Ayer fue miércoles, un día normal, con misa de duelo incluida a la que, por cierto, no tuve tiempo de asistir. Durante el desayuno hablamos de dos personas cercanas con cáncer, un par de veces a la semana me acerco a HOSPITEN a visitar a un amigo íntimo con idéntico panorama, otra amiga de mi círculo me cuenta que a otra de nuestro entorno parece que le han diagnosticado un tumor cerebral, una amida de mi compañera de trabajo se fue en tres semanas por un cáncer de estómago, un aparejador me habla del cáncer que padece su madre y, como guinda del pastel, me llaman por la noche para comunicarme que otra amiga se había suicidado, ¡con 44 años!, unos días después de que el amigo de un compañero de mi vecino se arrojara por el balcón de una tercera planta para terminar en coma. ´
¿Qué nos está pasando? ¿es la factura que debemos pasar por estar en este injusto mundo? ¿es la dichosa crisis que cobra su peaje? ¿somos tan infelices y no nos damos cuenta? ¿se habrán enterado esa maldita enfermedad que ahora es cuándo más daño hace y está haciendo de las suyas sin parar? Todo preguntas estúpidas para una realidad deprimente y ya nada inusitada sino recurrente. Es el momento, y nunca uno mejor, de recordar la canción de Serrat "Hoy puede ser un gran día", porque no olvidemos que grande sí, pero el último también.
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