sábado, 28 de abril de 2012

HERRAMIENTAS PARA ENTENDER LO QUE PASA

Pensar para saber vivir
Nuevas colecciones de libros, espacios de debate y programas de radio y de televisión surgen con el propósito de llevar el pensamiento a una amplia comunidad de lectores, oyentes y espectadores que buscan “herramientas para entender lo que pasa”
Francesc Arroyo 28 ABR 2012 - 13:19 CET
 
Tardo un mes en convencer a los alumnos no ya de que lo que explico es interesante, sino de que tiene sentido”. La afirmación es de un profesor de filosofía de secundaria y refleja el desánimo de quien sabe que parte de quienes asisten a sus clases lo hacen por obligación, sin interés por la materia o, lo que es peor, convencidos de que lo que allí se explica no tiene nada que ver con el mundo. El problema es que no todos los profesores se incomodan por este asunto. Para algunos, la continuidad de la asignatura en los planes de estudio garantiza horas de clase y el sustento. Así pues, que les den a los chavales. El resultado es una tribu de resentidos que, cuando oyen la palabra filosofía simplemente desconectan, convencidos de que detrás solo hay una jerga incomprensible que pretende describir el ser y se queda en nada.
Y, sin embargo, otra filosofía es posible. Lo saben bien autores que gozan de no pocos lectores, como Fernando Savater o Jesús Mosterín. Y lo demuestra el hecho de que la filosofía encuentre acomodo en la televisión —Pienso, luego existo, en La 2— o en la radio —Manuel Cruz, en La Ventana (cadena SER; Javier Sádaba en No es un día cualquiera (RNE)—. Y hay más: varias editoriales se lanzan a encontrar lectores fuera del ámbito académico. Ahí está la colección Great Ideas (Taurus), con textos de Kant, San Agustín o Trotski, que intentan divulgar “las ideas que cambiaron el rumbo de nuestra historia”. Errata naturae publica Los Pequeños Platones, serie de volúmenes dirigidos a despertar el interés de los más jóvenes. La editorial Herder difunde obras tan clásicas del pensamiento como El Príncipe, de Maquiavelo, o Así habló Zaratustra, de Friedrich Nietzsche, nada menos que empleando los métodos narrativos del manga.
Que hay un renovado interés por la filosofía, más allá de los muros de la academia, se puede comprobar, además de con lo antedicho, asistiendo a las charlas que organiza la Fundación March, en Madrid, cuyo director, Javier Gomá, publica ahora Todo a mil (Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores), un volumen que recoge artículos publicados en las páginas de EL PAÍS y que él mismo subtitula como ‘Microensayos de filosofía mundana’.
Autores y editores coinciden en afirmar que la gente busca en la filosofía “herramientas para entender lo que pasa”. Durante los últimos siglos, dice Gomá, la filosofía ha cumplido una función fomentando “un aumento de la autoconciencia”, una cultura de la liberación que culmina en los años sesenta y setenta. Pero hoy, lo que acucia a los ciudadanos es diferente: “El problema no es ser yo mismo sino cómo vivir juntos. Cómo ser libres juntos”. Y para esto, la filosofía tradicional, cree, no da respuestas claras. De ahí que el público busque otras vías. “Hay una demanda social que la academia no satisface”, sostiene, porque “la universidad es fuente de conocimiento, pero no de sabiduría. No resuelve los problemas éticos”. Además, la filosofía académica se presenta, con frecuencia, como una jerga oscura y, a veces, banal.
“Hay una demanda más allá de la academia de herramientas para comprender el mundo”, coincide incluso en las palabras Manuel Cruz, catedrático de Historia de la Filosofía en la Universidad de Barcelona y habitual en la cadena SER. “Tenemos la sensación de que el mundo es cada vez menos comprensible. Hasta hace una década, la academia podía criticar la idea de progreso, pero la gente tenía asumido que se iba mejorando. La crisis abre una nueva perspectiva. El progreso invita a mirar hacia el futuro; la crisis nos pide que miremos hacia atrás para ver cuándo nos hemos equivocado”. Y se acude al filósofo porque es quien “levanta acta del sentido del mundo”. Aunque él mismo no deja de añadir: “Porque tiene sentido, ¿no?”.
