El profesor de la Universidad de Berkeley cuestiona el uso de la neurociencia para responder a preguntas existenciales que están fuera de su alcance.
Daniel Mediavilla, 28.09.2024
Durante millones de años, cuando se quería explicar por qué sucedía algo importante y misterioso, se acudió a alguna deidad omnipotente. Ahora, en la era de la ciencia, el cerebro y sus neurotransmisores se han convertido en palabras mágicas que sirven para dar respuestas convincentes a los misterios de toda la vida. ¿Por qué hay incomprensiones entre hombres y mujeres? Porque esta parte de la corteza cerebral es diferente. ¿Por qué no soy tan feliz como merezco? Porque estás agotando tu dopamina mirando el móvil.
Alva Noë (Nueva York, 59 años), filósofo de la mente de la Universidad de Berkeley (EE UU), reconoce que el discurso neurocientífico para explicar la consciencia le está ganando la batalla a la filosofía, tanto en la cultura popular como en el mundo académico. “La ciencia da tanta certeza en los dominios en los que ofrece respuestas, que pensamos que ningún conocimiento, ninguna comprensión merece la pena a menos que tenga ese tipo de certeza”, dice. Sin embargo, recuerda: “Cuando se trata de las preguntas más importantes, de las preguntas más fundamentales, la ciencia guarda silencio. La ciencia no nos dice qué son los valores, ni qué somos nosotros. La ciencia ni siquiera nos dice qué es la razón en sí misma”.
“La gente se vuelve hacia la ciencia y piensa: ‘Oh, sí, estas personas hacen ciencia dura en el laboratorio con cerebros. Deben saber de lo que están hablando’. Pero los neurocientíficos inteligentes son los primeros en decirte que estudian esto o aquello, y que no tienen idea de cómo encaja en el todo. Nadie lo sabe. Lo interesante de la filosofía es que no está realmente interesada en darte respuestas. La filosofía está interesada en ayudarte a descubrir mejores preguntas. Y en nuestro mundo contemporáneo, queremos frases rápidas en X e Instagram”, desarrolla.
“En mis escritos más recientes, especialmente en mi último libro, que se llama The Entanglement (El enredo) sostengo que es la propia naturaleza de los problemas humanos la que requiere un tipo diferente de investigación, del tipo que tanto la filosofía como el arte proporcionan. Y creo que la filosofía y el arte no solo son esenciales para entendernos a nosotros mismos, sino que el trabajo de la filosofía y el arte también nos cambia. Crecemos y evolucionamos a través de la filosofía y el arte. Así que la historia de la humanidad, en cierto modo, es la historia del arte y la filosofía”. Noë participó recientemente en Santander en un curso de verano de la Universidad Internacional Menendez Pelayo (UIMP) organizado por el Centro Internacional de Neurociencia y Ética (CINET) de la Fundación Tatiana.
Pregunta. En 2010 publicó Out of our heads, un libro con el que quería cambiar la percepción pública de lo que pensamos sobre la conciencia como algo que tiene origen en el cerebro. ¿Cree que las cosas han cambiado desde entonces o la neurociencia sigue siendo igual de reduccionista?
Respuesta. Por supuesto, pienso que la neurociencia aún es muy reduccionista, aunque no todos los neurocientíficos. Uno de los grandes cambios que ha habido en los últimos años es que la neurociencia y la ciencia computacional han unido fuerzas. Y creo que aún hay una idea muy asentada en la comunidad empírica de que el cerebro es como un ordenador muy complicado, y que una vez que lo entendamos podremos incluso controlar la mente humana y el comportamiento.
Hay científicos que tienen la idea de que hay neuronas específicas que controlan las decisiones de los jugadores de azar cuando tienen que elegir y plantean que, si podemos modular la neurona, podremos modular las acciones. Nunca he negado que el cerebro sea necesario e incluso crucial. El daño cerebral nos altera y todo lo que podemos hacer depende de una manera destacable de lo que sucede dentro de nuestro cerebro. Pero mi visión, como filósofo y como alguien que se dedica a la ciencia, siempre ha sido que el cerebro adquiere sus poderes en el escenario de la vida completa de la persona, que no es solo un cerebro, sino también un cuerpo en un entorno social, con una historia y una serie de habilidades, capacidades y valores que moldean incluso lo que no se puede pensar.
