viernes, 4 de mayo de 2012

JERUSALÉN, LA SEDUCTORA

El síndrome de Mark Twain
El escritor deseaba poder pasear durante cien metros sin tropezarse con un lugar sagrado. Misión casi imposible en Jerusalén, un lugar cuya biografía combina la historia del mundo con la de las colinas de Judea.
GUILLERMO ALTARES - 04/05/2012

Todo turista necesita un refugio. Puede ser un bar, una librería, una cafetería, un museo, hasta un centro comercial, algún lugar en el que protegerse de la lluvia, el frío, el calor, el exceso de monumentos o los compañeros de viaje. La parte vieja de Jerusalén ofrece varios, pero hay uno que además proporciona bastantes pistas para entender la ciudad: el Hospicio Austriaco. Además de un acogedor aunque espartano hotel de precios muy razonables, que recomiendan desde la guía Lonely Planet hasta Matt Gross, coordinador de la sección Frugal Traveler del diario The New York Times, este albergue fundado en el siglo XIX, que llegó a ser el consulado de Austria en Palestina, ofrece buen café, wifi gratuito, un jardín agradable para el verano y un salón con calefacción potente en invierno. Hay que llamar a una puerta en la esquina de la Vía Dolorosa con Al Wad HaGai (la calle que lleva al Muro de las Lamentaciones y a la mezquita de Al Aqsa desde la puerta de Damasco). No tiene pérdida: siempre hay una patrulla de soldados israelíes a solo unos metros. Tras atravesar el jardín, se accede al edificio principal; la cafetería está a la izquierda, pero lo recomendable es continuar escaleras arriba (o tomar el ascensor) hasta la azotea para contemplar una de las vistas más bellas de Jerusalén o, lo que es lo mismo, una de las vistas más bellas del mundo.
Desde allí comienza a entenderse todo o, mejor dicho, empieza a no entenderse nada, que es la forma de enfrentarse a una ciudad que el historiador Simon Sebag Montefiore define así en su exhaustivo ensayo Jerusalén. La biografía (Crítica): "La historia de Jerusalén es la historia del mundo, pero es también la crónica de una provinciana ciudad de las colinas de Judea, a menudo sumida en la penuria". Desde la azotea del Hospicio Austriaco se divisa la cúpula dorada de la mezquita de la Roca, tan cerca que casi puede tocarse; un poco más lejos, ese desorden arquitectónico que forma la iglesia del Santo Sepulcro, el lugar en el que fue crucificado Jesús. Más allá, la vista se topa con minaretes y torres de iglesias, murallas, callejuelas, banderas israelíes que señalan los asentamientos judíos en la parte musulmana de la Ciudad Vieja, y hasta una insignia del Real Madrid. Y entonces es inevitable preguntarse por qué esa ciudad concentra los lugares sagrados de las tres grandes religiones monoteístas: fue el monte donde Abraham estuvo a punto de sacrificar a su hijo, donde Salomón fundó el primer templo y donde los judíos ortodoxos confían en que aparecerá el Mesías, donde los cristianos creen que Cristo murió y resucitó y donde los musulmanes piensan que Mahoma subió al cielo, unos pocos kilómetros cuadrados por los que los hombres llevan luchando desde hace 4.000 años en una batalla que no ha terminado, como muestra la presencia constante de fuerzas de seguridad israelíes. De hecho, su estatuto político no está cerrado: palestinos e israelíes la consideran su capital irrenunciable, aunque está ocupada por Israel desde 1967.

El Santiarii del Libro, en Jerusalén
The Shrine of the Book (el Santuario del Libro), en Jerusalén, que contiene los manuscritos del Mar Muerto, obra maestra de Frederick Kiesler y Armand Phililip Bartos.