“La filosofía es la única disciplina que se plantea las grandes preguntas que afectan a todo el mundo. Las demás no se hacen cargo de la totalidad. Ni siquiera la religión, y menos ahora que ya no es hegemónica”, dice Victoria Camps, que acaba de jubilarse de la Universidad Autónoma de Barcelona y prepara una breve historia de la ética para un público amplio. Con todo, añade, siempre ha habido filósofos que se hacían entender y otros que resultaban “crípticos o abstractos”. La característica de los primeros y de los textos destinados al gran público es que no pierden “la conexión con la vida real” y son capaces de hacerla evidente para el lector.
Hay una palabra que citan todos los autores y editores consultados: claridad. Camps no duda en citar a José Ortega y Gasset: “La claridad es la cortesía del filósofo”. Fernando Savater es autor de varios títulos con gran acogida de público. El que más, Ética para Amador, que cumple ahora 21 años. “La filosofía habla de cosas interesantes, pero a veces se presenta de forma que intimida y que resulta incomprensible”. La idea del libro se la dio una amiga, profesora en un instituto de Barcelona. “Hoy tal vez no me habría atrevido”, apunta. Que funciona lo sabe él bien, por las ventas y por los encuentros que desde entonces ha mantenido y mantiene con estudiantes de secundaria. “Los jóvenes están en la edad de la filosofía y ese interés se recupera en la vejez”, dice. Pero para llegar a ellos hay que empezar por apearse de la tradición académica: “Las citas de autoridad no sirven. No se puede empezar apelando a la historia de la filosofía. En cambio, se interesan por los temas: la muerte, la verdad, la justicia, la naturaleza. Son importantes la agilidad y el humor”, cuenta. Temas como los que cita el pensador donostiarra y otros como los derechos humanos o la inmigración son los que trata el novelista y profesor de bachillerato Ismael Grasa en La flecha en el aire. Diario de la clase de filosofía (Debate). “Savater se adelantó 20 años a la actual demanda de filosofía para el gran público”, dice Francisco Martínez, responsable de Ariel, la editorial que tiene en su catálogo Ética para Amador. Martínez añade que está convencido de que hoy hay “una exigencia de herramientas para la reflexión”, a la vez que de “claridad”.
Si una amiga fue la musa de Savater, la idea para la serie de libros de bolsillo de Jesús Mosterín que narra la historia del pensamiento (Alianza) le vino de un texto previo. “Tuve la inspiración a partir de la Historia de la filosofía occidental de Bertrand Russell. Me enteré de que él había vivido una época de los derechos de esa obra a la que siempre tuve gran simpatía. Cuando me pidieron un prólogo para la edición castellana lo escribí y luego me puse a redactar mis textos”, recuerda. Una colección que —tras ocuparse del pensamiento griego, indio o chino— termina ahora con el volumen dedicado al islam. “Este tipo de escrito exige mucha claridad, mientras que en algunos círculos filosóficos hay cierta tradición de oscuridad”. Pero si la claridad es una virtud para el lector, la libertad es un premio para el autor: “Al ser textos fuera del programa académico, tengo gran libertad en el tratamiento y en la selección de temas y autores. En el caso del islam, he elegido algún poeta, astrónomo y matemático y le dedico bastante espacio porque creo que así se entiende mejor todo y eso no podría hacerlo si tuviera que ceñirme al temario de una asignatura”.
