Billie Holiday: Centenario de una
voz eterna y herida
Este martes se cumplen 100 años
del nacimiento de la cantante más definitiva de toda la historia del jazz.
PABLO SANZ
Se dice que el dolor agudiza la
creatividad, por lo que no extraña que su vida fuera una obra de arte constante
y entera. Y es que más que en el dolor, ella vivió en una herida abierta que
supuró talento, crueldad y humillaciones a borbotones. Billie Holiday
(Philadelphia, 1915 - Nueva York, 1959), la cantante más definitiva de toda la
historia del jazz, no fue un juguete roto, sino una chica con una sombra
permanente de mala suerte, tanto por la época y la sociedad en la que hubo de
sobrevivir como los amores errados a los que se abrazó. Ella misma dijo en su
autobiografía 'Lady sings the blues' (Editorial Tusquets): "Puedes ir
vestida de raso, con gardenias en el pelo y no ver una sola caña de azúcar en
varios kilómetros a la redonda y, aun así, seguir trabajando en una
plantación". Lady Day hubiera cumplido este martes 100 años.
Jose James y Cassandra Wilson han
sido los dos primeros artistas que han entregado estos días nuevo disco
conmemorando el centenario del nacimiento de Billie Holiday, 'Yesterday I had
the blues' y 'Coming forth by Day', respectivamente. La también cantante Cecile
McLorin actuará en su homenaje en el Licoln Center de Nueva York y ya se
avecina una nueva biografía, 'Billie Holiday: The musician and the myth', que
se sumará a publicaciones como la mencionada 'Lady sings the blues' o la
magnífica 'Con Billie' (Global&Rhythms), escrita por Julia Blackburn e
inspirada en el prolijo y amplio material que acaparara en su día la periodista
Linda Kuehl.
En este siglo han aparecido voces
maestras en el jazz, incluso voces que bien pueden rivalizar en audacia y
emoción con el lamento vocal de la Holiday. Y, sin embargo, todavía está por
descubrirse una cantante que concite tanta unanimidad en torno a una canción
tan arrebatada como arrebatadora. Y tan herida, porque no se entiende cómo esta
mujer fue capaz de vivir en la cima del jazz golpeada de tanta desgracia. Se
insiste: Billie Holiday, a pesar de sus excesos, no fue lo que llamamos un
juguete roto, sino una mujer que caminó por la vida sin desaliento, a pesar de
las muchas piedras que se encontró -y le colocaron- a cada paso.
Sabida es esa infancia fracasada,
que pronto la colocó, no ya en la adolescencia, sino en la madurez de una cría
que descubrió en su voz y en el jazz la única posibilidad de ser feliz. Un
rato, un ratito, porque profesionalmente también tuvo que aguantar lo suyo,
como mujer y como negra. Fue violada cuando tenía 10 años y hubo de cambiar la
bicicleta o el balón por el cepillo y la fregona, limpiando en un burdel que
-cosas del destino- le permitió escuchar a Bessie Smith y Louis Armstrong a
través de una jukebox que entretenía a la clientela mientras esperaban turno.
Puede decirse que el blues y el jazz salvaron a aquella niña de entregarse
plenamente a la prostitución.
En ese tiempo, claro, Billie
Holiday era Eleanora Fagan, hija de Sadie Fagan y un músico de jazz, Clarence
Holiday, que pronto abandonó a su suerte a sus dos mujeres: "Mamá y papá
eran un par de críos cuando se casaron, él tenía 18 años, ella 16 y yo 3. Fue un
milagro que mamá, Sadie Fagan, no fuera a parar al correccional y yo al
reformatorio. Pero ella me quiso desde el mismo instante en que notó en su
vientre un suave puntapié mientras fregaba suelos".
Así pues, la niña huyó de
aquellas malas sombras buscando un futuro todavía incierto en Nueva York. Tenía
13 años y su primer intento como artista tuvo lugar en el Pod's and Jerry's de
la calle 133, primero como bailarina, luego como cantante; en la prueba que le
hizo el dueño del local interpretó 'Travellin' all alone', conmoviendo a todos
los asistentes. Ella lo recordó en sus memorias: "Si a alguien se le
hubiera caído un alfiler, habría sonado como una bomba. Cuando finalicé, todos
aullaban y levantaban sus vasos de cerveza". En aquel momento nació Billie
Holiday, nombre que Eleanora tomó de Billie Dove, la gran estrella del cine
mudo y, en aquel momento, el espejo de todos los sueños que la cantante tenía.
Su segundo apodo, 'Lady Day', se lo puso el gran amor de su vida, mal
correspondido, el saxofonista Lester Young, con el que compartió tantos
escenarios y tantas grabaciones.
