Jacobo Drachman, superviviente del Holocausto: “Aprendí a
dormir abrazado a gente que moría de noche”
Nacido en Polonia y emigrado a Uruguay tras la Segunda
Guerra Mundial, relata su paso por Auschwitz.
PAULA CHOUZA, Madrid 28 ENE 2020 - 16:05 CET
A Jacobo Drachman los nazis le perdonaron la vida al menos un par de veces.
La primera fue en el gueto de la ciudad de Lodz, en Polonia, el día que los
alemanes irrumpieron en su casa y un soldado lo encontró escondido tras una
chimenea. Rondaba entonces los ocho años. “Entraron en el patio con
motocicletas y camiones al grito de 'todos fuera'. La gente se subía a las
azoteas para esconderse. Los agarraban y les tiraban de los pelos. Vi cómo
ametrallaban, cómo pegaban... lo que no llegué a ver es al alemán que me vio a
mí. Se dio la vuelta y sacó el arma. Me quedé contra una pared, con la pistola
de él en la frente. Me preguntó, '¿quién más está arriba?'. Le respondí que
nadie. '¿Qué estás haciendo?', volvió a preguntar. 'Estoy buscando gatos',
contesté. No podías mirarle a la cara porque te mataban, era como mirar a Dios.
Alto, rubio, ojos celestes y media sonrisa fría, helada. El ángel de la muerte,
era eso. Estaba vestido de negro. Él me hablaba, no sabía qué decía, yo me
abracé a él y le besé los botones, el uniforme, la mano y la pistola. Mientras,
la retiraba un poquitito de mi frente. En eso lo llamaron, se sonrió y me dijo:
‘Vete de aquí”.
Drachman, de 84 años, conversa con EL PAÍS por teléfono
desde su casa de Nahariya, un pueblo en Israel al borde del Mediterráneo.
Durante la Segunda Guerra Mundial, este hombre que después emigraría a Uruguay,
pasó por el campo de exterminio de Auschwitz, en la Polonia ocupada por los
nazis. En el recinto, que este lunes ha acogido los actos por el 75º aniversario de su liberación por el Ejército Rojo, murieron
1,3 millones de personas, de los cuales 1,1 eran judíos.
Los recuerdos de Drachman llegan ahora como instantáneas de
la memoria, escenas salpicadas en el tiempo descritas al detalle. "No
comía. Durante seis años tuve hambre. Terminé la guerra con 20 kilos y 11
años”, evoca al comienzo del relato. Sobre su llegada al gueto de Lodz, explica
que un día los alemanes aparecieron en su casa, se apoderaron de los juguetes,
de la comida, de los muebles y los pusieron en la calle. “O bajáis por la
escalera o por la ventana”, les decían. En su nuevo hogar aprendió a
defenderse. “Empecé a buscar [alimentos] en las casas que quedaban vacías,
porque el gueto se vaciaba para el cementerio. Recuerdo que me levantaba
temprano para ir con el rabino y pasaba por encima de cadáveres”, rememora.
“Para mí no era nada, era mi vida”, responde a la pregunta de qué sentía. “No
sabía por qué estaba ahí, por qué me correspondía. Vivía rodeado, con un muro y
un alambre de púas. A los que morían de noche, los sacaban afuera, le quitaban
la ropa, los zapatos, los tapaban y venía el carro y se los llevaba. ”.
Sus padres trabajaban entonces en una fábrica metalúrgica.
“Nos dijeron que iban a hacer otra en Alemania y que estuviésemos todos juntos
porque elegirían a unas 500 personas para llevarlas allá”, algo parecido a lo
que cuenta la película de Steven Spielberg La lista de Schindler, señala. Así fue como, después de viajar
en vagones de ganado, acabó en Auschwitz en septiembre de 1944.
“No sabíamos nada. Cuando la gente vio la chimenea al fondo,
exclamó: 'Acá está la fábrica en la que vamos a trabajar'. Había fábrica allí,
pero de muerte”, afirma. “Estuve pocos días en Auschwitz [cuatro] porque nos
embarcaron otra vez. Ahí me enteré de lo que nos hacían, el alemán nos lo
contó: 'Ustedes entran por acá y salen por arriba, por la chimenea. Si tienen
alguna propiedad, algo de dinero, dénmelo porque están muertos”. Al poco de
llegar los metieron en una sauna, los bañaron, los raparon y les dieron un
pijama, relata. “Estábamos en las duchas frente al crematorio número cuatro, una casa grande de ladrillo. Saqué
la cabeza por el portón y vi en el fondo una fogata grande en mitad de la
carretera y cómo tiraban gente arriba (...) el gas no les alcanzaba”, recuerda.
De Auschwitz pasó al campo de Stutthof, cerca del Báltico.
