Por: Anatxu Zabalbeascoa. 04 de septiembre de 2012
Lo mejor que le puede pasar a un puente es que se convierta en mirador. No solo que la gente se atreva a cruzarlo sin miedo sino que se quede en él a pasar un rato disfrutando de las vistas y contemplando el paisaje. El puente peatonal que Joäo Carrilho da Graça y los ingenieros de Afaconsult (Carlos Quinaz y António Adäo da Fonseca) levantaron sobre el valle de Carpinteira, en Portugal, no solo une dos puntos cercanos pero muy distanciados en la ciudad de Covilhâ. Salvando un vacío de 52 metros de altura, también acompaña a los peatones y a los ciclistas en su recorrido de una punta de la ciudad a la otra.
Carrilho da Graça cita a Galileo, o al Galileo en la obra homónima de Bertolt Brecht, para recordar que, cuando aparece un problema, la distancia más corta entre dos puntos puede ser una línea curva. Y eso hace su pasarela peatonal. El puente curva su trayectoria para recorrer los 220 metros que separan la piscina municipal de lo que antaño era la otra parte del pueblo, a pocos metros pero, hasta hace poco, a una distancia insalvable que requería de descenso, ascenso y vehículo o mucho tiempo.
Para el arquitecto, es la doble curva que describe el puente lo que confiere delicadeza, -“cierta fragilidad visual”, dice él- a un elemento que incide en el paisaje con una presencia muy marcada de gran y sutil pórtico. Precisamente por eso, puede que el jurado de la última Bienal Iberoamericana de Arquitectura y Urbanismo apreciara también el interior de la pasarela. Forrada con lamas de azobis -un compuesto polímero-madera que le confiere gran resistencia- resulta un espacio que acompaña el desplazamiento de los viandantes. Todo parece funcional y lo es. Pero hay más: la barandilla que envuelve la madera es la propia estructura metálica. Y es la cimentación de esa estructura lo que determina el recorrido curvo del puente. Sin embargo, la decisión de arropar el puente interiormente protege al peatón y disipa sus miedos. Y la de curvarlo, lo aligera visualmente.
Más allá, la barandilla forrada de lamas no solo ordena el interior del puente, también esconde la iluminación de esa pasarela pensada para bicicletas y peatones y así, cuando llega la noche, las luces recortan la silueta del puente como un pórtico abstracto que, por encima del río y las carreteras, marca un nuevo acceso en la ciudad.
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