Último trazo del maestro del humor
El gremio despide al dibujante Antonio Mingote, fallecido en Madrid a los 93 años. 'Buen amigo, buena gente', POR FORGES.
Antonio Fraguas Madrid 4 ABR 2012 - 00:00 CET
En un país tan acostumbrado a las trincheras, la muerte del humorista Antonio Mingote, fallecido ayer en Madrid a los 93 años, supone la desaparición de una de las pocas personalidades que se fajó en el perdido arte de tender puentes. Con el arma de la ternura, el dibujante, novelista y académico de la lengua, supo poner ante los ojos de los pudientes realidades que estos no querían ver. Su trabajo consistía, según dijo en una ocasión, en “razonar hasta más allá de lo razonable. Despojar de la hojarasca que envuelve las cosas hasta hacerlas cómicas”.
El lamento de sus compañeros de profesión se dejó sentir ayer unánime. José María Pérez, Peridis, destacó sus valores personales, su tolerancia y caballerosidad: “Es el humorista que más ha cohesionado este gremio. Conectó la generación de la posguerra con la de la Transición”.
Fue tras la contienda y después de pasar por la Academia Militar de Guadalajara y la Universidad de Zaragoza (su familia era de origen aragonés) cuando Ángel Antonio Mingote Barrachina (Sitges, 1919) se trasladó a vivir a Madrid, ciudad de la que llegó a convertirse en ilustre vecino. Tanto, que en los ochenta el regidor Enrique Tierno Galván le nombró alcalde honorario del Retiro. En los Jardines de Cecilio Rodríguez de este parque por el que tantas veces paseó Mingote (llegó incluso a vestirse de guarda del mismo) fue instalada ayer la capilla ardiente que permanecerá abierta hasta las siete de esta tarde.
En Madrid pintó fachadas, grabó placas, diseñó vestuarios y, en definitiva, dejó su impronta en mil superficies. Su estilo ha llegado a ser un rasgo inequívoco de lo castizo, a la altura de Arniches o Jardiel Poncela. De esta ciudad extrajo además sus personajes. Galanes, criadas, mozos de cuerda, damas de la burguesía y, especialmente, los pobres: unos desharrapados de incansable lucidez. El retrato de este paisanaje es calificado por sus colegas como “magistral”. “Era un hombre limpio, como la línea de su dibujo”, señala Julio Rey (de Gallego & Rey).
Además, en Madrid, forjó amistad con el guionista Rafael Azcona (fallecido en 2008). “Si Mingote no se hizo de derechas del todo fue por Azcona, y si Azcona no se hizo completamente de izquierdas, fue por Mingote”, apunta el cineasta José Luis García Sánchez, cuyo filme Los muertos no se tocan, nene (2011) tiene cartel de Mingote y está basado en una novela de Azcona.
El humorista logró acercar posturas a fuerza de dar ejemplo. Es cierto que su carrera no se entiende sin el diario Abc, cabecera monárquica y conservadora en la que entró en 1953 y para la que realizó infinidad de primeras páginas (un raro fenómeno periodístico). También es cierto que, entre las muchas distinciones que recibió (entre otras, el premio Quevedos en 1998 y el título de Marqués de Daroca, en 2011), le fue otorgada la orden de Isabel la Católica en pleno régimen franquista. Esto no supuso una mengua en el cariño entre quienes lo trataron en persona o supieron dejar hablar a sus viñetas. “Cuando le conocimos y vimos lo humilde que era nos dimos cuenta de que estábamos ante un genio”, afirma Pachi, de Idígoras y Pachi, quien descubrió la abundante obra de Mingote (una veintena de volúmenes, entre ellos una edición ilustrada de El Quijote que tardó dos años en culminar) con el libro Hombre solo. “Nos cambió la forma de pensar y de dibujar. Nos hizo querer dedicarnos a esto”. Lo mismo le pasó al dibujante Ricardo: “Mingote era el padre de todos nosotros”.
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