El comportamiento del juego de azar presupone ideas sobre el interés en el deseo de beneficios y éxitos, el interés en jugar juegos y tomar riesgos, todo fenómenos muy sociales. Lo que sucede es que agrupamos esas cosas y decimos: vale, si tomamos todo esto como constante, vamos a mirar al cerebro. Y después imaginamos que podemos contar una historia desde el punto de vista del cerebro. Pero el cerebro solo es parte de una red más grande y significativa.
P. Los transhumanistas plantean que se puede volcar la consciencia en un ordenador y que esa consciencia cibernética les permitirá vivir para siempre. ¿Qué le parece?
R. Hay dos razones por las que esa idea atrae a la gente. Una es que tienen un sentido de lo transformadores que son los ordenadores. La forma en que se juega al ajedrez, se organizan los negocios o tú escribes tus artículos, probablemente se ve afectada por estas nuevas tecnologías. Ejercen una influencia intensa sobre nosotros. Por otro lado, tenemos una idea un poco simplista de nosotros mismos que ha sido moldeada en parte por la metáfora del ordenador. No creo que hablar un lenguaje, por ejemplo, sea solo hacer lo que hace ChatGPT, que utiliza un modelo estadístico para generar la siguiente palabra en una serie de palabras. El lenguaje humano tiene que ver con la comunicación, el intercambio, el flirteo, la discusión, la negociación. Es algo absoluta y estrechamente integrado en nuestras vidas.
El lenguaje humano real es desordenado e incierto. Tenemos que inventar el lenguaje sobre la marcha. ChatGPT y los sistemas informáticos son muy buenos moviéndose en un espacio de reglas preestablecidas. Pero los seres humanos están retorciendo las reglas todo el rato, cambiándolas, inventando nuevos significados. Los ordenadores juegan a nuestros juegos, inventamos otros nuevos, hablan nuestro lenguaje, creamos un nuevo lenguaje. Si tienes una concepción más rica de lo que realmente es la vida cognitiva de un ser humano, queda inmediatamente claro que nada de lo que hace una computadora se le parece. Las computadoras simplemente son herramientas. Son nuestras herramientas, y son poderosas y complejas, y hasta pueden ser impredecibles, pero eso no significa que actúen. Desde mi punto de vista, ningún ordenador habla ni juega al ajedrez. Ningún ordenador escribe, solo regurgita lo que los humanos han escrito. Ninguna computadora computa, son solo operaciones inconscientes. Una vez que entiendes eso, me parece muy claro que ninguna computadora será jamás la base de una conciencia. Y, por lo tanto, la idea transhumanista es solo una fantasía.
P. La filosofía o el arte pueden ser muy interesantes y ayudarnos a relacionarnos con el mundo o tratar de comprendernos, pero no sé si es algo que se puede compartir, es como la religión. Con la ciencia, no importa si eres japonés o español, te permite compartir conocimiento del mismo modo en cualquier lugar. Quizá no te dé respuestas a las preguntas existenciales, pero al menos es algo que puedes compartir. Con la filosofía o el arte, ¿cómo nos ponemos de acuerdo sobre nuestras conclusiones, cómo sé que mi forma de pensar o las preguntas que produce mi filosofía son mejores que las de otros?
R. Creo que tienes razón en que la ciencia produce un producto: el hallazgo. Este es el descubrimiento, esta es la información, y te los puedo mandar y tú los puedes usar. Lo puedo enviar a Japón o a China y lo pueden utilizar. La filosofía se trata de intercambio. Se trata de comunicación. Se trata de cambiarnos mutuamente, no de convencernos unos a otros. Porque los filósofos nunca se convencen entre sí. Pero los filósofos, a través de su comunicación, cambian la manera en que vemos el mundo. No te dan hechos. Te dan algo nuevo. Te cambian. No cambian el mundo, te cambian a ti en la forma en que ves. Esto se remonta a Platón.
