LA ALEGRÍA DE LA CASA
Ha muerto Carmen Balcells, una inteligencia que no
ha conocido muchos pares en el oficio de intermediario entre el talento y el
lector.
http://cultura.elpais.com/cultura/2015/09/21/actualidad/1442850055_122125.html
Cambió la cultura literaria en
lengua española, dice el Nobel Vargas Llosa. Y cambió, sobre todo,
la vida de todos aquellos cachorros del boom que la siguieron adonde ella quiso.
Del boom y de los escritores en lengua española que acogió en su seno. Les
dedicó su tiempo y sus sueños, y ella fue la pesadilla de todos ellos, pero
también su alegría. Cuando Juan Marsé cumplió sesenta años le organizó en su
casa de Diagonal una fiesta sorpresa en la que el editor Mario Lacruz tocó al
piano As time goes by en una atmósfera que se parecía a una fiesta sin fin de
las que organizaba Gatsby en su casa llena de melancolía. Cuando a Gabo le
dieron el Nobel en Estocolmo ella removió el mundo de las floristerías para que
la ciudad sueca se llenara de las flores amarillas que degustaba el de
Aracataca. Cuando sus amigos festejaban el cumpleaños y cualquier circunstancia
feliz de la vida, ella se las arreglaba para que hubiera champán llegado
directamente desde una cava catalana. Su pasión por la amistad convertía la
casa en una fiesta movible, continua, de la que no se escapaban los secretos.
Estaban por allí los autores, los amigos, las canciones, la cocina que ella
controlaba como una chef de gusto extraordinario; y a nadie se le ocurría
irrumpir con insinuaciones sobre el negocio.
Leticia Escario, amiga suya
"desde tiempo inmemorial", recuerda esa atmósfera, y añade un dato
que prolonga el carácter de Carmen, tan severa, como una amiga a la que le gustaban
los guiños del juego. "Como éramos Leo, así que mandonas las dos",
decía ayer Leticia, "habíamos decidido un pacto en virtud del cual un día
tomaba una el mando y otro día era la otra quien mandaba". El mando era
sobre cualquier cosa, sobre lo que se comía, sobre lo que se hacía. "Era
un mando doméstico". En ella, como agente, como ser que organizaba la vida
de los autores, mandaba ella sola, y de qué manera; el sustento de su mando
era, sobre todo, el secreto; de aquellas reuniones, de las que tenía con
escritores o con periodistas, no se filtraba nada que ello no quisiera que
fuera conocido, y a veces hablaba más de la cuenta haciendo creer que hablaba
más de la cuenta, cuando en realidad se estaba guardando, astutamente, toda la
sustancia. "La amistad y el trabajo", decía Leticia Escario,
"eran dos mundos". Es muy difícil hallar fisura alguna en ese
recuerdo de su extrema profesionalidad.
Estaba en la fiesta. Y estaba a
las duras también. Hizo lo imposible, cuando murió Manuel Vázquez Montalbán, para
que uno de sus ahijados más cercanos fuera traído a Barcelona desde el lejano
Bangkok en el que se había cumplido la tremenda premonición de un poema propio.
Ese día en que ya Manuel era pasado y tristeza en su alma, Balcells comió a
solas en su casa; al fondo del salón en el que transitaba de la melancolía al
repertorio de órdenes que daba siempre, una fotografía gigante de Manolo V
subido a una escalera. En un momento dado de esta ceremonia casi secreta de
despedida, ella levantó su mano y le dijo, dirigiéndose al hombre que ya era
memoria y fotografía: "Acá estamos, Manolo, nos vemos".
Cuando le dieron a Mario Vargas
el Nobel, hace cinco años, ella se desplazó a Estocolmo, igual que iba a todas
partes, desafiando la ley de la gravedad de sus propias dolencias, y nadie supo
que se iba, se fue con la elegancia con la que disimuló la angustia y el dolor
pero (como aquella mujer de la que escribió Hemingway) nunca estuvo triste una
mañana. Y es que había muerto su marido. Era discreta como un secretario de
Estado, y locuaz tan solo para disimular con palabras y carcajadas lo que no
quería que se supiera. Ella tenía un negocio, decía, y eso era incompatible con
compartir secretos y con tener más amigos que los que cabían en su agenda
chiquita y de bolsillo.
Cuando estuve en su casa, hace
algo más de un mes, siguiendo ese dictado suyo que convocaba con imperiosidad a
la gente, para saber de ellas, para resumir lo que pasaba, para saber más de lo
que ocurría en el periodismo o en la vida, organizó el almuerzo como si
estuviera llevando a cabo una obra de ingeniería. Siempre era así. Empezaba y
acababa bien las cosas, y en aquel momento ya la salud la llamaba imperiosamente
al pesimismo, del que nunca hizo gala. Cualquier cosa, la más simple, la más
complicada, tenía en ella a una experta en algo inasible, casi secreto: la
capacidad de ordenar, de poner en su sitio las palabras, las broncas y los
sueños. Esa vez solo soñaba, añadiendo misterio al futuro. ¿Por fin, venderás
la agencia, Carmen? "¡Eso te lo voy a decir a ti, que eres
periodista!"
Reía como vi reír, con tantas
ganas, a poca gente; tenía una memoria que no se basaba tan solo en su
capacidad para anotarlo todo todo el tiempo, sino en la intuición, en la
habilidad para juntar un punto con otro y rellenar los vacíos con el
interrogatorio eficaz al que te sometía. No solo ha muerto Carmen Balcells; ha
muerto, sobre todo, una inteligencia que no ha conocido muchos pares en el
oficio de intermediario entre el talento y el lector; una labor que fue
decisiva y que desarrolló con un talento feroz y emocionante. Además, y esto
parece mentira que se pueda decir de alguien que con tanto filo desarrolló el
oficio, fue siempre, también, la alegría de la casa, de cualquier casa en la
que estuviera.
No hay comentarios:
Publicar un comentario