Una concentración en protesta
contra las restricciones para hacedr frente al coronavirus acordadas por el
gobernador del Estado de Massachusetts, Charlie Baker, frente a su casa en la
localidad de Swampscott. REUTERS/Brian Snyder
«Hay cosas más importantes que
vivir»
La frase entrecomillada del
título de este artículo no es mía. Ni la he inventado yo. Es del vicegobernador
del Estado de Texas, en Estados Unidos, Dan Patrick. La dijo exactamente como
yo la he traducido («there are more important things than living»)
cuando le recriminaron haber afirmado unos días atrás que «los abuelos están
dispuestos a sacrificarse» para salvar la economía de su país.
Se trata de una idea bastante
generalizada en Estados Unidos, donde el presidente Trump y el Partido
Republicano defienden que la economía es lo primero que hay que salvar y que,
por tanto, vale la pena soportar la pérdida de vidas humanas que eso pueda
llevar consigo.
El Premio de Economía del Banco
de Suecia (equiparado al Nobel) Paul Krugman se preguntaba hace unos días en
uno de sus artículos en The New York Times sobre las razones
que podrían explicar que la derecha estadounidense propugne medidas que
claramente van a provocar la muerte de miles de compatriotas y daba tres
posibles respuestas.
La primera es que Trump está
obsesionado con el mercado de valores y tiene la firme creencia de que la lucha
contra la covid-19 le afecta negativamente, de modo que está dispuesto, dice
Krugman, a dejar morir a miles de estadounidenses por el Dow Jones, el
índice bursátil de las 100 más grandes empresas y equivalente a nuestro
Ibex-35.
La segunda posible explicación
podría ser que los republicanos crean que las personas armadas que han invadido
la sede de los parlamentos en diferentes Estados o las que piden en las calles
libertad y el fin del encierro son «la verdadera América», a pesar de que las
encuestas sugieren que sólo una parte reducida de la población defiende las
medidas tan peligrosas de reactivación que va a poner en marcha la Administración
de Donald Trump.
La tercera razón que, según
Krugman, puede explicar el sacrificio de vidas humanas que se va a producir en
Estados Unidos tiene que ver con el fundamentalismo ideológico de la derecha.
Dice Krugman que los republicanos no tienen otra agenda que la de los recortes
de impuestos y la desregulación y que, fuera de eso, no saben hacer otra cosa:
«no saben cómo responder a las crisis que no se ajustan a su agenda habitual».
Las tres respuestas me parece que
son complementarias y perfectamente extrapolables a los demás países donde la
derecha se aferra a los dogmas neoliberales en plena pandemia, entre ellos, por
supuesto, el nuestro.
Lo que está ocurriendo con la
derecha en casi todo el mundo es una verdadera paradoja. Se arroga la defensa del
derecho a la vida como algo propio y lleva años batallando contra las mujeres
que deciden abortar, acusándolas de destruir la vida de seres indefensos. Sin
embargo, ahora nos dicen que los abuelos y cientos de miles de personas más
jóvenes que igualmente están amenazados por el virus son población prescindible
que se pueden sacrificar, pues vale la pena que mueran si así se salva la
economía.
Es otro de los efectos del
coronavirus: desnuda a las ideologías y deja ver lo que realmente hay detrás de
ellas.
Para dar soluciones a una crisis
como esta no queda más remedio que asumir que sólo el Estado puede hacer frente
al gasto que evita el cierre de miles de empresas y que el mercado es
completamente ineficaz para hacerle frente. Hay que aceptar que, a la hora de
financiar ese gasto público imprescindible, es obligado poner sobre la mesa
quién contribuye a ello en mayor o menor medida. Hay que admitir sin remedio
que la cooperación y la solidaridad y no la competencia entre unos y otros es
lo que proporciona estabilidad a la sociedad y sosiego a las personas en
momentos como este; que la gratuidad y el don son elementos imprescindibles de
la vida económica y que no todo se puede resolver buscando el lucro individual.
Y, por supuesto, que no es cierto que haya una obligada elección entre la
economía y la vida.
Es verdad que una pandemia como
la que estamos viviendo tiene un coste económico extraordinario porque, ya lo
hemos visto, obliga a cerrar miles de negocios y, cuando se alivia, a comenzar
de nuevo en condiciones quizá completamente diferentes. Pero la tentación de
evitar ese coste anticipando apresuradamente la apertura de la vida económica
no es sólo un error trágico desde el punto de vista sanitario sino también
económico. Sabemos que la mortalidad en las segundas o terceras oleadas de
todas las pandemias es mucho mayor, tal y como ocurrió, por ejemplo, durante la
llamada gripe española que tuvo su efecto mortal más trágico en los
rebrotes posteriores al primero de 1918. Como también sabemos que el coste
económico de una nueva oleada de contagios sería mucho mayor que el de ahora,
pues las empresas y la economía en su conjunto estarán más debilitadas y los
gobiernos habrían agotado gran parte de una munición que al final habría
resultado inútil. Así lo adelantan los escenarios que contemplan todos los
analistas.