La puerta de Damasco
La mejor forma de entrar en la Ciudad Vieja es a través de la Puerta de Damasco. Se encuentra en la parte palestina de Jerusalén, nada más cruzar lo que fue la línea verde, y junto a una parada del nuevo tranvía, la mejor forma de desplazarse por la ciudad. Tras atravesar las imponentes murallas que edificó Suleimán el Magnífico en el siglo XVI, aparecen los puestos de frutas, verduras y hierbas aromáticas, productos traídos de los territorios palestinos, los restaurantes de Kebab, los olores y sonidos de Oriente. A partir de allí, el visitante debe sumergirse en los zocos y tratar de perderse hasta ir topándose con una densidad histórica y espiritual que no alcanza ninguna otra ciudad en el mundo (salvo, tal vez, Roma). Conviene extraviarse, pasear por las callejuelas, cruzar de un barrio a otro de la ciudadela: el cristiano, el armenio, el judío y el musulmán, alejarse de las calles llenas de tiendas y descubrir que Jerusalén no es una ciudad museo, como ocurre con otros cascos históricos: miles de personas viven allí, sobre los recuerdos de la humanidad -y, como escribió Benjamin Disraeli, "también de la historia del cielo y la tierra"-, sobre miles de restos en un lugar donde la arqueología es una ciencia política, sobre las piedras que pisaron los contemporáneos del rey David, los babilonios y los persas, los romanos, los primeros cristianos, los omeyas, los cruzados, los otomanos. Se pueden recorrer las murallas (de pago) o caminar por una parte de los tejados (gratis, se accede subiendo unas escalerillas en la esquina de las calles de Habad y San Marcos), una caminata insólita. "Es un alivio poder salir a dar un paseo de cien metros y no encontrar algún otro lugar sagrado", escribió Mark Twain en Inocentes en el extranjero, un clásico de la literatura de viajes en el que se burla de los americanos que peregrinan a Tierra Santa.

Sala de los Nombres, en el Museo del Holocausto de Jerusalén
Sala de los Nombres, un homenaje a las víctimas en el Museo del Holocausto de Jerusalén.
ALFREDO ARIAS - 04/05/2012

Antigüedades romanas a la venta
Naturalmente, en ninguno de estos dos paseos elevados, murallas o tejados, y en realidad prácticamente en ningún lado, se cumple el deseo de Twain: ya sea por la constante presencia de judíos ortodoxos, los haredim, que se dirigen a las escuelas talmúdicas o al Muro; por los fieles musulmanes o por los peregrinos cristianos de todo el mundo -en el plazo de diez minutos es posible cruzarse con un autobús de Amish o con un grupo de cristianos acarreando una cruz, tamaño natural, por la Vía Dolorosa, la ruta del calvario-, es imposible huir de la fe. Pero, incluso para los no creyentes, en esa densidad religiosa late el misterio de la ciudad. De todos modos, para cualquiera que sufra el síndrome de Twain en vez del de Jerusalén y necesite volver a la tierra, refugiarse en las compras es una buena opción (y dado que hay que regatear, obligatorio como en La vida de Brian, es una operación que lleva su tiempo). Aparte de los objetos más religioso-kitsch que uno pueda imaginar, de verduras, frutas y encurtidos excelentes, y de todo tipo de pistolas y rifles de juguete (mercancía extraña para un lugar que lleva en conflicto una eternidad), hay dos opciones excelentes: antigüedades y cerámica. Es uno de los pocos países que permiten la compra y exportación legal de objetos romanos y bizantinos (con certificado de autenticidad, que no quiere decir que siempre sean auténticos). Los precios no son disparatados (una lámpara de aceite romana, a partir de unos 50 euros). La cerámica contemporánea, desde tazas hasta fuentes, es realmente buena.