Sobre el escenario Billie Holiday
era toda luminosidad, volviendo a la cruda realidad cuando se bajaba de él. No
se la permitía ningún contacto en el público blanco, tenía que acceder a los
locales por la puerta de atrás, cobraba menos que sus compañeros... A ello se
le sumaba su adicción a la heroína, que la granjeó numerosos problemas y un
paso por la cárcel de cruel recuerdo, por no hablar de las parejas que tuvo,
maltratadores de profesión, tipos mafiosos, crueles, a los que retrató en
canciones como 'My man' o 'Ain't nobodys business'. Pronto captó la atención de
una de las orquestas de swing de mayor éxito en aquel Estados Unidos de 1933,
la de Benny Goodman -por mediación del productor John Hammond-, para
encontrarse cuatro años después integrada en esa maquinaria mucho más
jazzística y fogosa que fue la de su admirado Count Basie, donde conoció al
mencionado Lester Young.
Llegado ese momento, Billie
Holiday ya había hecho de su voz un lamento vocal con una hondura emocional
mágica, con una sensibilidad en el fraseo realmente única e irrepetible. Se
dice que nadie como ella pronunciaba con tanta emoción desgarrada las palabras
"love" o "baby". "Trato de improvisar como Louis Armstrong
o Lester Young. Lo que sale es lo que siento. Odio las canciones en línea
recta. Tengo que cambiar los tonos y ajustarlos a mi propia forma de entender
la música. Esto es todo lo que sé".
Entre 1935 y 1942 'Lady Day'
registró más de 100 grabaciones. Luego estuvo incrustada en el conjunto de Artie
Shaw y, en el medio, en 1939, su primera presentación como líder, en el Cafe
Society del Greenwich Village neoyorquino, que incluyó un tema que le
acompañaría hasta el final de sus días, 'Strange Fruit': "De los árboles
del sur cuelga una fruta extraña / sangre en las hojas y sangre en la raíz /
cuerpos negros balanceándose en la brisa sureña". Strange Fruit fue
elegida por la revista 'Time' como la mejor canción del siglo XX en 1999.
En 1954 realizó una gira por
Europa que acentuó esas luces y sombras que marcaba la línea del escenario,
firmando en 1957 una sesión antológica para un programa televisivo de la CBS,
'The sound of Jazz' (junto a sus queridos Ben Webster, Lester Young y Coleman
Hawkins, entre otros) y registrando al año siguiente un colosal álbum, 'Lady in
Satin', antes de su muerte y ya cansada -que no derrotada- de la vida.
En ese tiempo postrero las
penurias no dejaron de abrazarla y las humillaciones racistas y persecuciones
policiales tuvieron lugar incluso hasta cuando daba su último aliento en el
Metropolitan Hospital de Nueva York un 17 de julio de 1959, donde recibía una
denuncia a los pies de su cama. Dejó registradas cerca de 300 canciones
inmortales, hoy interpretaciones con muchos futuros, como 'Night and Day',
'Lover man', 'Satin Doll', 'Blue Moon', 'All of me', 'Body and Soul' o
'Embraceable you', así como composiciones propias como 'I love you porgy',
'Fine and mellow', 'God bless the child' o 'Everything happens for the best'.
Billie Holiday tocó con toda la
nobleza de músicos en la época más dorada del jazz, la de mediado el siglo
pasado. Muchos de ellos acudieron a su funeral junto a 3.000 personas más; en
su cuenta bancaria sólo había 70 centavos; en el cielo, toda la admiración de una
familia, la del jazz, que quizás se sentía culpable por no haber hecho más por
una de los suyos.
Hoy nos queda su legado
discográfico y sus apariciones televisivas. También documentales como 'Lady
Day: The many faces of Billie Holiday' (1990), del realizador Matthew Seig o el
(prescindible) 'biopic' 'Lady sings the blues' (1972) de Sidney J. Furie y con Diana
Ross en el papel de la cantante; el título, resulta evidente, tomaba su nombre
de la autobiografía que Billie Holiday había escrito en 1956, con la ayuda de
William Dufty, hoy de obligada lectura. La cantante también realizó sus pinitos
en el cine, aunque con desiguales resultados, o hirientes, como aquella
incursión cinematográfica de mediados los años 40, New Orleans, junto a Louis
Armstrong, en la que, adivinen sus papeles... Sí, efectivamente, haciendo de
criados...
Billie Holiday se abrazó al jazz
para sobrevivir y nosotros, a menudo, demasiado a menudo últimamente, a ella.
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