La libertad en el tratamiento es también clave en las nuevas colecciones. Si hace dos décadas el noruego Jostein Gaarder adoptó la narrativa en El mundo de Sofía (Siruela), la serie Los Pequeños Platones, dirigida a niños de entre 9 y 13 años, abandona el ensayo, tradicional en el pensamiento, para optar por la ficción. “Hay que buscar caminos para transmitir las ideas a los niños y esta colección se inclina por dos elementos: la asociación de las ideas con la vida del personaje y el recurso a la imagen”, explica el director de errata naturae, Rubén Hernández. Él compró los primeros títulos de la edición francesa hace un par de años. “Mi intención no era publicarlos, sino leerlos”. Y al hacerlo empezó a pensar en la posibilidad de que hubiera un público que los acogiera, de modo que decidió adquirir los derechos y traducirlos al castellano. “Es un proyecto con algún nivel de riesgo, ahora que la filosofía se retira hasta de las escuelas, pero creemos que hay un público dentro y fuera de los colegios. Sabemos que se venden más los libros de piratas y princesas; el público del ensayo es minoritario en general, no solo entre los jóvenes”. De momento están en las librerías los textos dedicados a Kant y a Diógenes el cínico y está casi listo el dedicado a Karl Marx.
La libertad en el tratamiento es, también, el hilo conductor de las obras que publica la colección Manga de Herder. Obviamente, con dibujos de este estilo. El origen es, en este caso, Japón, y de momento han salido dos títulos filosóficos (Así habló Zaratustra y El Príncipe) además de La divina comedia, de Dante. Los editores llevarán la colección al próximo Salón del Manga de Barcelona, al tiempo que presentan las obras en los centros de enseñanza. “En los institutos, por supuesto, pero también en la universidad”, explica un portavoz de la editorial. Hace unos días, entregaron la edición del texto de Maquiavelo a la profesora de filosofía del Renacimiento de una universidad catalana, quien lo llevó al aula y lo mostró a los estudiantes. “Nos dijo que lleva libros a clase con frecuencia, pero que era la primera vez que un volumen había pasado por las manos de todos los alumnos”. La colección cuenta también con un blog (losmangasdeherder.com) que acoge los comentarios de los lectores.
Mucho más fiel a los textos originales es la colección Great Ideas, de Taurus, con siete títulos en la calle. El origen es también foráneo, en este caso la editorial inglesa Penguin. Pero los editores españoles piensan, además de traducir títulos, en introducir otros de producción propia dedicados a autores españoles e hispanoamericanos. El primero, Ortega y Gasset, explica Inés Vergara, responsable del proyecto. En estos momentos están negociando con sus herederos los derechos correspondientes. “Los volúmenes son fieles al texto original, pero el lenguaje es más claro, se han eliminado las notas y se ha seleccionado lo esencial”. Se trata, explica, de “dar a conocer al lector la obra de cada autor partiendo del respeto al texto, de modo que sirva como una introducción que genere ganas de seguir leyendo”. La selección de autores no se limita, en este caso, a pensadores catalogados tradicionalmente en el campo de la filosofía. También los hay procedentes de la política (Trotski), la literatura (Proust, Shakespeare y Tagore) y la ciencia (Darwin).
“Abrir puertas al pensamiento” es la expresión que emplea Lluís Carrizo, director del programa Pienso, luego existo, con una primera serie emitida en La 2 —puede verse en Internet: www.rtve.es/alacarta/videos/pienso-luego-existo— y una segunda en preparación. “El esquema es la biografía intelectual, apoyada en aportaciones de sus contemporáneos”, dentro de un programa dirigido al gran público pero tratando, como en el caso de los textos de Taurus, de no desvirtuar el discurso del autor. El resultado, concluye, “es que se abren más puertas que se cierran y que las respuestas de los entrevistados contribuyen a generar nuevas preguntas”.
