Cuatro matrimonios amigos se construyen un edificio a medida
para retirarse juntos
La casa de Poblenou en la que compartirán su jubilación es
una de las visitas más solicitadas en el Open House de este fin de semana en
Barcelona.
"Cuando seamos mayores, viviremos todos juntos en
un
edificio. Cada uno tendrá un piso y en la
azotea haremos una piscina". Suena al plan perfecto que cualquiera podría
trazar con 15 años (o con 35, o incluso con 55). Y alguna gente lo consigue. En
el
Open House, el festival de arquitectura que
da acceso a edificios de todo tipo y que se celebra este fin de semana en
Barcelona, Badalona y L’Hospitalet [
en Madrid tuvo
lugar el último fin de semana de septiembre], una de las visitas más
solicitadas es a la Casa d’Amics, que es como se ha bautizado un edificio de
nueva planta en el barrio de Poblenou.
Lo firman los arquitectos
Lola Domènech y
Thomas
Lussi y parte de una idea del propio Lussi, un suizo casado con
una aragonesa que tiene fuertes vínculos con Barcelona. La pareja convenció a
otros tres matrimonios amigos, todos residentes en Lucerna y entre los 55 y los
65 años, para levantar un bloque de apartamentos que les sirva como casa
comunitaria en la que ir pasando cada vez más tiempo y finalmente retirarse.
El edificio tiene cinco pisos, uno por planta –el quinto
está ocupado por un inquilino que se ha convertido en el "quinto
amigo"–, un local comercial que utiliza Lussi para algunos proyectos de su
despacho de arquitectura, un patio equipado con un banco y una mesa comunal
pensadas para hacer encuentros de grupo, un sótano con trasteros, lavadoras y
secadoras y, en la azotea, una pequeña piscina y una cocina al aire libre.
Lussi conocía el barrio porque vivió allí a principios de
los noventa, cuando trabajó en proyectos como la Vila Olímpica o el pabellón de
baloncesto en Badalona. "Con mi mujer, siempre teníamos la idea de tener
un piso en Barcelona como segunda residencia. Mantenemos mucha relación con la
ciudad, muchos amigos. Después de ver algunos pisos en venta, se nos
ocurrió que sería más interesante planificar una casa entera para poder decidir
personalmente cómo vivir. Lo comentamos con amigos de Lucerna y la idea creció.
Los cuatro tenemos hijos e hijas –nosotros dos, de 23 y 20 años, las dos estudian
Arquitectura y quieren hacer Erasmus en Barcelona– así que pensamos que la casa
es un proyecto que durará varias generaciones".
Lussi contactó con la arquitecta barcelonesa Lola Domènech y
ambos decidieron idear
un edificio hiperlocal, con elementos que
conecten con la arquitectura del barrio. "Hemos hecho una relectura de
materiales de toda la vida, como el ladrillo manual, rústico, y la celosía
cerámica, que permite crear espacios ventilados, como la escalera, y provoca
efectos de luz y sombra muy interesantes", explica Domènech. Aunque en
este caso se hace dentro de la casa, la idea de tener un patio con una gran
mesa y bancos conecta con la tradición de sacar la silla a la calle, que
todavía se da en el Poblenou.
Cada piso tiene unos 80 metros cuadrados y cuenta con un
espacio de cocina abierta/salón/comedor, una terraza, dos dormitorios y dos
baños. La fachada está hecha de persianas abatibles de madera de iroko que
homenajean a las clásicas persianas verdes del Eixample barcelonés. En las
casas, las persianas dan lugar a unas terrazas que no son demasiado calurosas
en verano ni demasiado frías en invierno y que extienden hacia el exterior el
espacio habitable.
Domènech se ha encargado también del interiorismo del tercer
piso, que ocupa el diseñador
Markus Schmidt. Este
tenía ya una colección de piezas de Jean Prouvé y Eileen Gray pero quería que
su piso de Barcelona tuviera elementos de diseño catalán. Domènech colocó
varias lámparas de Milà –la cesta y una TCM–, piezas de Óscar Tusquets, las
sillas Rambla de Martín Azúa en la terraza y una silla Barcelona de Mies van
der Rohe en uno de los dormitorios.
El arquitecto alemán y Lily Reich crearon la famosa pieza
para el Pabellón Alemán en la Exposición Universal de Barcelona, en 1929.
"¿Qué mejor manera de conocer una cultura que a través del arte, la
arquitectura y el diseño?", comenta Schmidt. "Sobre si existe
una estética Barcelona, [ciertos rasgos] que todos esos diseñadores tienen
en común solo puedo decir que sí. No conozco otro lugar donde el diseño, el
arte y la arquitectura estén tan juntos".
El diseñador y su esposa tienen dos hijos de 34 y 31 años
que han pasado ya el verano en la Casa d’Amics con sus familias. Él espera
pasar varios meses al año en el edificio, disfrutando del barrio, que, dice,
"tiene el mar al lado, en medio de una gran ciudad. Buenos restaurantes,
bares, tiendas, mercados, galerías, salas de concierto... todo cerca".
Su plan de integrarse en la vida del barrio (que vive un
avanzado proceso de gentrificación) contrasta con la idea tradicional que suele
existir en Europa central de retirarse a una casa en la costa. "Nuestros
vecinos en Suiza hablan mucho de esta comunidad compartida que hemos ideado
para nuestra vejez. Le vemos muchas ventajas para el futuro", comenta.
Desde que empezaron a buscar el solar hasta que se ha
terminado el proyecto han pasado unos cinco años, durante los que las cuatro
familias (entre los que hay un veterinario, un ingeniero o una ginecóloga) han
ido tomando las decisiones de manera consensuada. "Diría que nuestra
relación se ha intensificado durante estos años. El proceso nos ha unido
bastante", cree Lussi.
Entre todos acordaron, por ejemplo, invertir en
revestimientos aislantes y en un suelo que refresca en verano y calienta en
invierno para hacer casi innecesarios la calefacción y el aire acondicionado.
Estos detalles han encarecido el precio final de las casas, que Domènech cifra
en 1.500 euros por metro cuadrado, a los que hay que añadir el precio del
solar. Sin embargo, el precio medio del metro cuadrado en Poblenou es de 3.700
euros, según
Housfy.
¿Es rentable económicamente embarcarse en un proyecto así?
"Puede que haber comprado un piso en el barrio hubiese sido más económico.
Pero la calidad de los espacios no sería la misma. Al final construir en
comunidad sale a cuenta. Se puede controlar la calidad, el presupuesto y las propias
necesidades", opina Lussi. "Yo lo volvería a hacer".