Platón nunca te dio la respuesta. Cambió la manera en que se veía el paisaje de los problemas. Y creo que la filosofía siempre está cambiando localmente la forma en que las personas piensan. Y globalmente también tiene el potencial de hacerlo. Pero solo si las personas realmente se hablan entre sí. La filosofía es un modo de pensar. No es realmente una materia específica como lo son la física o la química, pero, realmente, la filosofía surge en el laboratorio. Los buenos físicos a veces también necesitan ser filósofos. Y los buenos científicos cognitivos necesitan ser filósofos. Porque en algún momento de la investigación, te quedas sin preguntas.
Tenemos métodos bien definidos para las respuestas, y los necesitamos para empezar a preguntarnos sobre el significado de las preguntas mismas. Hay muchas ramas de la física en las que estamos en los límites de lo que las matemáticas pueden decirnos, y nos vemos obligados a involucrarnos en el tipo de cuestionamientos conceptuales que son filosóficos. Y una última cosa: aunque los resultados de la investigación filosófica no sean positivos y ciertos como lo son los de una prueba matemática o un argumento de un físico, eso no significa que sean subjetivos tampoco. Creo que hay diferentes tipos de debates racionales sobre las preguntas. Decir que no puedes probarlo no significa que no haya un asunto en juego.
P. ¿Qué preguntas mejores que las que se hacen ahora los neurocientíficos sobre la consciencia plantearía como filósofo?
R. Normalmente, uno tiene un problema y una teoría científica que explica ese problema o fenómeno. Pero lo interesante de los fenómenos humanos es que es muy difícil enfocarlos. Un científico dice: quiero estudiar la visión. Bueno, ¿qué es lo que realmente quieres estudiar? ¿Qué es la visión? ¿Qué es ver? Los científicos suelen pensar que lo saben, pero no miran con suficiente detenimiento lo difícil que es definir qué es ver. Creo que cuando intentamos entender lo humano, cuando intentamos entender la conciencia, debemos admitir que hace falta mucho más trabajo para articular nuestra comprensión de los propios fenómenos antes de intentar explicarlos.
Para mí, cuestiones como la percepción, la conciencia y la memoria son fenómenos que siempre se transforman por el mero hecho de interrogarlos. No son fijos ni estables como quisiéramos que fueran en un laboratorio. Siempre tenemos que falsearlos para hacerlos manejables. Nuestra relación con nuestra propia conciencia es como la relación con una obra de arte. Puedes interpretarla de diferentes maneras, y hablar de ella cambia cómo la ves, ofreciendo una tercera interpretación, pero no hay manera de decidir cuál es correcta. Pienso que nuestras vidas mentales son mucho más como obras de arte que como fenómenos fijos y estables.
Así que lo que me gustaría pedir a los científicos que intentan usar el cerebro para estudiar la mente es que piensen más profundamente sobre la indeterminación de la experiencia humana. Otro punto que haría es abandonar el modelo computacional. Los cerebros no son computadoras. Nosotros no somos computadoras. Si queremos entender la relación entre el cerebro y la conciencia, necesitamos profundizar en lo que es la vida misma y cómo funciona el cerebro en el contexto de los organismos vivos. De alguna manera, la neurociencia está influenciada por una idea biológica particular que no tiene mucho sentido biológico. Por eso mi libro de hace algunos años tenía el subtítulo “Por qué no eres tu cerebro y otras lecciones de la biología de la conciencia”. Creo que la mejor biología no respalda este tipo de reduccionismo computacional centrado en el cerebro.
P. Ha estado en un curso en Santander en el que se hablaba de nuevos enfoques sobre salud mental. En el pasado, los filósofos querían ayudar a las personas a vivir mejor o a tener una vida buena. ¿Cree que con su filosofía puede ayudar a las personas a vivir mejor de alguna manera?
R. No soy médico y muchas de las cosas en las que trabajo son bastante especializadas y teóricas. Pero sí creo que todo filósofo, si realmente es un filósofo, está intentando dar sentido al panorama de ideas e información. El mundo se ha vuelto muy complicado y los filósofos tratan de lidiar con eso. El trabajo de la filosofía es tratar de dar sentido y vivir mejor. Es una búsqueda de comprensión y conexión con el mundo. Y, a veces, eso tiene una relación directa con cosas que afectan directamente a la salud humana.
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