La biografía intelectual, recuerda Victoria Camps, es un modelo frecuente para la divulgación y cita a Rüdiger Safranski y sus libros sobre Heidegger o Schopenhauer (en Tusquets). En el mismo saco cabrían otros textos como El atizador de Wittgenstein (Península), de David J. Edmonds y John A. Eidinow, que reconstruye un encuentro entre el autor austriaco y Karl Popper. No obstante, Camps distingue entre el empleo de un lenguaje claro y los casos extremos de vulgarización. “Filósofos claros los ha habido siempre. Por citar algunos: Russell, Montaigne o Stuart Mill”. Cruz, por su parte, elige a Ortega, Unamuno y Savater entre quienes son capaces de llegar al gran público sin perder contenido. El documental televisivo, en cambio, es algo diferente, opina Camps: “La televisión da prioridad a la imagen, lo que conlleva cierta simplificación, cierta superficialidad y la exigencia de brevedad, reñida con el pensamiento reflexivo. Porque esta brevedad no tiene nada que ver con otros esquemas, como el aforismo, que ha dado mucho juego en filosofía”.
Claridad y atención al mundo real. Esas son las dos principales características de la nueva oleada filosófica, fuera de los muros de la universidad. Pero también cabe la posibilidad de profundizar. Los seminarios de la Fundación March, señala Gomá, se componen de dos tipos de sesiones. En una, la persona invitada, que normalmente está trabajando en un libro, imparte una charla para un público amplio. Se trata de un acto abierto a todo el que quiera asistir. Al día siguiente, se celebra una segunda sesión con el autor y unos pocos elegidos, previamente pactados con él, a quienes se han entregado las ideas generales de la futura obra. El objetivo es discutirlas, “anticipar el momento de la crítica”, en expresión de Gomá, quien está especialmente interesado en que el pensamiento se difunda, “impresionado”, dice, por la experiencia vivida en Estados Unidos donde hay profesores universitarios que escriben textos cuyo destino más seguro es el anaquel de una biblioteca. “Son solo para colegas”. Frente a ello, propone un discurso que sirva “para cualquier hombre”, que satisfaga la “demanda de sentido”. Con todo, esa atención al mundo real no debería llevar a perder de vista que hay “una diferencia importante entre el tiempo periodístico” atento a veces a lo efímero, y “el tiempo filosófico” que tiene una especie de “consistencia geológica” y cuya palabra puede “fecundar a los hombres cultos de su tiempo”.
Coincide en parte con Jesús Mosterín, para quien hay “un cierto nacionalismo del presente. Una obsesión por el hoy, aunque resulte trivial”; de ahí que defienda, desde el punto de vista intelectual, la conveniencia de “ampliar el horizonte y dirigir la curiosidad a otras épocas que no eran menos interesantes desde la perspectiva del pensamiento. Viene bien no ser prisionero del presente y permitir que la vida espiritual se desparrame en el tiempo”.

Claroscuros
La acusación de oscuridad hacia los filósofos no es una novedad. Ya Heráclito fue apodado el oscuro. Y, por supuesto, Hegel. Este último fue calificado así por los filósofos de la Escuela de Fráncfort. Entre ellos, Theodor Adorno, quien no pasará a la historia por su claridad expositiva. Los textos de Platón, en cambio, son diáfanos y Eugenio Trías ha destacado la coincidencia entre algunas de las fórmulas narrativas de este autor y de la tragedia griega. No son tan claros los escritos de Aristóteles. Al menos, los que han llegado hasta nuestros días, arropados por una aureola de misterio. Dice la tradición que Aristóteles escribió dos tipos de textos: los exotéricos, destinados a ser difundidos en público y hoy perdidos, y los esotéricos, que son los que han sobrevivido. Algunos de los primeros eran diálogos al estilo de Platón y de gran belleza compositiva. Nada que ver con la aridez de algunos de los tratados disponibles, que tras unos años ocultos fueron reordenados por Andrónico de Rodas. Epicuro es clarísimo, como corresponde a alguien que dejó escrito que todo hombre es filósofo. Las críticas más duras hacia el estilo de un filósofo son las que hicieron algunos pensadores del Círculo de Viena a Martin Heidegger. Tras establecer un rígido criterio sobre cómo debe ser una oración para ser considerada significativa, afirmaron que muchas de las de Ser y tiempo no son ni verdaderas ni falsas, simplemente, carecen de significado.

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