“Moría de frío”, cuenta. Un día lo mezclaron con un grupo de niños llegados de
Lituania. “Me agarraron para quemarme, ya estaba en la fila”. Se dirigió
entonces a un alemán para explicarle que no quería entrar en el crematorio,
porque él “trabajaba”, era útil. “Le dije ‘Heil Hitler’ y se mataba de la risa
(...) Yo quería vivir. Y me soltó”, relata.
A los tres meses lo trasladaron al campo de trabajo de
Dresde. “Ahí estaba el paraíso, la fábrica. Nos daban de comer, había calefacción…”,
recuerda. Hasta que las fuerzas aéreas británicas y estadounidenses
bombardearon la ciudad en febrero de 1945. El ataque causó unos 25.000 muertos.
Ellos perdieron todo y fueron obligados a salir en las llamadas marchas de la
muerte. “Caminamos 11 días a orillas del río Elba. Aprendí a comer pasto, a
dormir abrazado a gente que moría de noche...”. Su padre le pidió que si
sobrevivía, gritase al mundo lo que les habían hecho (Jacobo Drachman escribió
sus memorias en el libro Lágrimas secas y ha colaborado con el Centro
Sefarad-Israel).
Tras recorrer varios países de Europa, en 1946 él y sus
padres lograron emigrar a Uruguay, donde estudió, se casó y emprendió varios
negocios. Ahora lleva 49 años en Israel. “Tuve nueve nietos, seis bisnietos,
¡una tribu!”, exclama. Antes de la guerra en su familia eran más de 100 y al
terminar quedaron cuatro. “Por lo menos recuperé algo de lo que me asesinaron
allá”.
Todavía hoy le cuesta entender tanto “sadismo” y tiene la
esperanza de que algo así no se repita nunca. A las nuevas generaciones les
pide que “no perdonen lo que pasó, que no olviden, pero que no odien” tampoco.
HOLANDA PIDE PERDÓN POR FALLAR A LOS JUDÍOS
ISABEL FERRER, LA HAYA
El primer ministro liberal neerlandés, Mark Rutte, ha pedido
perdón este domingo en nombre del Gobierno por la actitud de las autoridades
durante el Holocausto. Es la primera vez que se ofrece una disculpa oficial de
estas características, y coincide con el 75º aniversario de la liberación de
Auschwitz. Entre 1942 y 1945, los nazis transportaron a 107.000 judíos desde
los Países Bajos a los campos de concentración. Igual suerte corrieron 245
miembros de las comunidades Sinti y Roma y varias decenas de resistentes. En
total, regresaron 5.000 personas, según los archivos del campo de
tránsito de Westerbork, situado al noreste del país. Ana Frank, la autora del
famoso Diario, y su familia, figuran entre los que pasaron por allí y
fueron luego exterminados.
“Cuando aún tenemos entre nosotros a los últimos
supervivientes, quiero disculparme en nombre del Gobierno por los actos de los
gobernantes de entonces. Soy consciente de que no hay palabras para englobar
algo tan horrible y enorme como el Holocausto”, dijo Rutte, durante la
ceremonia anual que recuerda a las víctimas, celebrada en Ámsterdam. El país
estuvo ocupado por los nazis entre 1940 y 1945, y hasta la fecha, el Gobierno
“no contaba con la suficiente base razonada como para pedir perdón”, según el
primer ministro. Ahora, sin embargo, ha sido claro diciendo que “el
antisemitismo sigue vigente en nuestro entorno 75 años después de Auschwitz, y
por eso hay que reconocer lo sucedido y decirlo bien alto: el Gobierno no
estuvo a la altura cuando una parte de nuestros conciudadanos fueron apartados,
excluidos y deshumanizados bajo un régimen asesino”. Después, ha añadido lo
siguiente: “Aunque hubo resistencia a título individual, también en el seno del
Gobierno, demasiadas instancias y cargos públicos hicieron lo que les pidieron
los ocupantes”.
En el año 2000, el entonces primer ministro socialdemócrata,
Wim Kok, se disculpó por “la fría acogida” dispensada a los judíos neerlandeses
que sobrevivieron al Holocausto. Se aprobó una indemnización de 680 millones de
florines de la época para todas las víctimas de la guerra, 400 millones de los
cuales fueron para la comunidad judía. En 2019, los
Ferrocarriles Neerlandeses (NS), una compañía estatal, compensó a los
supervivientes, sus viudas e hijos por haberlos llevado en sus
trenes hasta Westerbork. El servicio le reportó a la compañía unos 2,5 millones
de euros al cambio actual, según Johannes Houwink ten Cate, experto en el
estudio del genocidio y el Holocausto. Desde allí, los detenidos eran trasladados
por los nazis a los campos de concentración.
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John Williams, *Theme from Schindler's List.