miércoles, 1 de septiembre de 2021

IN THE FAR WEST

Me vence el sueño últimamente, y eso que duermo bien, aunque evidentemente no lo suficiente. Me vence porque cada mañana me cuenta un triunfo levantarme, porque poner los pies sobre la alfombra bajo mi cama es un triunfo en sí mismo, porque el sonido del despertador lo escucho tantas veces como las que voy atrasando el toque a rebato, porque de bostezar tanto temo que se desencaje la mandíbula, porque mientras me seco la cara después de la ducha aún sigo dormido, porque en esos momentos podría participar en el casting de una película de zombies, porque si viviera en el Far West no duraría ni un asalto al sacar el revólver frente al matón de turno.
Otras veces me vence la vida, pero pocas, menos mal. Me supera la intolerancia imperante, las posturas recalcitrantes, el incomprensible cualquiertiempopasadofuemejor, la estrechez de miras, los antivacunas, los insolidarios, los ciegos -que no los invidentes-, los maltratadores y las maltratadoras -sí, aquí está justificado-, los racistas, la falta de memoria histórica, el cáncer, el COVID, el VIH, el ELA y tantas otras cosas.
Pero también la vida me regala estas cosas pequeñitas que me devuelven la fe en ella misma, como la materia de la que están hechos los sueños, los mismos tan dulces a los que cantaba Annie Lenox; una tarde con amigas tomando un café alrededor de una conversación intrascendente, o no; un paseo en moto con el aire en la cara como un perro con la cabeza fuera de la ventanilla de un coche y los colores del atardecer de fondo; el Claro de Luna de Debussy, el violín de Mendelssohn, los jueves por la noche; la primera página de una buena novela, y el resto de ella; planear un viaje como si de vestir el corazón se tratase; ballenas, delfines, perros y vacas...
Un mensaje inesperado y agradable.
El primer café, el segundo.
Y la música, siempre la música, por los siglos de los siglos.
Ennio Morricone, *Once upon a time in the West.

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