Lo que está ocurriendo en Estados
Unidos (y lo que va a ocurrir en los próximos meses, o lo que también sucede en
Inglaterra) es lo que podría pasar en España si gobernase la extrema derecha de
Casado y Abascal. No es casualidad que Estados Unidos e Inglaterra tengan el
peor desempeño en la lucha contra la pandemia y concentren un tercio de todas
las muertes del mundo, o que entre Madrid y Cataluña (las dos comunidades en
donde ha habido políticas neoliberales de desmantelamiento del servicio público
más acentuadas) tengan prácticamente la mitad de todas las muertes de España y
que presionen por activar cuanto antes la economía por encima de todo.
El líder del PP, Pablo Casado, ya
lo ha manifestado claramente: «Ante un rebrote no podemos volver a la
excepcionalidad, hay que convivir con el virus». Y el empeño
de la Comunidad de Madrid por acelerar la desescalada, en contra de la opinión
de expertos o incluso de la opinión de los responsables de su propia
administración sanitaria, va por el mismo camino de entender que «hay cosas más
importantes que la vida». Es la misma irresponsabilidad de Trump y Boris
Johnson, el mismo fundamentalismo ideológico que impide tener respuesta ante
una crisis como esta porque lo único que se sabe defender -desmantelar lo
público para favorecer el negocio privado y recortar impuestos para que dejen
de pagarlos quienes financian a los partidos y políticos de derecha- no sirve
para nada en estos momentos.
Lo sorprendente, sin embargo, no
es que personas con tan poca formación y carentes de finura intelectual sean
incapaces de flexibilizar sus posiciones ideológicas ante una emergencia como
la que estamos viviendo. O que se queden desnudos ante la pandemia, como
Casado, que ha llegado a exigir que se aplique una medida que el Gobierno había
puesto en vigor hacía ya mes y medio. Como tampoco extraña que las mismas
personas que se lanzaban a la calle atacando a las mujeres que abortan, porque
dicen defender el derecho a la vida, salgan ahora en el barrio de Salamanca de
Madrid a reclamar que se acabe cuanto antes el confinamiento, la única forma
efectiva de evitar que se sigan produciendo muertes por contagio. O que las
mismas que critican al Gobierno porque no les deja ir a misa, critiquen o incluso
insulten al Papa, el representante de su dios en la Tierra, porque defiende que
salvar la vida es más importante que poner en marcha la economía. Es lógico que
líderes sin preparación sólo sepan conducir sin cambiar de marcha o sin mover
el volante cuando cambia la dirección de la carretera. Y es natural que
personas de extrema derecha cegadas por su rencor y desprecio hacia los
españoles que no pensamos como ellas crean que un Gobierno de izquierdas se ha
inventado la pandemia y que lo hace todo mal a propósito, para arruinar España.
O que piensen que su propio Papa es el Anticristo si defiende a los pobres y
valores contrarios a los suyos. Es compresible y exactamente lo mismo que dice
la derecha de Estados Unidos.
Lo verdaderamente anómalo, lo
extraordinario y para mí casi inexplicable, es que los empresarios que se
juegan el patrimonio y los negocios de muchos años y que se supone que deben
tener una visión estratégica de los acontecimientos y del riesgo, antepongan la
ideología y la simpatía política a sus propios intereses, que tengan una
perspectiva tan cortoplacista de lo que está ocurriendo y que no sean capaces
de identificar el peligro tan grande y definitivo que supondría para sus
empresas un segundo brote de la epidemia en el otoño o inviernos próximos. Algo
que es seguro que ocurrirá si ahora se reactiva la economía mal o antes de
tiempo.
Parece mentira que los dirigentes
empresariales no se den cuenta de que lo conveniente ahora para sus negocios no
es abrir cuanto antes y de cualquier forma sino disponer de la máxima
protección y apoyo, no sólo para asegurar una vuelta a la actividad con
suficiente fortaleza en los mercados sino con capacidad para hacer frente a
unas condiciones que van a ser completamente diferentes a las que dejaron el
día que hubo que cerrar sus empresas.
En lugar de reclamar una
desescalada desordenada y a toda prisa que lleve a una situación mucho peor
dentro de unos meses, lo que conviene a las empresas y a todos los españoles es
hacer piña, luchar por encontrar una financiación del gasto que es
imprescindible realizar para salvar a las empresas y a las personas que no
hipoteque nuestro futuro, revisar con extraordinario control dónde va hasta el
último euro de nuestro gasto público y asumir, como un inexcusable compromiso colectivo,
el principio de que las cargas comunes que genera esta crisis hemos de
soportarlas todos sin excepción y en proporción a nuestra capacidad y a nuestra
riqueza, y no en función de privilegios.
Es una barbaridad plantear que la
economía debe estar por delante o por detrás de la vida. Ha de estar a su
servicio.
Juan Torres López es Catedrático
de Economía Aplicada de la Universidad de Sevilla. Dedicado al análisis y
divulgación de la realidad económica, en los últimos años ha publicado
alrededor de un millar de artículos de opinión y numerosos libros que se han
convertido en éxitos editoriales. Los dos últimos, Economía para no
dejarse engañar por los economistas y La Renta Básica. ¿Qué es,
cuántos tipos hay, cómo se financia y qué efectos tiene?
No hay comentarios:
Publicar un comentario