El noble arte de mofarse del poder
El Metropolitan de Nueva York disecciona seis siglos de retratos satíricos.
TONI GARCÍA - Nueva York - 13/12/2011
Incluso en estas fechas, cuando la meteorología se antoja apropiada para pasearse por las inacabables instalaciones del Metropolitan, se puede visitar sin agobios de ningún tipo The infinite jest: caricature and satire from Leonardo to Levine, una exposición que ilustra al visitante sobre los años que lleva el hombre mofándose del hombre y que estará en la Gran Manzana hasta principios de marzo.
Da la bienvenida al respetable una gigantesca reproducción de un icono del dibujo con intenciones humorísticas: The King of Brobdingnag and Gulliver, del legendario caricaturista británico James Gillray, considerado por muchos el más importante de la historia de las islas y que cosechó fama (y un mucho de fortuna) en la Inglaterra de finales del siglo XVIII e inicios del XIX. En realidad, la exposición, de tamaño modesto y más centrada en la calidad que en la cantidad y cuyas 160 piezas pertenecen, casi en su totalidad, a la colección permanente del Metropolitan (o MET, como se conoce popularmente a la institución), pretende ser un repaso a un arte cuyas raíces se hunden en los muros de Pompeya, allí donde la caricatura apareció por primera vez. La palabra caricatura procede del verbo italiano caricare (cargar, en español), ya que se supone que la característica principal de este dibujo satírico es añadir algo evidente y voluminoso a la imagen de la persona a la que se pretende retratar.
La exposición del MET arranca con un trabajo de Leonardo, un dibujo de formato minúsculo pero de enorme peso específico, según advierte una de las comisarias de The infinite jest, Nadine Orenstein, en el catálogo de la muestra, porque con él se liquidan de un plumazo las inevitables convenciones que tratan a este género como algo menor.
Las caricaturas han sido siempre un intento de aproximarse a la realidad, política o social, a través de la exageración y el humor, creando entidades más cercanas a los personajes invocados que a las versiones oficiales de estos mismos. Su objetivo, que iba desde la simple burla a la reflexión más afilada, no ha cambiado con los siglos, y de hecho sigue siendo uno de los instrumentos más temidos (y odiados) por los poderosos de turno, a tenor de lo que sucede en Europa cada vez que alguna publicación satírica se atreve con ciertos tótemes religiosos. Viendo a Napoleón, a Churchill, a infinidad de presidentes y ministros, a dictadores de todos los colores junto a profetas, papas y cardenales; contemplando sus gigantescas narices, sus orejas deformadas o sus descomunales cabezas, observando su vanidad a través de la altura de sus sombreros o del tamaño de sus posaderas, no es extraño que al visitante le asalte la impresión de que, a pesar de todo, el mundo no ha cambiado demasiado.
El repaso del MET encuentra en el Renacimiento la primera piedra angular del género e incluye piezas maestras de artistas míticos como el mencionado Gillray, Thomas Rowlandson, Samuel Hieronymuss Green o el propio Goya. Del español se muestran cuatro grabados de la serie Los Caprichos, que llevan la sátira a un nivel cercano a la pesadilla.
En los seis siglos que abarca The infinite jest (donde no solo hay dibujo y pintura sino también escultura) se puede encontrar a un buen nombre de genios contemporáneos empezando por Al Hirschfeld, el viñetista habitual de The New York Times, fallecido en 2003, y cuyos lápices retrataron a Truman Capote, Buster Keaton, Groucho Marx o Dorothy Parker. Como referente ineludible ocupa una privilegiada posición en la muestra, flanqueando la puerta de entrada. Le acompañan Robert Crumb, David Levine (especialista en el universo literario) o Enrique Chagoya, al que se debe una pieza curiosa: tomando como base un trabajo de 1816 del dibujante George Cruikshank, Chagoya inventa una alegoría sobre la presidencia de Obama, broche de oro de una exposición con un mensaje claro: la caricatura sigue siendo un asunto muy serio.
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