El líder del PP, investido presidente con los votos del PP, UPN y FAC
No logra la abstención de CiU, molesta por la forma en la que trató sus reivindicaciones.
Fernando Garea Madrid 20 DIC 2011 - 22:44 CET
José Luis Rodríguez Zapatero ya está en los libros de historia y empieza la etapa de Mariano Rajoy al frente del Gobierno. Al tercer intento, el líder del PP será desde hoy presidente del Gobierno, una vez que ayer superó el último trámite, el de la votación de investidura en el Congreso de los Diputados.
La abultada mayoría absoluta le permitió alcanzar la investidura con 187 votos, los correspondientes a los de su partido y aledaños, es decir, los del Grupo Popular más el del diputado de UPN (Carlos Salvador), que fue con el PP a las elecciones, y el del diputado del Foro de Asturias (Enrique Álvarez Sostres), una escisión de los populares.
Votaron en contra PSOE, CiU, IU-ICV, UPyD y la mayoría del Grupo Mixto, y 14 se abstuvieron: PNV, Coalición Canaria y, sorprendentemente, Amaiur. La formación abertzale no se abstuvo, obviamente, por afinidad ideológica ni programática, sino por una posición de principios, la de considerar que como fuerza independentista no le corresponde votar la investidura del presidente del Gobierno español. De esta forma, Amaiur, que intentó ayer mantener una posición moderada en su primera intervención en el Pleno del Congreso, logró hacerse notar y asumir el protagonismo de la segunda jornada del debate. Por eso y por la primera confrontación con Rajoy, que se saldó con una llamada del portavoz abertzale, Iñaki Antigüedad, al diálogo “para superar el conflicto político” y la respuesta contundente y medida del líder del PP con la exigencia a ETA para que se disuelva. “Yo a usted no lo debo nada y la sociedad española tampoco”, le dijo el líder del PP al portavoz de Amaiur, despertando los aplausos de los escaños de la derecha del hemiciclo.
Rajoy, que jurará hoy ante el Rey como sexto presidente de Gobierno de la democracia, protagonizó la liturgia de los elogios emocionados de sus diputados tras la votación, la felicitación a modo de besamanos de todos los parlamentarios y el saludo de su antecesor. El futuro presidente cerró el debate con una breve intervención de afecto a Zapatero, tras siete años y ocho meses de enfrentamiento descarnado: “Le deseo lo mejor. Creo que usted acertó y se equivocó, como todos”.
La única sombra en el gran día de Rajoy fue el voto en contra de CiU. No porque el líder del PP necesite el apoyo de los diputados nacionalistas catalanes, pero sí porque había hecho de su abstención uno de los objetivos para compartir el coste de las medidas de sacrificio que haya que tomar y porque la compañía de CiU le sirve para alejar la sombra del rodillo, la falta de consensos y la ausencia de voluntad de acuerdos.
De hecho, Rajoy escenificó la pasada semana una entrevista con Josep Antoni Duran i Lleida para señalarle como socio preferente y el PP cedió un puesto a CiU en la Mesa del Congreso. Pero no fue posible la abstención, porque los nacionalistas catalanes están muy molestos por la forma en la que Rajoy respondió el lunes a Duran.
“Hablaremos”, le dijo el líder del PP al portavoz de CiU en el Pleno del Congreso, cuando Duran le planteó sus reivindicaciones sobre el pacto fiscal para Cataluña, el desarrollo del corredor Mediterráneo y el pago del llamado fondo de competitividad. En la reunión del grupo de CiU en la que se decidió el sentido del voto hubo unanimidad en descartar la abstención porque los nacionalistas aprecian en el futuro presidente una cierta displicencia. Al menos al responder sobre las reivindicaciones de Cataluña, porque fuentes de CiU consideran que sí quedó patente una coincidencia en las propuestas económicas, como la del mercado de trabajo, la de las pensiones y la del sistema financiero, entre otras.
Antes de la votación, Rajoy debatió con el portavoz del PNV, Josu Erkoreka, y, después de varias florituras dialécticas, le arrancó el compromiso de contar con los nacionalistas vascos para hablar del final de ETA.
En la primera jornada, Rajoy eludió el asunto del terrorismo, sabiendo que ayer tenía que entrar de lleno, y lo hizo para mantener la posición de firmeza, pero también para desmarcarse en parte de los sectores más duros de su partido. Por ejemplo, al asegurar que él sí se cree el avance de la declaración de ETA sobre el final definitivo del terrorismo y al proclamar su voluntad de acabar con la banda terrorista.
El próximo presidente del Gobierno debatió con todos los miembros del Grupo Mixto y, con alguna excepción notable como la de Uxue Barkos (Geroa Bai), a la que trató con amabilidad pese a la lejanía ideológica, fue especialmente duro con casi todos. Sobre todo con el diputado de Compromís, Joan Baldoví, que consiguió sacar de sus casillas a Rajoy. Primero por la descripción que hizo de la Comunidad Valenciana, asolada por la corrupción, y segundo porque aseguró que su llegada a la Cámara suponía que, al fin, habría un diputado hijo de un ama de casa y un trabajador.
Rajoy le respondió casi con el mismo tono agrio con que la víspera replicó a Rosa Díez (UPyD), quejosa con la ley electoral y la nula voluntad del PSOE y el PP para reformarla. Sin clemencia, cuando un diputado del Grupo Mixto le afeó que cierre el paso a Amaiur para crear grupo propio, sepultando al resto de los minoritarios, él respondió que tampoco hablaban los 184 miembros del PP y no protestaban.
Por si tenía dudas, Rajoy, tras la votación de ayer, ya se sabe poderoso, tiene la capacidad de mantener en vilo a centenares de ministrables, hasta que esta tarde anuncie la lista de agraciados con un ministerio. Hasta entonces, silencio total, emulando la advertencia que José María Aznar hacía a quienes comunicaba que ocuparían un lugar en su Gobierno: “Solo lo sabes tú, y como se sepa antes ya no serás ministro”.
Zapatero salió del Congreso en el coche de los expresidentes camino de su nueva casa, y Rajoy en el de presidente del Gobierno. Esta noche, el líder del PP dormirá en el palacio de la Moncloa.
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