Contra el acoquinamiento
Sí, no hay nada peor que el acoquinamiento, porque da alas a
los malvados, a los locos y a los idiotas.
Estamos en época de matones. No sólo físicos, de los que
hablé la semana pasada y que van propinando palizas por ahí. No sólo lo son los
del Daesh o Estado Islámico, los de Boko Haram y demás, que matan, violan y
esclavizan a quienes no comparten su puntillosa fe o hacen algo que les cae mal
(jugar al fútbol, oír música, afeitarse, fumar), y destruyen ruinas romanas por
considerarlas “preislámicas” (claro) y sobre todo para escandalizar un poco más
al mundo occidental. No, hay también un matonismo incruento –en principio–, que
no cesa de propagarse y que ejercen grandes porciones de la sociedad desde los
teclados de sus ordenadores. Son individuos que ponen el grito en el cielo por
cualquier cosa, que se contagian y azuzan entre sí, que linchan verbalmente al
que hace, opina o dice algo que no les gusta; que no “se cargan de razón”
porque la razón suele estar ausente de sus cabezas, y que simplemente exigen
y condenan. Al taurino, al fumador, al que se queja de las bicicletas y de esos
artilugios con dos ruedas gordas que invaden las aceras y arrollan a los
peatones, al que juzgan machista o sexista, al que usa un vocabulario extenso,
al que no aguanta a Mourinho, al que les lleva la contraria, al que no aplaude
a Mas y Junqueras, al que se atreve a hacer algo o a destacar mínimamente. Hace
poco Julio Llamazares mostraba su perplejidad ante la cantidad de insultos
recibidos en las redes a raíz de su serie sobre la ruta de Don Quijote
publicada este agosto, asunto “poco conflictivo”a priori, como decía él. Da lo
mismo: cualquier escrito y cualquier acción irritarán a los airados
profesionales, a los que consideran necesaria la permanente indignación.
Para que triunfe y se imponga el matonismo es requisito
indispensable el acoquinamiento de los demás, es decir, que los acusados e
increpados se asusten y se amilanen. Nada peor que rectificar y disculparse
cuando no habría motivo para ello. Pero estamos en una época en que la cólera o
la estupidez o la locura o la maldad de los majaderos alarman excesivamente.
Muchas veces he lamentado aquí que casi nadie se plante ante las imbecilidades
inquisitoriales, ante las exageradas susceptibilidades, ante las moralinas de
púlpito que se nos inyectan a diario. Los famosos piden perdón por chorradas, o
por los cuernos que han puesto y que sólo deberían incumbir a su pareja, o por
la broma que han gastado y que ha sido tomada al pie de la letra por los
matones de turno, o hasta por beber alcohol. Todo el mundo se achanta ante
ellos, nadie responde “No me sean cretinos, déjenme en paz”. Se entra (iba a
escribir “en la lógica”, pero esa palabra no tiene cabida aquí) en el juego de
los histéricos y resentidos, se responde a lo que no merece respuesta, o si
acaso un despectivo “Bah”.
Este verano la alcaldesa de Madrid, Carmena, no escapó a la
regla y se acoquinó de mala manera. Un periódico de extrema derecha la “acusó”
de gastarse 4.000 euros en veranear en la provincia de Cádiz. ¿Era dinero
público? No, era suyo, luego la acusación era mero disparate y maldad. Hace
meses publiqué aquí una columna titulada, creo, “Tiene dinero, es intolerable”,
en la que señalaba cómo iba arraigando en mucha gente la indistinción entre el
dinero estafado o robado y el ganado honradamente, o la absurda idea de que
este último no existe … “con la excepción del mío, claro está”. Carmena ha sido
juez un montón de años, habrá recibido un buen sueldo, tendrá sus ahorros o
habrá heredado, tanto da. Puede hacer lo que le dé la gana con su dinero,
gastarse 12.000 euros si quiere, en el casino o en veranear. Lo último que
debía hacer fue lo que hizo: avenirse a “defenderse”, entrar a dar
explicaciones, no habiendo motivo para lo uno ni para lo otro. Que si se
repartían el alquiler de la casa entre cuatro matrimonios amigos y en realidad
su marido y ella apoquinaban sólo 800 euros, cosas así. También ella cedió ante
los matones, uno de los cuales (un miembro del PP) acentuó su descerebramiento
teñido de malevolencia al clamar que la alcaldesa, en realidad, no podía irse
de vacaciones ni un día mientras hubiera un niño madrileño hambriento. Según
esa sandez (imposible llamarlo “razonamiento”), nadie podría irse de vacaciones
nunca: ni Rajoy mientras hubiera un niño español, etc; ni ningún presidente
autonómico, ni alcalde, ni consejero, ni concejal, ni diputado, ni senador, ni
militar, ni juez, ni profesor, ni funcionario, nadie que perciba su salario del
Estado. Ni, por supuesto, el memo miembro del PP que soltó la frase en
cuestión.
Sí, no hay nada peor que el acoquinamiento, porque da alas a
los malvados, a los locos y a los idiotas (en España va todo junto a menudo).
Nada peor que ser medroso, timorato, pusilánime o como lo quieran llamar. Nada
más peligroso que agachar la cabeza ante las injurias gratuitas y las
acusaciones arbitrarias, que pedir perdón por lo que no lo requiere más que en
la imaginación intolerante de los fanáticos y los matones. Todavía estoy
esperando a que la gente alce la cabeza y conteste alguna vez (hay excepciones,
pero son poquísimas): “No tengo por qué defenderme de semejante estupidez. Son
ustedes los que se lo tienen que hacer mirar”.
elpaissemanal@elpais.es
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