOLO MOTOS) o que deje papelitos en los limpiaparabrisas cada día que intento a aparcar y algún solidario ha aparcado su coche. Aparcar mi moto frente a casa de mi madre es ya una guerra perdida. Ahora, no tiro la toalla y cada día escribo una nota que coloco en el coche pensando que, tal vez, les toque la fibra sensible, ese poco de educación vial que puede quedarles dentro y se lo piensen la próxima vez.
Lo paradójico de este asunto es que si los ayuntamientos potenciaran el uso de las motos en la ciudad se reduciría la contaminación y, por supuesto, el tráfico.
Los políticos no me harán caso, tráfico tampoco, pero yo seguiré colocando mis notas sobre los parabrisas porque nunca se sabe.
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