Pocas cosas más placenteras que el dolce far niente, más cuando uno necesita descansar urgentemente y se toma una tarde sabática, por ejemplo, con siesta (aunque sin pijama ni orinal, que uno tiene su dignidad y quiere volver a despertarse esa misma tarde) y despreocupación. De esta manera repartí ayer mi tiempo vespertino: siesta y algo de trabajo, poco, el suficiente para actualizar el correo y hacer dos llamadas telefónicas pendientes. Y soñé, sí, con chocolate, qué bueno. Estaba en El Calafate y, al mismo tiempo, en Anchorage, visitando las dos fábricas de chocolate que he visitado durante mis viajes. La primera, en la Patagonia, donde vendían una suerte de trozos de chocolate irregulares, amorfos, que resultaban exquisitos al paladar. En Alaska, más finos de aspectos, nos recibía una fuente que ellos anunciaban como "The World's Largest Chocolate Fall", ¡cómo no! En cualquier caso, qué listo mi cerebro que ayer hasta en sueños me sumergió en chocolate en vez de en los problemas que me persiguen como a un atormentado personaje de Dickens.
El Calafate, Patagonia argentina.
Alaska Wild Berry Products, Anchorage.
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Silvio Rodríguez, *Mi unicornio azul.
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