Mea Sharim, otro mundo
Al igual que es muy deseable perderse geográfica y físicamente entre las murallas, es bueno situarse en la historia: tres libros que han aparecido en castellano en los últimos meses ayudan mucho. Además del relato histórico de Sebag Montefieri, resultan muy útiles las Crónicas de Jerusalén (Astiberri), un cómic de Guy Delisle que relata el año que pasó allí y que hasta puede servir de guía, y Las tribus de Israel (RBA), de Ana Carbajosa. El libro de esta periodista de EL PAÍS retrata la complejidad de Israel y responde a muchas preguntas que surgen cuando uno se pasea por Jerusalén. Por ejemplo, permite comprender un poco más a esas figuras vestidas de negro, con camisas blancas y sombreros, que se mueven constantemente por la Ciudad Vieja: los haredim, los judíos ultraortodoxos, que ya forman el 15% de la población del país.
Mea Sharim, a unas pocas manzanas del centro histórico, es su barrio tradicional que comenzaron a poblar en el siglo XIX. Visitarlo es una experiencia única, un viaje a otra época y a un mundo lleno de normas casi incomprensibles para los extranjeros. Un viejo dicho entre los corresponsales en Israel es que "si eres capaz de distinguir todas las sectas haredín, es que ya llevas demasiado tiempo en el país". Este barrio es lo más parecido a lo que debió ser un Shtetl, los pueblos judíos de Europa oriental borrados del mapa por la barbarie nazi durante la Shoah. Eso sí, tiene sus normas: se debe visitar vestido "modestamente" -lo recuerdan carteles en muchos muros-, lo que significa nada de pantalones cortos para los hombres, mientras que las mujeres no pueden llevar pantalones ni ropa ajustada. Aparte de dar una vuelta por el centro, hay bastantes lugares fuera de las murallas que merecen la pena: el mercado Mahane Yehuda -como todo en Jerusalén oeste, incluido el transporte público, cierra el sabbat, desde el viernes por la tarde hasta el sábado por la tarde-, el Yad Vashem -la visita al Museo del Holocausto, junto al monte Herzl, es una experiencia que difícilmente se borra-, barrios como la colonia alemana y el bullicio de Jerusalén este. Además del Museo de Israel, y especialmente el Shrine of the Book (Santuario del Libro), una de sus alas, donde se guardan los manuscritos del Mar Muerto en una obra arquitectónica de 1965 que refleja el genio inclasificable de Frederick Kiesler, quien firmó el proyecto junto a Armand Phillip Bartos. Y sin que se nos olvide pasar por el bar del American Colony, el mítico hotel que contó entre sus huéspedes con un oficial británico que cambió el mapa de Oriente Próximo, Lawrence de Arabia. Tomarse una cerveza en su bar, un lugar de encuentro mítico para los corresponsales desde los tiempos de Robert Capa, es una forma de bajar durante un rato a la tierra. Antes de abandonar la ciudad conviene pasar por el Hospicio Austriaco, regresar a su azotea y preguntarse de nuevo por qué Jerusalén es el lugar elegido por el hombre para comunicarse con Dios (o por Dios para comunicarse con el hombre, según se vea).

Cómo ir
» Iberia (902 40 05 00; www.iberia.com) vuela sin escalas entre Madrid y Tel Aviv, con tarifas de ida y vuelta desde 339 euros, tasas incluidas.
» Alitalia (www.alitalia.com) tiene vuelos de ida y vuelta entre Madrid y Tel Aviv, con una escala larga que permite pasar varias horas en Roma, a partir de 336 euros.
Viajes organizados
» Laila Tours (www.lailatours.com). Especializados en viajes a Tierra Santa.
» Catai Tours (www.catai.es; en agencias) tiene un circuito de ocho días desde 1.497 euros por persona.
Dormir
» Hospicio Austriaco (www.austrianhospice.com; 009 72 26 26 58 00). Vía Dolorosa, 37.
» The American Colony (www.americancolony.com; 009 72 26 27 97 77). 1 Louis Vincent Street.
Comer
» Chakra (www.chakra-rest.com) King George, 41.
» Machneyuda (009 72 25 33 34 42) Mahane Yehuda Market. 10 Beit Yaakov Street.
» Jerusalem Hotel (009 72 26 28 32 82). Nablus Road.
» Armenian Tavern. 79 Armenian Orthodox Patriarchate Road.
Información
» Turismo de Israel (http://www.turisrael.com/).
» Turismo de Palestina (http://www.visitpalestine.ps/).

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