Esos verdugos tan felices
Domingo, 15 Abril 2012 por Rosa Montero
Hace unas semanas estuve en Berlín, maravillosa ciudad abierta al futuro (esa cúpula visionaria de Norman Foster sobre el Reichstag es de ciencia ficción) y sólidamente anclada en el pasado, porque un buen puñado de museos y memoriales nos recuerdan en todo momento la trágica historia del lugar: el Muro, el Nazismo, el Holocausto… Y me pregunto si no será justamente gracias a esa permanente conciencia del ayer por lo que esta ciudad espléndida puede ser tan actual y estar tan viva.
Como todo turista, en fin, vi el Museo Judío, con su magnífica arquitectura resbaladiza, desconcertante y turbadora; y paseé por el conmovedor Monumento al Holocausto diseñado por Peter Eisenman. En ambos lugares se pueden ver documentos impactantes sobre el horror del nazismo, que, aunque nos parezca un tema muy conocido, sigue siendo una aberración de tal calibre que sus detalles nos resultan casi imposibles de creer, de lo inhumanos y enloquecedores que son. Pero, por desgracia, todo es cierto: fotos y fotos de fusilamientos; decenas de mujeres desnudándose en mitad del bosque junto a un horno crematorio; revoltijos de cadáveres recién sacados de los trenes de la muerte, que transportaban a los detenidos a los campos de concentración durante largos días sin comida y sin agua y en condiciones de hacinamiento tales que, cuando llegaban al destino y abrían por fin las selladas puertas, más de la mitad de los prisioneros habían fallecido. Todo esto es bien sabido, y, sin embargo, ¡es tan angustioso verlo! En las salas subterráneas del Monumento al Holocausto puedes leer las cartas de los presos en los campos de concentración. Una niña de once años escribió a su padre la noche antes de que la asesinaran: “Papá, me gustaría tanto volver a verte, pero sé que no podré hacerlo. No quiero morir, pero estas personas no nos van a dejar vivir y nos van a matar. Esta muerte me da tanto miedo porque a los niños pequeños los arrojan vivos al agujero”. El infierno existe, y está en el corazón de los humanos.
Todo esto es de una atrocidad sin velos ni disfraces. Pero en Topografía del Terror, que es otro museo berlinés erigido en el solar en donde antaño estuvo el cuartel general del Tercer Reich (es decir, la sede de la Gestapo, de los servicios secretos y de las Waffen SS, que eran los peores), he visto algo que me ha puesto aún más los pelos de punta: he visto las fotos de la normalidad de los monstruos. El retrato mismo del Mal. Y es un retrato mediocre y ridículo. Y, así, hay por ejemplo una foto increíble de una veintena de hombres de la Gestapo en un día de excursión, en mayo de 1936; van vestidos de calle y están tocados con unos gorritos de fiesta de chufla, ese tipo de minúsculos sombreritos que te dan en los cotillones baratos de Año Nuevo. Pero la instantánea más tremenda es de un grupo de diez mujeres y tres hombres de uniforme, todos de las SS, ellos y ellas. Se encuentran de pic-nic al aire libre en un lugar idílico, uno de los hombres toca un acordeón, las chicas ponen posturas cándidamente sexys y el grupo entero está desternillándose de risa. Pues bien, este grupo encantador y risueño formaban parte de los SS encargados de Auschwitz; y la foto está tomada en julio de 1944, es decir, casi al final. Para esas alturas, sólo en ese campo de concentración ya habían sido asesinadas 1 millón 300 mil personas. Angustia imaginar las atrocidades que habrán cometido esas chicas tan repeinaditas y felices, ese tipo tan simpático del acordeón. Gente tan normal como tú y como yo.
Y es que lo peor del Mal es justamente esto. Que es insidioso, y vulgar, y mentiroso; que sabe infiltrarse, bien camuflado, en el cerebro de cualquier persona. Recuerdo que, hace algunos años, escribí un artículo como este sobre La lengua del Tercer Reich, el magnífico libro de Victor Klemperer, que es en parte un texto autobiográfico sobre los horrores de la represión nazi contra los judíos, y recibí unas cuantas cartas de lectores que me criticaban que hablara del Holocausto en vez de denunciar lo que los judíos (porque hablaban de judíos y no de israelíes) estaban haciendo con los palestinos. Pues sí, es cierto que los palestinos de los territorios ocupados están viviendo en unas condiciones brutales e injustas. Como también es cierto que en Darfur (Sudán), por ejemplo, se sigue cometiendo día tras día un genocidio atroz (nos lo acaba de recordar el fiscal jefe de la Corte Penal Internacional). Lo que quiero decir es que el mundo está lleno de horrores y que por supuesto hay que combatirlos y denunciarlos. Pero ¿qué tiene que ver eso con la reflexión sobre el infierno nazi? Si crees que al hablar de ese millón y pico de víctimas en Auschwitz (por cierto, 200 mil de ellas eran gentiles) y de las sonrisitas de sus verdugos estamos hablando de un tema judío, estás en verdad muy equivocado. Esas son las añagazas que busca el Mal para instalarse en nuestra conciencia: pintar la realidad de blanco y negro, deshumanizar al contrario, llenar la vida de excepciones éticas que siempre se aplican contra el enemigo. No, Auschwitz no es un asunto ni judío ni alemán. Es un horror que nos atañe a todos, un delirio profundamente humano y, por consiguiente, algo que puede repetirse, si no somos conscientes de que también es nuestro. La banalidad del Mal, como decía Hanna Arendt, nos roza a todos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario