viernes, 11 de febrero de 2011

LIBROS

Las sensaciones al teminar de leer un libro son muchas y contradictorias: de orgullo y felicidad por haber podido con él, metafóricamente hablando, tristeza porque se ha terminado, felicidad por poder empezar uno nuevo e incertidumbre por ver qué nos depara éste. Algo así me ha pasado durante la hora de comer, pues mientras disfrutaba de unos grandes champiñones empanados terminé de leer Ira Dei para empezar a disfrutar La biblioteca de los muertos.
Ira Dei (Mariano Gambín), me ha gustado, pero sobre todo me ha entretenido. Si un libro te engancha en las primeras hojas ya tiene una parte del camino recorrido, sin duda. Además, al estar ambientado en La Laguna, ciudad donde vivo, es algo inusual estar constantemente ubicado mentalmente en los lugares donde ocurre la acción. Espero con ansia los dos volúmenes que restan para completar la trilogía.
De La biblioteca de los muertos (Glenn Cooper) hablaré cuando la termine de leer.
Por otro lado, y siempre a ratos, disfruto de un pequeño libro que mantengo abierto sobre otros tantos de mi biblioteca y que, muy a mano, cojo mientras espero que se cargue algo en el ordenador, por ejemplo. Se trata de una joyita de Delibes, Un año de mi vida; un libro escrito a modo de diario, fácil y ameno de leer, escrito con la frescura y la clase a las que nos tenía acostumbrado Miguel Delibes. Sólo una crítica, y no a su literatura sino a su contenido: las excesivas reseñas a la caza o a la pesca, deportes favoritos de Delibes y a los que yo en tan poco aprecio tengo.

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