Desvelado
el mecanismo del amor entre los perros y sus dueños
Las mascotas
y sus amos retroalimentan su felicidad mirándose a los ojos, un fenómeno que
dispara la producción de la hormona del afecto en los cerebros de ambos.
http://elpais.com/elpais/2015/04/16/ciencia/1429205353_786790.htmlnuel
Ansede 16 ABR 2015 - 19:29 CEST
"El amor
hacia el perro es voluntario, nadie lo fuerza [...]. Y lo principal: ninguna
persona puede otorgarle a otra el don del idilio. Eso sólo lo sabe hacer el
animal [...]. El amor entre un hombre y un perro es un idilio. En él no hay
conflictos, no hay escenas desgarradoras, no hay evolución", escribía
Milan Kundera en La insoportable levedad del ser. En la novela, la
protagonista, Teresa, llega a pensar que el amor que siente por su perra Karenin
es mucho mejor que el que siente por su marido.
Este
sentimiento se repite en un sinfín de obras artísticas y se condensa en una
frase, “Cuánto más conozco a las personas, más quiero a mi perro”, que ha sido
atribuida a decenas de autores, aunque posiblemente podría ser firmada por
decenas de millones. Hoy, un equipo de científicos ilumina este proceso de
enamoramiento entre los perros y sus dueños: retroalimentan su felicidad
mirándose a los ojos.
Los
investigadores, encabezados por el veterinario japonés Takefumi Kikusui,
metieron a 30 perros con sus dueños en una misma habitación, durante 30
minutos, y observaron lo que ocurría: miradas, caricias, voces mimosas. Y,
antes y después del experimento, midieron la cantidad de la llamada hormona del
amor, la oxitocina, en la orina tanto de las mascotas como de los amos.
Las
conclusiones de Kikusui, de la Universidad de Azabu (Japón), son sorprendentes:
cuanto más se miraban a los ojos los perros y sus dueños, más oxitocina
producían sus cerebros. A continuación repitieron el experimento con lobos
criados a biberón. La hormona, ingrediente químico fundamental del cariño que
sentimos en nuestro cerebro, no aumentaba.
El equipo de
científicos fue todavía más allá. En un tercer experimento, rociaron oxitocina
en el hocico de algunos perros y los volvieron a meter en una habitación con su
dueño y dos personas desconocidas. En los vídeos, puede verse cómo algunas
mascotas se quedaban congeladas mirando a los ojos de sus dueños, que a su vez
producían más oxitocina, en una cantidad correlacionada con la de sus animales.
“Estos
resultados respaldan la existencia de un bucle de oxitocina que se autoperpetúa
en la relación entre humanos y perros, de una manera similar a como ocurre con
una madre humana y su hijo”, sostiene el equipo de Kikusui, que publica sus conclusiones
en la portada de la prestigiosa revista científica Science. Durante el proceso
de domesticación, a lo largo de miles de años, los perros habrían evolucionado
para imitar un comportamiento, la mirada de los niños, que provocaba
recompensas y mimos. “El alma que hablar puede con los ojos también puede besar
con la mirada”, recitaba el poeta Gustavo Adolfo Bécquer. Kikusui dice lo
mismo, pero de los perros y sus dueños.
Las
implicaciones del estudio son importantes desde el punto de vista médico. Los
resultados apoyan las terapias con perros para personas con autismo o trastorno
de estrés postraumático, dos patologías en las que, de hecho, se está empleando
la oxitocina como tratamiento experimental.
El trabajo de
Kikusui, sin embargo, tiene puntos débiles. Los perros rociados con oxitocina
que se quedaban congelados mirando a sus dueños eran todos hembras. Un estudio
similar en humanos, llevado a cabo en 2012 con 35 padres y sus hijos de cinco
meses en Israel, no halló estas diferencias por género. Los adultos eran
rociados con oxitocina y la hormona del amor subía en paralelo en los niños,
fueran chicos o chicas. “Es fascinante ver que la oxitocina se disparó sólo
entre los propietarios de las perras”, opina el principal autor de aquel
estudio, el médico Omri Weisman, de la Universidad de Yale (EE UU).
Para el
equipo de Kikusui, es posible que las perras sean más sensibles a la
administración intranasal de oxitocina o, incluso, que la hormona aplicada
artificialmente a los machos desencadenara un mecanismo de agresividad ante la
presencia de extraños.
En 2009, el
húngaro József Topál, experto en
comportamiento animal, publicó otro estudio en la revista Science
que mostraba que los perros y los bebés de 10 meses de edad buscaban un objeto
en su escondite inicial aunque hubieran visto que se había cambiado de lugar,
en parte debido a la mirada engañosa de la persona que lo escondía, que señalaba
al escondrijo original. En el trabajo de Kikusui, Topál echa de menos
experimentos con lobos más socializados, entrenados para mirar a los ojos de
sus dueños.
El
investigador, de la Academia de Ciencias Húngara, recuerda que incluso los
lobos criados con biberón evitan la mirada de sus amos, porque para ellos este
comportamiento está asociado a la amenaza. Pero los lobos pueden aprender a
comunicarse de manera amable con la mirada, según demostró un estudio
en 2011. A juicio de Topál, incluir estos lobos en los experimentos de Kikusui
habría servido para discernir si esa mirada lobuna genera también la hormona
del amor en el cerebro de sus dueños o si se trata de un rasgo únicamente
perruno.
“El estudio
de Kikusui es impresionante, pero cualquier conclusión sobre la coevolución de
este proceso es prematura”, afirma. “No se puede excluir la hipótesis de que
este bucle de oxitocina que se autoperpetúa pueda existir entre las personas y
cualquier otro animal, siempre que el animal presente comportamientos
afiliativos socialmente relevantes, como la tendencia de mirar a los humanos”,
sentencia. El perro es el mejor amigo del ser humano, pero podría serlo cualquier
otro bien entrenado, sugiere.
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