Monumento eterno
El estadounidense gana su 20ª medalla en los 200m estilos, su tercer oro en esta prueba.
Diego Torres Londres 2 AGO 2012 - 22:58 CET
http://deportes.elpais.com/deportes/2012/08/02/juegos_olimpicos/1343941135_463641.html
Dominador de principio a fin, con la autoridad de sus mejores días, Michael Phelps se impuso en la final de 200 estilos como los grandes campeones del turf. De principio a fin. Gobernando la prueba con clase y, sobre todo, con corazón. Palmo a palmo, su disputa con Ryan Lochte estuvo a la altura de las expectativas. Los medios de Estados Unidos, con la NBC al frente, presentaron la primera semana de competición como un duelo irrepetible entre el mejor de todos los tiempos, la máquina de Baltimore, y su alegre retador de Florida. Todo acabó por dilucidarse en un minuto largo de emoción. Bramó la multitud reunida en la piscina de Stratford mientras se resolvía la incógnita. Mientras se imponía la determinación férrea. Mientras se doblegaba el espíritu lúdico de Lochte.
Phelps es un tipo sencillo que suele cumplir con severos rituales de abstracción y silencio antes de las finales. No suele hablar con nadie en la cámara de salidas, mientras se concentra. Pero cuando vio a Lochte se dirigió a él con afecto y ganas de echar unas risas. “Será nuestro última carrera juntos”, le advirtió. “Nuestro último 200 estilos juntos”. Así comenzó a conquistar Phelps su primer oro individual, su cuarta medalla en Londres, su vigésima medalla olímpica. Pendiente de la retirada, de sus negocios, de su vida después de la natación, no se ha preparado para estos Juegos con el rigor con que se dedicó a entrenarse para Atenas y Pekín. Partió de una situación de incertidumbre y resultó conmovedor comprobar cómo se ponía a la altura de sí mismo mientras recorría los cuatro largos a ritmo de récord mundial. Lochte, que sí había dedicado todo su tiempo desde 2004 a ejercitarse sin descanso para este momento, estaba mejor físicamente. Contaba con una ventaja. Pero decidió arriesgarse doblando la apuesta. Antes de medirse a Phelps se tiró a defender su título de 200 espalda. Lo pagó caro.
El estadounidense Tyler Clary, primero, y el japonés Ryosuke Irie, segundo, le relegaron al bronce en el último estirón. Lochte salió de la piscina en silencio y dispuso solo de 40 minutos para recuperarse de la sensación de fracaso. Caminó unos metros y se tiró a la poza de saltos, adyacente a la piscina de carreras, para limpiar su organismo del ácido láctico, las toxinas que producen los esfuerzos anaeróbicos. Estuvo nadando suavemente y bebiendo bebidas isotónicas a intervalos mientras al lado se sucedían las pruebas y las ceremonias de entrega de medallas. Cuando regresó al agua, Phelps no le dio cuartel. Se le adelantó en los 50 metros de mariposa (24,6s contra 24,7), y, lo más inesperado, le superó en los 50 de espalda (28,6 contra 29,1) y en los 50 de braza (33,33 contra 33,48). Lochte había perfeccionado mejor estos estilos pero, a sus 28 años, debió sufrir el desgaste de la derrota en los 200 espalda como algo irreparable.
A Lochte le quedaron los últimos 50 metros para salvar el oro. Lo atacó con un soberbio viraje. Avanzó bajo el agua como una serpiente, ondulando a toda velocidad. Recuperó unos centímetros antes de salir a la superficie para coger agua con toda su alma. No fueron dos hombres los que se pusieron a prueba. Fueron dos espíritus adictos a las carreras. Dos formas de sentir el orgullo, dos formas de generosidad que anteponen la competencia al cálculo. Phelps defendió su posición más allá de sus posibilidades. Traspasó los límites de la resistencia. Nadó como en 2008, cuando lo ayudaba un bañador tecnológico que ahora está prohibido. Hizo el cuarto mejor tiempo de la historia, 1m 54,27s, y consiguió algo que nadie ha logrado jamás: ganar la misma prueba en tres Juegos seguidos. Los 200 estilos ya son de su propiedad.
Los dos nadadores más completos y más longevos que ha conocido la historia de los Juegos acababan de levantar un monumento eterno.
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